EL SEÑOR NOS HA ENVIADO A ANUNCIAR UN JUBILEO

Jueves primero de Adviento
03/12/2015
Lucas 4,16-2

El origen de la misión de Jesús se ubica en Nazaret, una pequeña aldea de Judea, una provincia insignificante en el vasto imperio romano. Nazaret era un poblado que no tenía muy buena fama. Así, cuando Felipe es llamado por Jesús para ser su discípulo, le va a contar a su amigo Natanael que había encontrado al Mesías y que éste venía de Nazaret, a lo que Natanel afirma muy patriota: “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?” (Jn 1,46). En otra ocasión, y en el contexto de una discusión sobre el origen de Jesús algunos fariseos le dicen a Nicodemo: “estudia y verás que de Galilea no salen profetas” (Jn 7,52). Y un adagio popular de la época decía: “a quien Dios castiga le da por mujer una nazarena”. Nazaret y toda la provincia de Galilea eran un territorio mal visto, pero cómo a Dios le gustan las cosas difíciles, decide comenzar toda la obra de la Salvación en esta tierra marginada.

Jesús vuelve a sus orígenes modestos. El Mesías viene de la tierra excluida y él mismo será un excluido por compartir la suerte de tantos que fueron extirpados del sistema social y productivo de Israel. En la sinagoga actúa como Maestro y proclama la lectura de Isaías 61, en la cual se anuncia cómo Dios envía a su Mesías, palabra que significa Ungido por el Espíritu, a anunciar las buenas noticias de un Año de Gracia, de un Jubileo, cómo el que estamos prontos a iniciar el próximo 08 de Diciembre.

Este anuncio presenta una lista de muchos rostros que son excluidos, pecadores, enfermos, los cuales son los protagonistas de los últimos tiempos. Este tiempo se inaugura además con la apertura de ojos y oídos y con el cumplimiento de Escrituras “todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó pues, a decirles: Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy” (Lc 4, 20-21). Jesús da comienzo al hoy de la salvación, por la cual el Ungido (Mesías) tiene ante todo una función social en bien de los más pequeños y desamparados. El que Jesús comience el ministerio en Galilea, quiere expresar el que Jesús legitima el anuncio del evangelio a sujetos considerados excluidos del sistema religioso judío, esto es, endemoniados, impuros, indignos de la alianza con Dios.


Ahora bien, ¿Qué pasaría si hacemos el siguiente trabajo? Cambiemos el “mí” del Señor por el “nosotros” de la Iglesia. El texto quedaría de la siguiente manera: “El Espíritu del Señor SOBRE NOSOTROS; porque NOS HA ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, NOS HA enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Con este sencillo pero significativo cambio, el sentido del texto se amplía a cada uno de nosotros, misioneros y misioneras, discípulos y discípulas en las cosas cotidianas de nuestro propio Nazaret. Nosotros somos aquellos que hemos recibido el Espíritu en nuestro bautismo y confirmación, en la vida eclesial y pastoral. Nosotros somos los enviados por Dios para anunciar, liberar, dar vista, y proclamar las buenas nuevas de Dios, y que como hemos visto antes, es testimoniar el Reinado de Dios.

Estamos próximos a comenzar un nuevo tiempo de gracia, un nuevo Jubileo, que el Papa Francisco lo ha querido dedicar a la Misericordia la cual tuvo su origen en el anuncio que Jesús realizó en Nazaret en donde declaró que los invisibles de nuestras calles son los protagonistas del Reino de Dios. Los migrantes, los mapuches, las minorías sexuales y culturales, los jóvenes, los ancianos con sus pensiones de muerte, los no nacidos, a los que se les apunta con el dedo. La vivencia de un año de gracia implica que el Jubileo de la Misericordia no puede agotarse a un periodo determinado de tiempo, por el contrario, ha de prolongarse como experiencia eclesial que se crea y recrea, que se piensa y que se celebra litúrgicamente. La vivencia de la misericordia, del ser más íntimo del Dios de Israel y Padre de Jesús, compromete al creyente a un proyecto determinado: el Reinado de Dios que ya está en medio de nosotros (Mc 1,14-15) pero que se consumará definitivamente en la segunda venida de Jesús, Mesías de la Misericordia, venida que estamos celebrando en este tiempo litúrgico del Adviento.

La comunidad creyente ha de propiciar que la práctica de la misericordia sea una que sobrepase los confines de la Iglesia de manera de anunciar al mundo que “nadie puede limitar la misericordia divina porque sus puertas están siempre abiertas” (MV 23). El año de la Misericordia al que se nos ha invitado a entrar por la Puerta Santa que es Cristo, debe encontarnos despiertos, con un oído que aprenda a escuchar el susurro del Dios que habla a las Iglesias (Ap 3,13). Que María, “Madre de la Misericordia” (MV 24) y “Arca de la Alianza” (MV 24) nos ayude a prolongar la presencia del Reino y de su Cristo en medio de nuestra cultura, de manera de anunciar a todos un año de gracia de parte de nuestro Dios.
Volver arriba