Distancia-ausencia: una lectura pascual desde Michel de Certeau

Por distintas razones he vuelto sobre la lectura de un autor obligado de mi biblioteca personal, Michel de Certeau. Con algunos amigos académicos y colegas del amplio y desafiante camino de la vida he ido coincidiendo en que De Certeau es una figura urgente para pensar estos días pascuales, de cuarentena, de pandemia, de ausencias y distancias.

Michel de Certeau fue un jesuita francés que vivió la segunda mitad del siglo XX. Fue filósofo, nunca se consideró a sí mismo como teólogo y vivió siempre en los márgenes de la misma Compañía de Jesús. Muy cercano a la historia, a la mística y a los contactos con el psicoanálisis, sobre todo con Jacques Lacan. Sugiero desde ya la lectura de las obras de este pensador.

            En estos días frágiles, en los cuales la vulnerabilidad se ha hecho más patente, en la Pascua de Jesús, en la irrupción de una inusitada forma de vivir como es la resurrección, al decir de la teóloga Elsa Tamez, quisiera ensayar muy libremente dos conceptos presentes en De Certeau y que quizás pueden ayudar a iluminar la vida. Ellos son: distancia y ausencia. Y creo que son expresiones y experiencias claves ya que todos tenemos estamos inmersos en ellas. Estamos en nuestras casas practicando la “distancia social”, hay alguien ausente, ya sea por la misma distancia, o porque está en el hospital afectado por el virus u otra enfermedad o porque ha vivido su propia pascua. Quizás la mejor forma de definir estos días sea justamente como de distancia-ausencia, palabras muy hermanadas, signos de una humanidad dolida pero esperanzada, expresiones de un anhelo, de un deseo, de una vida.

Comienzo. Una de las tesis, a mi entender más destacadas, de Michel de Certeau es que el cristianismo, como experiencia creyente, surge de la pérdida de un cuerpo. El acontecimiento “Resurrección” es la búsqueda de un ausente. Cristo no está en el sepulcro. Los ángeles dicen a las mujeres: “no está ahí”, “buscan a un muerto entre vivos”, “Jesús no está en el sepulcro”. La Pascua es la contemplación de alguien que falta, de un cuerpo que no está. Los discípulos escondidos por el temor a los judíos, una comunidad disgregada en donde algunos vuelven a su antigua aldea (Emaús), y otros a sus antiguos oficios (Pedro y sus compañeros pecando en Juan 21), muestran que la crisis llega con la ausencia del otro, de Jesús. Jean-Daniel Causse haciéndose eco de las palabras de De Certeau dice que “el cuerpo cristiano se construye así sobre la base de una ausencia inaugural”. Pero, y esta es quizás la riqueza del cristianismo como experiencia humana, como dinámica que anima la felicidad y la esperanza, como espacio de encuentro con el Dios Pascual, es que la ausencia no es vacío, no es triunfo de la muerte, no es fatalismo ni desesperanza.

La ausencia, para De Certeau, es una presencia. Se habla de una ausencia presente y de una presencia ausente. Cristo no está físicamente con la comunidad pero el Espíritu continúa animando los procesos de plenitud y transformación. Hoy continuamos siendo transformados por el Espíritu del Ausente que hace que permanezca Presente en nuestro propio presente. Surge una comunidad espiritual sostenida por el Don Espiritual de Dios. La ausencia no es vacío porque al estar Cristo presente en la vida comunitaria, en la práctica de la oración, en la compasión efectiva con el sufriente, Dios invita a que esa misma comunidad continúe escribiendo la historia. Y hoy, en tiempos donde hay ausentes concretos, Cristos-ausentes con rostro e historia, la humanidad tiene el desafío permanente de reescribir una historia desde esos mismos ausentes. La Iglesia tiene la oportunidad maravillosa para convertirse en comunidad que celebra al Ausente que está Presente en cada acontecimiento de justicia, verdad, reparación, transformación, bondad y belleza. El Ausente está Presente en los ausentes… hoy continuamos esperando a nuestros ausentes.

            El segundo concepto es distancia. Hay un relato pascual particularmente bello, el encuentro de Magdalena con Jesús en Juan 20,11-18. Magdalena llorando fuera del sepulcro, Jesús (a quien ella cree es el jardinero) le pregunta el por qué de sus lágrimas. Magdalena protestante por la desaparición del cuerpo (la ausencia). Jesús llamándola por su nombre: Mariam. Ella, dándose vuelta (para De Certeau este “giro” es el comienzo de la fe, la conversión, la transformación, el cambio), le responde: Rabuní, mi maestro… mi amado maestro. Ella queriéndolo tocar, Jesús impidiéndolo o marcando una distancia. Para Michel de Certeau la distancia es el signo de un nuevo nacimiento. María Magdalena es constituida en una nueva persona gracias a la Resurrección. La Pascua engendra nuevos hombres y mujeres… ¡hombres y mujeres nuevos-as, creadores-as de la historia!. La Pascua es la creación nueva, es la transformación radical de la vida. La Pascua es la belleza suprema. Pero hay distancia. Michel de Certeau dice que la distancia permite que la vida nazca. El “no me retengas” en los labios de Jesús es una invitación a que Magdalena no lo posea egoístamente, sino que permita que el Resucitado se comunique a todos. María desea tocar a Jesús, pero Jesús coloca un freno a la posesión desligada de los otros. Por ello habla del “Dios de ustedes y del Padre de ustedes”. La comunidad es el horizonte, la vida en común es el espacio donde la Vida-Dios se hace presente. De Certeau repite continuamente que los otros son los que permiten el encuentro con lo Divino. Cristo se oculta para aparecer, sale al encuentro para subir al Padre.

            Pienso que la distancia declarada por Jesús Resucitado y en estos días de distancia social se van unificando. Nos hemos distanciado para volver a encontrarnos y para que nos encontremos ojalá (sabemos que no será del todo así) nadie falte. La distancia social de estos días tiene una fecundidad propia. El “no me toques”, el “no te acerques” no quisiera comprenderlo como una negativa a vivir vinculados sino que a una forma de humanidad responsable, ética y solidaria. La vida en común de los que son capaces de distanciarse para volver a encontrarse pienso está en la base de esta lógica de la Pascua. De alguna manera los conceptos propuestos por este pensador llamado Michel de Certeau ofrecen luces nuevas para pensar la vida humana.

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