«Hijo de David, ten compasión de mí» (Mc 10, 48).
Cada vez se aconseja más la meditación cristiana, que libera de las divagaciones mentales y se expresa con la sencillez de un mantra reiterado. Aunque las letanías lauretanas invocan a la Virgen con diversos títulos, el inicio de esta oración es trinitario y evoca la súplica del ciego de Jericó. En el rezo del rosario, como un obstinato, se invocan los muchos títulos de María, a lo que se responde con la expresión: “Ruega por nosotros”.
Jesús, en los ejemplos que utiliza para exhortar a la oración, menciona la súplica insistente de quien llamó a su amigo en medio de la noche para pedirle pan: “Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y va durante la medianoche y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos ha llegado de viaje y no tengo nada que ofrecerle’; y desde dentro aquel le responde: ‘No me molestes; la puerta ya está cerrada, mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos’. Os digo que, aunque no se levante y se los dé por ser su amigo, al menos por su insistencia se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre” (Lc 11, 5-10).
No te canses en tu invocación del nombre de María.