26 de octubre, XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Texto bíblico
“Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no” (Lc 18, 9-11.13-14).
Comentario
En el ejercicio de discernimiento personal, si uno se autojustifica por las obras que realiza, corre el riesgo de parecerse al fariseo de la parábola: aquel que se cree justo porque se enorgullece de sus propias prácticas. En cambio, el publicano, consciente de su pobreza y de su condición de pecador, es quien sale justificado.
Es relativamente fácil caer en el síndrome del perfeccionismo y sentirse superior a los demás por las obras que se llevan a cabo. En este caso, el narcisismo egocéntrico termina por destruir la virtud con la que uno podría presentarse ante el Señor con un corazón agradecido, en lugar de pretencioso.
Solo Jesucristo es el Salvador. El creyente, reconociendo la obra de la Redención, busca corresponder al amor de Dios mediante las obras de misericordia, sin enorgullecerse de lo que hace, sino actuando con humildad.
Propuesta:
¿En quién te sientes reflejado?