A vino nuevo, odres nuevos 5 de septiembre

«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber». Jesús les dijo: «¿Acaso podéis hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días». Les dijo también una parábola: «Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque, si lo hace, el nuevo se rompe y al viejo no le cuadra la pieza del nuevo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos: porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: “El añejo es mejor”». (Lc 5, 33-39)
En la respuesta de Jesús a los escribas y fariseos acerca de la cuestión del ayuno, se revela la identidad del Maestro como novio y esposo. Uno de los núcleos del Evangelio es precisamente la afirmación de que el Nazareno es la manifestación del amor de Dios, quien desde el principio utiliza la imagen matrimonial como símbolo del enamoramiento que Él siente por la humanidad.
Algunos estudiosos señalan que en los primeros manuscritos del Evangelio no aparece la referencia al ayuno —práctica religiosa anterior al cristianismo— y, por ello, Jesús busca distanciarse de todo moralismo autojustificativo para afirmar la religión del amor.
Al mismo tiempo que Jesús apela al amor esponsal, recurre a un lenguaje doméstico, en el que se descubre al Hijo de María y de José, de quienes aprendió cómo se debe conservar el vino y cómo se debe remendar un manto roto. Estas referencias nos acercan a la vida oculta de quien vivió treinta años en la discreción.