Octava de Navidad
30 de diciembre
No seamos imprudentes ante el riego de contagio, pero estemos atentos para no convertirnos en indiferentes, descomprometidos, insolidarios, huidizos, ajenos a las necesidad de proximidad, de muestras de cariño y de presencia que tienen tantas personas.
“Se le acerca un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.” (Mc 1, 40-45)
No seamos imprudentes ante el riego de contagio, pero estemos atentos para no convertirnos en indiferentes, descomprometidos, insolidarios, huidizos, ajenos a las necesidad de proximidad, de muestras de cariño y de presencia que tienen tantas personas.
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