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¿Te sientes habitado por el Misterio Divino?
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho (Jn 14, 23-26).
Siempre impresiona la afirmación de Jesús sobre hacernos morada suya, y no solo suya, sino también de su Padre, convirtiéndonos en templos del Espíritu Santo, santuarios de la divinidad, sacramentos de Cristo, encarnación permanente de la presencia de Dios. Y cuanto afirmamos no es lucubración teológica, sino acontecimiento para el que cree. El Paráclito, el Abogado defensor que es el Espíritu, nos revela esta verdad identitaria.
Por el misterio de la Encarnación, el Verbo de Dios se ha hecho nuestra carne y ha asumido la humanidad divinizándola o deificándola. La Encarnación no es solo un acontecimiento histórico, sino una realidad permanente. Santa Teresa narra: “Estando la misma noche en maitines, el mismo Señor, por visión intelectual, tan grande que casi parecía imaginaria, se me puso en los brazos a manera de como se pinta la «Quinta angustia». Hízome temor harto esta visión, porque era muy patente y tan junta a mí, que me hizo pensar si era ilusión. Díjome: «No te espantes de esto, que con mayor unión, sin comparación, está mi Padre con tu ánima» (Relaciones 58, 3).
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