2Cro 36, 14-16.19-23; Sal 136; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 14-17).
“Si el Señor, tu Dios, te hubiere dicho: "Yo soy la verdad y la vida", tú, deseoso de esta verdad y de esta vida, tendrías razón de decirte a ti mismo: "Gran cosa es la verdad, gran cosa es la vida; ¡si hubiese un camino para llegar a ellas!" ¿Preguntas cuál es el camino? Fíjate que el Señor dice en primer lugar: Yo soy el camino. Antes de decirte a donde, te indica por donde: Yo soy --dice-- el camino ¿El camino hacia dónde? La verdad y la vida. Primero dice por dónde has de ir, luego dónde has de ir. Yo soy el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida” (San Agustín).
¿Miras a la Cruz? ¿Te acompañas con la imagen del Crucificado, quien por amor ha dado la vida por ti?