“José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre” (Lc 2, 4-7).
María dio a luz a Emmanuel en una cueva. En el seno mismo de nuestro mundo, nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado. El Hijo de Dios ha descendido hasta nosotros, anticipando su último descenso al fondo del Seol, para tender la mano al primer Adán y rescatar en él a toda la humanidad de su alejamiento de la salvación.
El Verbo hecho carne reconcilia a todo ser humano, lo libera de todo dualismo y recrea al hombre en una sola y mayor identidad: lo hace hijo de Dios en Él. Esta realidad y misterio habita en todo ser humano, no solo como un revestimiento externo, sino semejante a su Creador. Dios creó al hombre a su imagen. Toda la humanidad está incluida en este nacimiento.
Celebra este nacimiento y acoge en tu propia carne, quizá algo entumecida, la fuerza del Espíritu y la Buena Noticia, que te hará relacionarte de un modo diferente contigo mismo y con los demás.
Tienes en tu cuerpo la experiencia más próxima de la humanidad del Hijo de María