Jesús, es el nombre que puede salvar La fuerza del nombre de Jesús

Al nombre de Jesús toda rodilla se doble

El nombre de Jesús 

“«¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente que todo Jerusalén conoce el milagro realizado por ellos, no podemos negarlo; les prohibiremos con amenazas que vuelvan a hablar a nadie de ese nombre»” (Act 4, 16-18). 

Las autoridades de los judíos, que gobernaban después de los acontecimientos de Pascua, ante los prodigios que hacían los apóstoles, al invocar el nombre de Jesús, les prohibieron pronunciar tal nombre: “Os prohibimos hablar en nombre de ese”. Los apóstoles les respondieron: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. 

Los evangelios nos revelan que fue el ángel del Señor quien comunicó a María y a José el nombre que debían poner a su Hijo: “Se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción” (Lc 2, 21). 

El Nazareno era conocido por el nombre de Jesús. Así lo invocaron los diez leprosos: “«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios” (Lc 17,13-14).  Le gritó el ciego: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Y quedó curado (Lc 18,48). Lo invocó el buen ladrón: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,42). 

Jesús mismo se presentó con este nombre cuando se le apareció a Saulo: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» Dijo él: «¿Quién eres, Señor?» Respondió: «Soy Jesús, a quien tú persigues” (Act 9, 4-5). 

Los apóstoles proclamaron: “Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2). Y afirman: “Bajo el cielo no hay otro nombre que pueda salvar”. Ellos saben de dónde les viene la fuerza: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda» (Act 3, 6). “Por la fe en su nombre, este, que veis aquí y que conocéis, ha recobrado el vigor por medio de su nombre” (Act 3, 16). «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Act 2, 38). 

La Iglesia concluye siempre su oración invocando el nombre de Jesucristo. San Bernardo nos ofrece el cántico: Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón. San Ignacio quiso tomar el nombre de Jesús para su compañía. Los jesuitas son los compañeros, los amigos de Jesus. La Santa castellana se quiso apellidar “de Jesús”, Teresa de Jesús. 

“… nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos» (Act 4,10 -12). Invocar al Resucitado por su nombre es hacerlo como lo llamaban desde niño sus padres.  No es talismán, significa que se cree en Él, que se le reconoce y se le quiere. En las actuales circunstancias lo invocamos con fe: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros”.

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