MIÉRCOLES DE CENIZA “La espiritualidad del silencio”

Lecturas: Joel 2,12-18; Sal 50; 2 Cor, 5-20-6,2; Mt 6,1-6-18

La Cuaresma ha llegado nuevamente. Son esos momentos fuertes del año litúrgico, y lo es por su sentido de penitencia, de silencio y oración, de caridad y de ayuno. Este tiempo es la preparación que como Iglesia hacemos teniendo la Pascua como horizonte de sentido para nuestra propia experiencia cristiana. Comenzamos Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, día especialmente rico en simbolismos. El rito penitencial, ubicado tradicionalmente al inicio de la Misa, este día se traslada hasta después de la homilía y es significado por la imposición de la ceniza. Ella, con su poca consistencia, con su color oscuro, nos recuerda aquello que nos dice el Génesis “recuerda que eres polvo y al polvo retornarás” (Gn 3,19), y se nos invita además a creer y convertirnos al Evangelio del Reino de Jesús (Cf. Mc 1,14-15).

He querido titular la reflexión de este Miércoles de Ceniza con el título “La espiritualidad del silencio”. El Evangelio de Mateo que hoy se proclama nos presenta las tres actitudes que sustentan el tiempo cuaresmal: Limosna, Oración y Ayuno. Una de las cosas que se repiten en este pasaje de Mateo es que cada una de estas actitudes deben realizarse “en secreto”, “en silencio”, sin verborrea. El Dios de Jesús es aquél que escucha el silencio y que ve el secreto. Es el Dios del susurro de la hora de la tarde, del viento suave que pasa por delante de la cueva del Horeb, del último suspiro de Jesús moribundo en la cruz, del soplo creador tanto en el Paraíso como en Pentecostés.

El tiempo de Cuaresma nos invita al silencio, a buscar nuestros aposentos (Mt 6,6), revisar nuestra vida interior y discernir cuál es la voz de Dios que nos habla en el silencio. La capacidad de contemplar el día de la salvación que está llegando (Segunda lectura del Miércoles de Ceniza) es justamente la clave de interpretación de una buena y sana espiritualidad cuaresmal.

Que el Evangelio nos invite al silencio no quiere decir que hemos de andar con cara desfigurada (Mt 6,16), sino que el silencio nos debe permitir rejuvenecer. El perfume en la cabeza y el rostro lavado son signos de la esperanza en la Resurrección de Jesús que comenzamos a preparar desde este día.


Preguntas para la reflexión

¿Cómo vivo el silencio con Dios?
¿Qué me pide el Señor vivir en esta Cuaresma?
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