Hoy llego a la fecha brillante, al cumplir setenta y cinco años de vida y más de medio siglo en el Sistal. Según manda la Iglesia, es el momento de decir a mi obispo que quedo a su disposición, por si tiene a bien aceptar mi jubilación de toda misión pastoral canónica. 75 aniversario

como diría M. Teresita, “Gracias, perdón”. Perdonad tantos errores, inconsciencias y omisiones. Y gracias porque Buenafuente es un mosaico de presencias amorosas y gratuitas que Dios ha aunado. Todo sea para su gloria y para honor de Santa María, la Madre de Dios.

75 Cumpleaños

 Hoy llego a la fecha brillante, al cumplir setenta y cinco años de vida y más de medio siglo en el Sistal. Según manda la Iglesia, es el momento de decir a mi obispo que quedo a su disposición, por si tiene a bien aceptar mi jubilación de toda misión pastoral canónica. 

En estas circunstancias, surge en el corazón el sentimiento agridulce porque me veo sin llegar a la plenitud interior exigida por la edad, a la vez que me siento  agradecido al Señor por su misericordia, al haberme mantenido en su casa a pesar de mi debilidad. 

Brote este día de mis labios el himno de alabanza porque a pesar de mí pobreza, Él quiso hacer su obra en Buenafuente, y prolongar la existencia monástica del lugar que, en aquel tiempo, se creía destinado a la venta. 

“Proclama mi alma la grandeza del Señor”, porque ha mirado nuestra pequeñez y ha derramado tanta gracia en tantos amigos que pertenecen a esta historia de amor de Dios, y en quienes se han acercado hasta este lugar, al manantial de agua viva, al costado abierto del Cristo de la Salud. 

Ya no tengo la edad primera en la que, obediente a la moción interior, sumé mis manos hacendosas a las de quienes las tenían levantadas hacia el cielo, mujeres recias, curtidas por el frío y la pobreza, orantes y labradoras. Hoy, cuando la mente avanza imágenes futuras, suspendo el pensamiento. Quedo en brazos de Quien sé que tiene designios de paz y no de aflicción, confiado en la Providencia divina, que tantas veces ha sido pródiga en tiempos difíciles. 

Si al principio de aquellos años jóvenes percibíamos el salmo 125 como narración de lo que acontecía, y sentíamos como realidad la visión del profeta, cuando se levantaban las casas caídas, se restauraba el claustro, se repoblaba la comunidad, sonaba la cítara, repicaban las campanas, lucía el bronce afinado en la espadaña, y acudían los huéspedes, al tiempo de que crecían los amigos, en esta ocasión, me he abandonado a los designios del Señor. Sé que, al igual que hace cincuenta años Él tejió presencias y dones que se aunaron amorosamente para hacer del Sistal un lugar vivo, eclesial, acogedor, bello, Él mismo, si está en su designio, seguirá moviendo voluntades y atraerá hacia Sí a personas que ofrezcan de continuo el testimonio casi milenario de la presencia monástica en Buenafuente.

 La pandemia me ha confinado como a tantos. He vivido la experiencia de permanecer sin viajar de un lado para otro. He pasado de recorrer una media de 4.000 Kms. mensuales, a tener que arrancar el coche para que no se agotara la batería. Esta circunstancia me ha dado luz sobre lo que quizá tenga que ser la nueva etapa de mi vida, mucho más discreta, serena, silenciosa, orante, testimonial, fiel y humilde. Suelo decir que durante el confinamiento he hecho un curso acelerado de jubilación. 

Quedo en manos de Dios. Como algunos amigos me enseñaron, quiera Él que, cuando venga a invitarme a emprender el viaje definitivo, me encuentre dispuesto, esperándole. Ahora es tiempo oportuno y providente. ¡Ojalá alcance la sabiduría de comprender lo que es esencial y lo que es pasajero! Es momento de dejarse ceñir, de ir donde quizá uno no quiere, pero la vida te lleva. Que esta etapa sea como la del discípulo, una confesión de amor. 

Hermanas y amigos, especialmente los que vivís de continuo en Buenafuente: como diría M. Teresita, “Gracias, perdón”. Perdonad tantos errores, inconsciencias y omisiones. Y gracias porque Buenafuente es un mosaico de presencias amorosas y gratuitas que Dios ha aunado. Todo sea para su gloria y para honor de Santa María, la Madre de Dios.

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