Octava de Navidad
30 de diciembre
Oración a Nuestra Señora
Virgen María, nada dicen las Escrituras de cómo volviste del Calvario a casa, ni con quién. ¿Acaso lo hiciste con las mujeres que te acompañaron a la ida? Intuyo que el discípulo amado fue vuestro valedor y defensa en aquellas circunstancias tan dolorosas, en las que sentías que los ojos de todos te miraban como la madre del ajusticiado. Déjame sumarme al grupo que te acompaña.
Hoy, sin embargo, me gusta traer a la memoria dos pasajes en los que apareces, según algunas interpretaciones, como jardín de Dios. Si al principio, el ángel del Señor te comunicó que Dios deseaba hacer de ti su jardín, y venir a nuestra historia como el nuevo Adán, y tu Hijo resucitado aparece en la mañana de Pascua en el jardín, ¿acaso tú fuiste el primer jardín donde sentiste a tu Hijo vivo y glorioso?
Si el ángel de la Anunciación te propuso ser jardín de Dios, con la clara resonancia del jardín primero, y el Resucitado se aparece a María Magdalena en el jardín de Arimatea, espacio que evoca también el jardín primero, intuyo que tú fuiste la primera mujer a la que Dios reveló el triunfo de su Hijo, nacido de tus entrañas, consagrándote como espacio habitable, florecido, fecundo, creyente, colmado de gracia y de amor. Tú no fuiste al jardín como lo hicieron tus compañeras, porque tú eres el verdadero jardín donde experimentar interiormente el triunfo de Jesús.
Otro texto que me ha dado luz para comprender tu misión, es el que el evangelista pone en labios del anciano Simeón, las palabras que profetizaban los dolores que padecerías por la Pasión de tu Hijo: “Una espada de dolor te atravesará el alma”. Pero, según algún exégeta, no solo padeciste con tu Hijo los dolores de su Pasión, sino que, por sus méritos, fuiste quien apartó la espada de fuego que impedía entrar de nuevo en el jardín primero.
Gracias a la Pasión de tu Hijo, a la que tú te asociaste de manera especial, ahora toda la humanidad tiene de nuevo el paso franco al lugar diseñado por el Creador para que habitara el ser humano. “Despierta, cierzo; acércate, ábrego; soplad en mi jardín, que exhale sus aromas. Entre mi amado en su jardín y coma sus frutos exquisitos. He entrado en mi jardín, hermana mía, esposa; he recogido mi mirra y mi bálsamo, he comido mi néctar con mi miel, he bebido mi vino con mi leche (Ct 4, 16-5,1) ¡Qué bien suena, desde esta perspectiva este cántico! Y ahora se comprende muy bien que tu Hijo te llame “mujer”, porque en verdad tú eres la esposa, en ti la humanidad es amada, en ti ya ha tenido lugar el proyecto amoroso de Dios, llevado a término por su Hijo, Hijo tuyo también.
Señora, recíbenos junto a ti en el jardín divino, déjanos gozar y gustar, en esta hora de Pasión, nuestro destino, el espacio florecido de la gloria.
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