Adviento: Esperanzas en el otro mundo posible

El año va llegando a su fin y es tiempo de hacer las correspondientes evaluaciones y de celebrar. Como Iglesia desde el Primer Domingo de Adviento hemos comenzado un nuevo año litúrgico en el que será Lucas el Evangelista que nos acompañará este 2015-2016 (Ciclo C). El propósito de este artículo es hacer dialogar el tiempo del Adviento con la realidad sociocultural en la que estamos moviéndonos. ¿Tiene algo que decir el tiempo de preparación a la Navidad a los creyentes y no creyentes de hoy? ¿Qué elementos podemos asumir para experimentar la acción de un Dios que nace como un niño galileo, marginado y pobre? Creo que la virtud que califica de mejor manera este tiempo litúrgico es la Esperanza. Veamos por qué.

Si realizamos una lectura rápida a las lecturas del Adviento, nos daremos cuenta que los personajes bíblicos propios del tiempo litúrgico que estamos viviendo son Isaías uno de los profetas mayores del Antiguo Testamento, Juan Bautista con quien termina el tiempo de las promesas y María de Nazaret, la madre que aguarda el nacimiento de su Hijo Jesús y que viene a inaugurar el tiempo del cumplimiento de las promesas hechas a los padres en el pasado.

Estos tres personajes vienen a sintetizar esto de las “esperanzas en el otro mundo posible”. Isaías anuncia esta esperanza cuando dice: “Entonces el lobo y el cordero irán juntos, y la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león engordarán juntos y un niño los pastoreará” (Is 11,6). La imagen metafórica de la reconciliación del reino animal bajo la conducción de un niño-pastor viene a significar la renovación del tiempo y de aquello que estaba desunido. La figura de los niños manifiesta el factor de novedad y de esperanza que poseen los tiempos que vendría a inaugurar el Mesías prometido. Es más, el mismo Isaías en otro pasaje sostiene: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz intensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz (…) Porque un niño nos ha nacido, nos han traído un hijo” (Is 9,1.5a). Vemos nuevamente la presencia de este niño que viene como regalo del cielo para acrecentar nuestra esperanza en el paso de la oscuridad y de la muerte a la luz y a la vida que no conoce fin.

Por su parte Juan Bautista se presenta como aquel que cierra el ciclo del Antiguo Testamento y que anuncia al Mesías que ya está próximo. Él es la voz que grita en el desierto diciendo: preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos (Cf. Mt 3,3). Cuando Isaías en la profecía que se le aplica a Juan Bautista habla de que se deben “enderezar los senderos”, esto aparece como un llamado a practicar la justicia, la verdad y la libertad. Son los senderos de la educación, de la participación democrática, de la igualdad en las pensiones de los adultos mayores, de la equidad cultural aquellos que se nos pide enderezar porque siguen estando torcidos. Y eso es justamente dar buenas noticias y anunciar que otro mundo sigue siendo posible. Los tiempos de la paz mesiánica de Isaías son justamente el camino que es compartido por todos y todas sin distinción.

Veamos finalmente qué acontece con María. Ella es la que comienza el tiempo nuevo del otro mundo posible. Desde la Anunciación de Gabriel, María comienza a participar activamente de este proyecto salvífico que Dios quiere para todos y todas. Cuando se dice que sobre María descansa la sombra de Dios (Lc 1,35) se está pensando en la antigua tienda del encuentro que el pueblo de Israel construyó en su estadía en el desierto luego del Éxodo (Ex 33,7-11). Ella era símbolo de la presencia de Dios en el pueblo. Es interesante darnos cuenta de que María es la nueva tienda del encuentro, ya que en ella Dios está presente gestándose en medio de su pueblo. La cercanía de Dios no puede ser mayor que en la persona del Hijo de María, ya que Él es el Dios-con-nosotros, el Emmanuel, el Verbo que se hace carne y pone su tienda entre sus hermanos los hombres (Jn 1,14).

La comunión entre Dios y su pueblo está comenzando en María, mujer del Adviento y de la esperanza en el Reino. La Navidad así toma un sentido profundamente radical y novedoso. Dios viene a nuestro encuentro en la persona de un niño que está gestándose en el vientre de una mujer, y de una mujer nazarena. María es doblemente marginada, por su ser mujer y por el lugar del cual procede y es de tal magnitud la salvación que Dios quiso nacer de una excluida.

Cuando contemplemos el pesebre de nuestras casas, de nuestra comunidad o parroquia y cuando en la Nochebuena esa imagen sencilla pero salvadora del niño Dios entre a nuestra celebración para quedarse en medio de su pueblo, volvamos a mirar la experiencia de fe de Isaías que anuncia el niño-pastor que será el Mesías de Dios, volvamos a escuchar la palabra profética del Bautista que nos señala precursor que el Mesías ya llegó y unámonos a la fe de esta mujer sencilla de Nazaret que discierne y se coloca en total disposición del Altísimo para que Él obre en ella según su palabra. María nos enseña a acoger al Dios que quiere gestarse en su vientre y que quiere poner su tienda en medio del pueblo anunciando la esperanza de que otro mundo siga siendo posible.

¡Feliz Adviento y Feliz Navidad!
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