“Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», - que quiere decir - «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: « Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.» Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró” (Mc 15, 33-37).
Al llegar a esta Estación y contemplar al Crucificado y muerto, si alguien sin fe nos observara, podría pensar que estamos enfermos o incluso algo enajenados. ¿Cómo es posible que nos detengamos ante un Crucificado entre malhechores, y que la Cruz se haya convertido en el signo y emblema de la fe cristiana? Incluso en los primeros tiempos del cristianismo, se burlaban de los creyentes en Cristo representando la cruz con un burro.
Jesús dijo: “Si el grano de trigo no muere, no da fruto”. No estamos enfermos por contemplar a un muerto. Sabemos que Él es el Hijo de Dios, quien se ofrece por la redención de toda la humanidad, y que Dios, su Padre, lo devuelve a la vida. Sabemos que el Crucificado vive.
Tu Cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos.
Hoy es la Exaltación de la Cruz, hoy adoramos a Cristo, y nos sentimos amados hasta el extremo.