La Humanidad entera, concretada en la Iglesia y personalizada por cada ser humano, tiene en las Sagradas Escrituras la contundente declaración del amor de Dios en su expresividad más íntima, como es la relación esponsal. XXXII Domingo del T.O. "A"

Invitados al banquete de bodas

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, “A” 

Evangelio 

“A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo” (Mt 25, 6-10). 

Comentario 

La limitación del lenguaje no nos deja gozar del todo de las expresiones bíblicas a la hora de acoger la declaración del amor de Dios a la humanidad, por interpretarla desde una perspectiva social, biológica y afectiva, humana en una palabra. 

La Humanidad entera, concretada en la Iglesia y personalizada por cada ser humano, tiene en las Sagradas Escrituras la contundente declaración del amor de Dios en su expresividad más íntima, como es la relación esponsal. 

La parábola que hoy se nos propone en la liturgia dominical no la debemos interpretar con matices apocalípticos, para provocar miedo, sino por el contrario, Jesús ha querido anticipar, en la imagen del esposo que llega, la realización definitiva de la alianza de Dios con su pueblo, la que Él mismo realiza en la Última Ceba, y sobre todo en la entrega total de su cuerpo en la Cruz. 

¡Qué distinto es comprender el mensaje evangélico como la revelación positiva que Dios ha querido hacer de sí mismo, enviando a su Hijo al mundo como testimonio del amor supremo de utilizarlo para amedrentar el corazón de los creyentes y de todo persona de buena voluntad! “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16). 

La vida es un itinerario en el que cada uno puede prepararse para el abrazo amoroso de Dios, unión que ya ha sucedido en Cristo, quien en el seno de Santa María se ha unido a nuestra carne como misterio del amor supremo. 

Vive de manera anticipada, a lo largo de tu vida, el encuentro con quien sabes que te ama, como canta el salmista: “Oh Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío” (Sal 62). Es muy diferente despertar cada día y levantarse por alguien que te quiere, de hacerlo con esfuerzo por pura disciplina o porque hay que ir a trabajar. El Cantar de los Cantares exulta cuando entona el verso: “«Ábreme, hermana mía, amada mía, mi paloma sin tacha; que mi cabeza está cubierta de rocío, mis rizos del relente de la noche» (Ct 5, 2). 

Ábrete al amor divino, mantén encendida la lámpara de la esperanza. No estás destinado al abismo, sino a un abrazo, a un banquete de bodas, a la celebración definitiva del amor de Dios. “Entrado se ha la esposa/ en el ameno huerto deseado/ y a su sabor reposa,/ el cuello reclinado/ sobre los dulces brazos del Amado” (San Juan de la Cruz). La condición es que mantengas tu lámpara con suficiente aceite, que es también el amor.

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