El momento prensente El día a día. Nunca se sabe anticipadamente

Tiempo Ordinario

El momento presente 

Nunca sabe uno la fuerza que alberga hasta que se ve metido en la refriega, por el acoso de lo adverso, que amenaza interiormente. 

Nunca se experimenta la mano que sostiene en el abismo, hasta que por fe nos echamos en las manos de la Providencia. 

Nunca sabe el poeta el verso por anticipado, antes de que le brote la inspiración, que lleva la mano a plasmar la luz que encierra la palabra. 

Nunca se conoce el acontecimiento mientras no se vive el presente, el hoy de cada día, el ahora de cada instante, distinto a toda fantasía e hipótesis imaginadas. El libro sagrado avisa: “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón»” (Sal 94, 7-8). 

Nunca se experimenta la gracia que acompaña en los momentos aciagos, hasta que parece que no hay otro remedio que el entreguismo desesperanzado. Entonces se siente la mano invisible que sostiene. “Puedo acostarme y dormir y despertar: | el Señor me sostiene” (Sal 3, 6). 

Nunca el ayer es el presente, ni el futuro es el ahora. Dice Jesús: “Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia” (Mt 6, 34). 

Nunca se sabe el tiempo que uno seguirá siendo peregrino en esta historia, nadie es dueño de su vida, y cada amanecer es motivo de agradecimiento. “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre” (Lc 12, 40). 

La gracia acontece al hilo de la vida, al ritmo de los pasos. No mires a la cima a la que debes ascender, sino tan solo a la pisada que debes dar, y sin darte cuenta llegarás a la meta. “No mires atrás ni te detengas en la vega” (Gn 19, 17). 

El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad (Rom 8, 26). 

Jesús les dijo a sus discípulos: “Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro” (Lc 21, 14-15). 

Solo es necesaria la confianza, y permanecer en la certeza de que no estamos desamparados a merced del pensamiento negativo. “El Señor nos llama de nuevo, pero, con todo, debemos saber que el castigo por esa falta de abandono y confianza en su Palabra es la esterilidad, la incapacidad de realizar obras grandes” (C. Mª Martini).

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