“UN DIOS QUE ESCRIBE SOBRE RENGLONES TORCIDOS” IV Domingo de Cuaresma

Lo nuevo: Jesús escribiendo

Una de las cosas interesantes de este relato es que se muestra a Jesús escribiendo (vv. 6 y 8). Esto es algo totalmente nuevo, ya que no habíamos visto al Maestro hacerlo, ni en los sinópticos ni tampoco en Juan. Es más, los testimonios nos dicen que Él sólo predicó durante 3 años, no dejó escrito nada. El evangelista no nos dice qué es lo que Jesús plasma en tierra. Podrían ser muchas las conjeturas acerca de cuál fue el mensaje que se perdió.

La tierra, el polvo, no es una superficie adecuada para escribir, cualquier cosa la puede borrar. ¿Por qué Jesús no escribió en una superficie apta para dicha tarea? Quizás quiso significar que los pecados de la mujer no son nada comparados con la misericordia que Dios nos tiene. Es más, en el texto encontramos la invocación de la Ley de Moisés por parte de los fariseos y escribas. Acontece por tanto una oposición entre el esquema de la Ley y el esquema de la gracia de Dios. El primer “esquema” o la primera lógica, viene a esclavizar a la persona humana en un sinfín de reglas y normativas, en cambio la lógica de Dios es una basada en el don sobreabundante, en la gracia excesiva. Dios perdona los pecados de aquellos que se convierten. Es la gracia que actúa en nosotros y nos permite reconocernos limitados. En definitiva, reconocemos y debemos hacerlo continuamente, de que el Dios de Jesús escribe sobre renglones torcidos.


El Evangelio de la ironía

Entre la invocación de la Ley y la escritura en el suelo, Jesús habla: “el que esté libre de pecado, que lance la primera piedra” (Jn 8,7). Y Jesús vuelve a su labor de escribir en el lugar menos apto para dicha tarea. Y el Evangelista, con una ironía exquisita, nos dice: “y todos se comenzaron a ir, partiendo por los más viejos” (Jn 8,9). El cuarto evangelista utiliza este recurso lingüístico y textual para significar que no somos quienes para juzgar los pecados ajenos, esto porque hemos de reconocer el propio. Es como dicen los sinópticos: “no veas la paja en el ojo ajeno, sino la viga que tienes en el tuyo”.

Vuelve a presentarse el esquema de la ley opuesto diametralmente al esquema del don, de la gracia sobreabundante. ¿Cuántas veces como Iglesia hemos optado por el fariseísmo? Quizás cuántas veces en la comunidad cristiana hemos tratado de vivir cierto gnosticismo, aquella doctrina que sostiene que sólo un grupo de iniciados e iluminados optan a la salvación; o cuántas veces nos hemos comportado como donatistas, aquella herejía que sostenía que la salvación era propiedad exclusiva de unos pocos. Pareciera ser que en nuestras comunidades cristianas vamos reciclando e invocando estas herejías condenadas por la Iglesia de los primeros siglos. Queremos arrogarnos la pretensión de decidir quién se salva y quién no.

Tampoco a nosotros nos condena: la salvación es comunitaria

El deseo del Dios cristiano es que la salvación sea eminentemente comunitaria, por ello constituye un Pueblo, Israel, que es la prefiguración de la Iglesia de Cristo. La vocación de la Iglesia es ser signo, sacramento de la unidad del género humano con Dios y del género humano entre sí. Con esto, siendo Cristo el que salva debe necesariamente hacerlo en consideración a otros, y por ello la salvación personal se juega en la salvación de los otros. Yo me salvo con los otros y me salvo gracias a los otros. Si el Dios cristiano se comprende como uno que actúa en ‘favor de los otros’, y si la salvación consiste en ser parte de Él, de su cuerpo del cual Él es la cabeza, entonces la Iglesia aparece como necesaria. La Iglesia está para todos y por ello la expresión ‘preparación al Evangelio’ tiene el sentido de pensar nuestra salvación eclesiológicamente vivida. Pero dicha vivencia a mi entender no sólo debe comprenderse como externa, porque ahí caeríamos en lo que Francisco ha llamado una ONG, una institución más dentro de un gran entramado de otras instituciones, caritativas y justas.

La acción de Jesús con la mujer, y la invitación a la conversión, son los elementos claves de un Evangelio, de una buena noticia que comenzó a escribirse en tierra para luego ser inscrita para siempre en el corazón agradecido de la mujer perdonada y de cada uno de nosotros.
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