Promesa de la gloria del Dios crucificado - Segundo Domingo de Cuaresma

El segundo domingo de Cuaresma nos propone la reflexión del texto de la Transfiguración de Jesús del Evangelio de Lucas). Es un texto que tiene una variedad de aproximaciones pero que en este tiempo litúrgico se pueden resumir en esto que hemos llamado la “Promesa de la gloria del Dios crucificado”.


“Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago”
. Es de notar que esto tres discípulos están presentes con Jesús en momentos especialmente significativos de su vida. Son los primeros llamados por Jesús (Mc 1,16-19), están con Jesús en el Huerto de los Olivos acompañándolo (durmiendo) en las horas previas a su detención (Mc 14,33). La intimidad con Jesús es una de las características del discipulado en Marcos, evangelista que junto con presentar la llamada “estructura cristofánica”, es decir, la manifestación progresiva de quién es Jesús, también presenta progresivamente quién es el verdadero discípulo. El discipulado cristiano y por consecuencia la Iglesia no se entiende sino es en referencia a Jesús.

“… y subió a la montaña para orar. Mientras oraba su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante”. El monte es un lugar recurrente en la Biblia y expresa una topografía de carácter sagrada, ya que es el espacio físico en el cual la manifestación divina es máxima. Así tenemos el Monte Sinaí-Horeb, el Carmelo, la misma Jerusalén tiene el Monte Sión como el hogar de Yahvé, el de las Bienaventuranzas, el Gólgota, el de los Olivos y ahora el Tabor. El creyente bíblico sube a los montes desde donde él sabe que le vendrá el auxilio (Cf. Sal 120).

Y “se transfiguró” dice sencillamente Marcos. Y añade “y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo” añade Marcos 9,3. Benedicto XVI nos dice en su “Jesús de Nazaret” “Jesús resplandece desde el interior, no sólo recibe la luz, sino que Él mismo es Luz de Luz” (2007:362). El “Luz de Luz” pertenece a la formulación cristológica del Concilio de Nicea (325) en donde se define dogmáticamente la divinidad de Jesús y su ser verdadero Dios contra el error de Arrio quien había sostenido que Jesús no era verdadero Dios. El ser Dios de Jesús se manifiesta en la Transfiguración, signo de la Gloria que tenía con el Padre antes de todos los siglos y que anticipa a su vez su Resurrección y Glorificación. En la Transfiguración está pues condensada la Gloria que este Mesías nos promete, Gloria que pasa necesariamente por la Cruz.


“Y dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén... Maestro que bien estamos aquí. Hagamos tres carpas”.
Elías representante de los grandes profetas de Israel y Moisés, liberador del Pueblo y representante de la Ley, del Pentateuco. En torno a Jesús se condensan todas las esperanzas del pueblo de Israel, Él es el cumplimiento de las promesas hechas por Dios en el pasado. En Él Dios ha venido a habitar en medio de su pueblo. Las “tiendas”, otro espacio sagrado en el mundo bíblico. Nos recuerdan a la Tienda del Encuentro que Israel tenía en su caminar por el desierto y en la cual Dios moraba (Ex 33,7s), tienda que luego se cambia por el Templo, hogar de Yahvé. En el prólogo del Evangelio de Juan se nos dice que el Verbo de Dios ha venido a colocar su tienda en medio de las nuestras. El que mora en tiendas es un nómade, un peregrino y por consecuencia nuestro Dios es uno que va de camino junto al Pueblo y en este camino Cuaresmal nos invita a vivir el Éxodo, la Liberación.

“Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo". La Transfiguración viene a ser una gran síntesis de elementos bíblicos del Antiguo Testamento: Elías, Moisés, el monte, las tiendas. Ahora vemos la “nube”, la cual era también un signo de la presencia de Dios para el Pueblo. Recordar el Éxodo “Yahvé iba delante de ello, de día en columna de nube para guiarlos por el camino y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo” (Ex 13,21-22). No se apartó del pueblo… Dios camina con nosotros, es Emmanuel, es peregrino, es el Dios del Éxodo y del camino. Y está presente en la nube, una ¡nube que habla!. Dios desde la nube da testimonio del Hijo así como el Bautismo. Es el Hijo en el sentido de la entronización como Mesías y como Hijo en el sentido propio de la palabra.

¡ESCUCHENLO!... La escucha, virtud y vivencia de la fe. Saber escuchar y saber discernir cuál es el querer de Dios. Escucha tiene que ver con obediencia, comparten la raíz etimológica. Conversión… agudizar el oído, o como dice Isaías: Dios me despierta el oído mañana tras mañana para que escuche como los discípulos (Is 50,4). ¿Y qué sucede al final del relato? Jesús baja del monte con los discípulos. Sabe que la hora de la Glorificación aún no llega. Debe volver al valle, al mundo, a los pobres.

Hay en esto un llamado a la Iglesia: Está siempre la tentación de quedarnos en la comodidad del Tabor (en otro texto dice Pedro: Que bien estamos aquí). El confort y el sabor de la Gloria y de la luz de la Resurrección es más fácil de digerir. La Cruz es algo que molesta (Pedro también: Dios no lo quiera Maestro… Apártate de mí Satanás (Jesús)). La Cuaresma es un tiempo para vivir entre el Tabor y la Gloria pero pasando por la Cruz (el que quiera seguirme tome su cruz). El discipulado cristiano debe bajar del Monte, a la realidad, Encarnarse como Jesús hasta las últimas consecuencias de la frágil condición humana, y lo hace porque sabe que la Exaltación es una promesa, porque en el Tabor pudimos degustar la PROMESA DE GLORIA DEL DIOS CRUCIFICADO.


Para la reflexión.

¿Cuáles han sido mis momentos en el Tabor?
¿Cómo reavivar en esta Cuaresma las esperanzas en la gloria del Dios crucificado?
¿Qué significa para mi bajar del Tabor?
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