La muerte de Jesús fue una consecuencia de cómo vivió




Si uno recorre los evangelios, puede notar cómo Jesús rompe el modelo de Mesías que Israel esperaba. Algunas tradiciones hablaban de un Mesías guerrero, al estilo de David, un Mesías que liberaría a Israel de la opresión de los poderes extranjeros, o un Mesías sacerdote que restauraría el culto antiguo. Pero, para sorpresa de los contemporáneos del Señor, Jesús no encuadra dentro de la imaginación mesiánica. En Mateo se nos cuenta: “Porque vino Juan (Bautista) que no comía ni bebía, y dicen: ``Tiene un demonio. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: ``Miren, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores” (Mt 11,18-19). Y esto escandalizaba a los judíos.

Éxitos y fracasos, simpatías y hostilidad constituyeron desde el principio la trama de la vida de Jesús. Su muerte violenta fue una consecuencia de su obrar, de la pretensión que había caracterizado su vivir y había provocado la oposición cada vez más cerrada de las autoridades judías. Teniendo en cuenta sus tomas de posición, el final, en cierto modo, fue lógico. No buscó la muerte, pero ésta le vino impuesta desde fuera y él la aceptó, no resignadamente, sino como expresión de la libertad y la fidelidad a la causa de Dios y de los hombres. Abandonado, rechazado y amenazado, no se doblegó para sobrevivir, sino que siguió fiel a su misión. Jesús preveía su muerte, pero no tenía certeza absoluta de ella. ¿Pero cómo compatibilizar esto, por ejemplo, con el Evangelio de Juan en donde se dice que Jesús sabía todo lo que iba a pasar?

Resulta que en nosotros tenemos dos imágenes de Jesús: de los evangelios sinópticos que muestran a un Jesús más humano, con más elementos psicológicos, sentimientos, emociones, dudas; y el Jesús de Juan que muestra a un Jesús seguro en todo momento, que tenía todo fríamente calculado. Ahora, si nos quedamos con una visión parcelada de Jesús terminamos destruyendo al único Jesús. Por ello hay que acercarse a Aquél que es Dios y hombre a la vez.

Jesús no fue de manera ingenua a su final, sino que lo asumió. Humanamente hablando, el camino recorrido terminaba así. La muerte violenta no fue algo impuesto por un decreto divino, sino obra de unos hombres concretos. Es más, Jesús médicamente sufrió un politraumatismo. Esa es su causa oficial de muerte. Eso tendríamos que escribir en el parte médico. Aquí generalmente pensamos que Dios Padre quería la muerte del Hijo. ¿Quién de ustedes querría ver a su hijo, hija, esposa, esposo, madre, padre morir o sufrir? ¿No sería acaso una imagen más bien terrorífica y asesina de Dios? Dios Padre no quiso la muerte del Hijo, al Padre le dolió como Padre. Pero en todo momento hubo un respeto de la libertad y de la misión encomendada. ¡Jesús hasta el final fue libre!

Las exigencias de conversión, la nueva imagen de Dios a quien Jesús anunció como compasión, como perdón, como ternura y sobre todo como un Padre-Madre lleno de misericordia, su libertad frente a las sagradas tradiciones y la crítica de corte profético contra los dueños del poder económico, político religioso provocaron el conflicto con los fariseos y los escribas. Buen ejemplo de ello es la parábola del hijo pródigo o del Padre misericordioso. El texto comienza diciendo que junto a Jesús están los escribas y fariseos por un lado, y por otro los publicanos y pecadores. Los primeros representan al hijo mayor que no quiere salir de su metro cuadrado, aquél en el que se vive el egoísmo, el hermetismo. Es aquél que mira de lejos, que no quiere participar de la resurrección del hijo menor. Es aquél/aquella que levantan el dedo acusador: ¡éste que se gastó tu dinero en mujeres de mala vida! ¡éste que se casó por segunda vez! ¡éste que se golpea el pecho cuando vuelve a la casa!. Es el hijo que no es capaz de comprender que la misericordia con la que actúa el Padre es excesivamente gratuita y desbordante. El hijo mayor es el que tiene el conflicto con la libertad y la audacia profética de Jesús que acoge a todos sin distinción. Es el que no es capaz de ampliar la visión y que anda por la vida como caballo de feria.

Ahora bien, si decimos movidos por la fe que Jesús murió para salvarnos del pecado, tenemos que pensar qué consecuencias hoy tiene dicha acción salvífica. ¿De qué pecados nos salva hoy Jesús? No basta repetir servilmente las fórmulas antiguas y sagradas. Tenemos que intentar comprenderlas para captar la realidad que quieren traducir. Esa realidad salvífica puede y debe expresarse de muchas maneras; siempre fue así en el pasado y lo es también en el presente. Cuando hoy hablamos de liberación, de salvación, de perdón o de misericordia, estamos dándole sentido a nuestra opción de fe en el Hijo Crucificado. Nosotros tenemos una aguda sensibilidad para la dimensión social y estructural de la esclavitud y de la pérdida de dignidad humana ¿Cómo y en qué sentido es Cristo liberador también de esta antirrealidad?

Momento de oración: Leer Isaías 53,1-12 (Tercer cántico del siervo de Yahvé). Reconocer en los momentos del relato la pasión, muerte y resurrección (glorificación) de Jesús. ¿Qué me impacta del relato? (En el caso de no tener Biblia, leer Capítulo 19 de Juan Jn 19,1-42). Si decimos que Jesús continúa siendo crucificado hoy ¿qué situaciones de mi vida personal, familiar y parroquial permiten que el Señor siga en la cruz? ¿En qué rostros de mi vida, familia, comunidad cristiana reconozco al Señor crucificado?
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