Dentro de ti Santa Teresa de Jesús

Santa Teresa de Jesús
Santa Teresa de Jesús

Maestro ¿dónde vives?

¿Dónde encontrarse con Dios? 

“¿Maestro, dónde vives?” 

“«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima” (Jn 1, 38-39). 

El evangelio de san Juan describe la vocación de los primeros discípulos a partir de la pregunta que les hace Jesús, al ver que lo seguían: “¿Qué buscáis?”, a lo que los dos discípulos del Bautista responden: “Maestro ¿dónde vives?” Entonces Jesús les invitó: “Venid y lo veréis”. Nada dice el evangelista del lugar donde el Maestro y los dos discípulos pernoctaron, pero sí del efecto que produjo aquella convivencia, de la que salieron con la certeza de haberse encontrado con el Mesías anunciado por los profetas. “Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús” (Jn 1, 40-42). 

El relato vocacional me ha llevado a preguntarme por la experiencia que gustaron en aquella ocasión los dos discípulos. Al contextualizar el adverbio de lugar “dónde”, con otros pasajes del mismo Evangelio, en los que se afirma que Jesús habita en el seno de su Padre, en la intimidad con Dios, cabe preguntarse si Jesús les dejó sentir a los dos discípulos la intimidad teologal. “Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14, 20). “Yo vivo por el Padre” (Jn 6, 56). Ante la pregunta que en otro momento le hacen a Jesús los fariseos: «¿Dónde está tu Padre?», Jesús contestó: «Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre» (Jn 8, 19). “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30). “… aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Jn 10, 38). 

Ante las declaraciones que hace Jesús de estar en el Padre y el Padre en Él, si Él afirma: “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; y a quien me sirva, el Padre lo honrará” (Jn 12, 26), si los dos discípulos de Juan, aquella tarde, iniciaron el seguimiento de Jesús, ¿fueron honrados con la experiencia de Dios? ¿Qué aconteció aquella noche en intimidad con Jesús? Santa Teresa nos describe la experiencia íntima que tuvo con la Humanidad de Cristo en 1562: “Vi a la Humanidad sacratísima con más excesiva gloria que jamás la había visto. Representóseme por una noticia admirable y clara estar metido en los pechos del Padre” (V 38, 17) Y en 1582: “estando la misma noche en maitines, el mismo Señor, por visión intelectual, tan grande que casi parecía imaginaria, se me puso en los brazos a manera de como se pinta la «Quinta angustia». Hízome temor harto esta visión, porque era muy patente y tan junta a mí, que me hizo pensar si era ilusión. Díjome: «No te espantes de esto, que con mayor unión, sin comparación, está mi Padre con tu ánima» (R 58, 3). ¿Cabría pensar que aquellos primeros discípulos fueron iniciados en la experiencia de amor de Dios, y quedaron afectados para siempre? 

San Teresa habla del centro del castillo interior donde habita el Señor del Castillo, y en uno de sus poemas expresa: “Y si acaso no supieres dónde me hallarás a Mí,// No andes de aquí para allí,// sino, si hallarme quisieres, //a Mí buscarme has en ti” (Poesías 8). Todos estamos llamados a la intimidad con Jesús, de ello depende que nos sintamos sus discípulos. Y podemos decir que el lugar dónde encontrarnos con Él es dentro de nosotros. Dice Santa Teresa: “Este castillo tiene ­como he dicho­ muchas moradas, unas en lo alto, otras embajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (M I, 1,3). “Por dónde o cómo, no lo sabe; mas ello pasa así, y lo que dura no puede ignorarlo; y cuando se quita, aunque más quiere imaginarlo como antes, no aprovecha, porque se ve que es imaginación y no presencia, que ésta no está en su mano; y así son todas las cosas sobrenaturales” (R 4ª 20). Si Santa Teresa tuvo las experiencias místicas que relata, cabe pensar que los primeros discípulos también pudieron sentir la fascinación por la Humanidad de Cristo, fascinación a la que todos estamos llamados.

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