Aprender a escuchar el respirar de los ángeles: Una espiritualidad cósmico-humana

Dice el poeta estadounidense Paul Auster: “yacemos en la médula/ más honda de la tierra y escuchamos/ el respirar de los ángeles”. El poeta, el visionario, aquel hombre y mujer que poseen el corazón y la razón como verdaderas antenas que están atentas al murmurar de la tierra profunda y al respirar de los ángeles, nos muestran cuáles podrían ser las claves para pensar una espiritualidad cósmico-humana, temática que me gustaría ofrecer en este breve artículo. Siguiendo la pista de mi anterior artículo (Notas sobre espiritualidad y lenguaje), quisiera acercarme un poco más a la cuestión de la espiritualidad, pero ahora en su dimensión de vínculo con el cielo y con la tierra. Generalmente la mística o la espiritualidad se entienden como dimensiones vividas en desconexión con la historia, con el mundo, sus procesos y con las relaciones que el ser humano vive con los demás o con la naturaleza. Esa dimensión que podríamos denominar intimista es lo que el poeta Auster vendría a desarmar en cuanto indica que, sólo yaciendo en la profundidad de la tierra, en su médula, en las crisis cotidianas del vacío es donde podemos escuchar el respirar de los ángeles.

La espiritualidad cósmico-humana puede ser un camino de apertura de nuestros sentidos a la posibilidad de escuchar y aprender otro lenguaje, otro entramado simbólico, verbal, sensible o razonable para hacer experiencia de la realidad y de escuchar el respirar de los ángeles, de vincularnos entre nosotros, con la naturaleza y con Dios. Hacer experiencia significa, literalmente, ser capaces de introducirnos en la trama de los días, ser capaces de perforar y comprender la realidad, aún sabiendo que dicho perforar o dicha salida supone el riesgo en cuanto nuestras palabras nunca alcanzarán a abarcar la totalidad de lo que somos y de lo que rodea. El mismo Paul Auster lo recuerda en su poema Interior: “en la imposibilidad de la palabra,/ en la palabra no hablada/ que asfixia,/ me encuentro a mí mismo”. Somos espiritualidad en la apertura de la vida que no sabe decir de manera total. Y, en el caso del vínculo con Dios, supone el desafío de comprender que su Presencia es como la zarza de Moisés (Cf. Ex 3), de un Dios vivido en la imposibilidad de capturarlo, de acercarnos a una vivencia ocurrida en la distancia de la prohibición de acercarse y poseer a la Voz que surge de la zarza, del reconocimiento de la tierra donde estamos viviendo. 

El respirar de los ángeles, además, posee una profunda estética de lo sutil. En nuestro tiempo cargado de estímulos sonoros, ser capaces de escuchar el susurro de los ángeles, aprender a reconocer los silencios y los soplos humanos y divinos, es un desafío a nuestra humanidad y a nuestra vivencia espiritual. Susan Sontag decía que cada época debe ser capaz de inventarse su propio proyecto de espiritualidad. Quizás nuestra época puede encontrar en la espiritualidad cósmico-humana, en el respirar de los ángeles que se escucha desde la profundidad de la médula terrestre el espacio de imaginación de un tiempo nuevo, más sensible a lo sutil, más propositivo que determinista, más abierto a la vida que enclaustrado en tantas cosas que dañan. Eso, quizás, es escuchar el respirar de los ángeles como imagen de la espiritualidad cósmico-humana.

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