Octava de Navidad
30 de diciembre
Lo que hagáis al prójimo, se lo hacéis a Jesús.
“Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así: “Padre nuestro que estás en el cielo” (Mt 6, 7-9).
“No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te anegará; cuando pases por el fuego, no te quemarás, la llama no te abrasará. Porque yo, el Señor, soy tu Dios; el Santo de Israel es tu salvador” (Isa 43, 1-3).
El creyente alberga la certeza del auxilio del Señor. “Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día, la tiniebla es como luz para ti. Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente, porque son admirables tus obras: mi alma lo reconoce agradecida, no desconocías mis huesos” (Sal 138, 11-16).
“En el peligro grité al Señor, y el Señor me escuchó, poniéndome a salvo. El Señor está conmigo: no temo; ¿qué podrá hacerme el hombre? El Señor está conmigo y me auxilia, veré la derrota de mis adversarios. Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor | que fiarse de los jefes” (Sal 117, 5-14).
Lo que hagáis al prójimo, se lo hacéis a Jesús.
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