Les daré pastores según mi corazón: San Romero de América

La Iglesia que peregrina en Latinoamérica está de fiesta. Uno de sus hijos más queridos, el Obispo Salvadoreño Óscar Arnulfo Romero Galdámez, “San Romero de América, Pastor y Mártir de nuestro continente" será declarado (por la administración) SANTO DE LA IGLESIA. En Romero podemos reconocer la imagen del Buen Pastor/Jesús. Monseñor Romero nos devuelve la esperanza de una Iglesia más evangélica, martirial y profética. En momentos de la Iglesia en donde algunos Pastores son criticados, en donde la desconfianza en la Jerarquía y en la misma Iglesia crece, creo que volver a la persona y al mensaje de Romero suscita una reflexión y un compromiso eclesial urgente.

1. ¿Quién fue Monseñor Romero?

Óscar A. Romero G., nació el 15 de Agosto de 1917 en San Salvador. Fue ordenado sacerdote en 1942 y luego ordenado Obispo 1974 para ser nombrado Arzobispo tres años más tarde. Su lema episcopal fue “Sentir con la Iglesia”, lo cual constituyó su programa de gobierno pastoral. San Salvador vivía por ese entonces climas de conflictos sociales, especialmente entre las Fuerzas Armadas, los partidos políticos más conservadores y las organizaciones de campesinos y proletarios. Ocurrían asesinatos y desapariciones a menudo. Uno de los asesinatos más recordados fue el de Rutilio Grande, un jesuita que había organizado comunidades populares y grupos campesinos.

La labor pastoral de Romero estuvo siempre ligada a la opción preferencial por los pobres, a hacer eco de las palabras proféticas de la Conferencia del CELAM celebrada en Medellín en 1968 que tuvo como misión traer el mensaje del Concilio Vaticano II a América Latina. Sus homilías dominicales tuvieron la sensibilidad de poder leer la Palabra de Dios desde el contexto de opresión en el que sus hermanos salvadoreños se encontraban. Se enfrentó abiertamente, como Jesús, a los grupos de poder y de armas que provocaban asesinatos y desapariciones.

Así, el domingo 23 de Marzo de 1980 en la Catedral de San Salvador pronunció la que sería su última homilía. Su voz ha quedado grabada a fuego en el corazón de millones de latinoamericanos y de hombres y mujeres de fuera de nuestro continente: “Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar”… La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación… En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. Al día siguiente, el 24 de Marzo, mientras celebraba la Misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia de San Salvador un francotirador entró al lugar santo y dio muerte a Óscar Romero en los momentos en los que iniciaba la Consagración. Murió mártir y su deceso provocó un sentimiento instantáneo del reconocimiento de su santidad, de su amor a Dios y a los pobres, y de su “sentir con la Iglesia”. Con razón fue llamado por los más pobres “San Romero de América”.

2. ¿Qué le dice Monseñor Romero a la Iglesia de hoy?

En una reciente encuesta publicada por Radio Cooperativa en conjunto con la Universidad Central en los primeros días de Abril del presente año, evidenció que la ciudadanía de nuestro país tiene poca confianza en la Jerarquía de la Iglesia Católica. Hay una crisis de credibilidad y de transmisión de la fe. Evidentemente la Iglesia no se agota, gracias a Dios, en la jerarquía, sino que y siguiendo la intuición del Vaticano II en Lumen Gentium, la Iglesia es todo el Pueblo de Dios, laicos y consagrados, los últimos al servicio de los primeros. La persona de Monseñor Romero a mi entender viene a mostrar la verdadera cara de la Iglesia que Jesús proyectó durante su ministerio público: una comunidad que es profeta (anuncia y denuncia), que es mártir (la palabra griega significa ¡testigo!), que es pobre y para los pobres (Jesús, Juan XXIII, Papa Francisco, Monseñor Romero).

Romero fue el “pastor que dio la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Su ministerio pastoral y su vida entera fue una lectura de la profecía de Ezequiel, quien dice que el buen pastor buscará a la oveja perdida, irá por la descarriada, cuidará de la herida, fortalecerá a la enferma, protegerá a la gorda y fuerte, todo esto hecho con justicia (Cf. Ez 34,16). Dicha justicia es signo del Reino de Dios del cual fue testigo Romero. Esta hora de la Iglesia, convulsionada, desilusionada, dolida, que parece zozobrar en el lago de Galilea, necesita con urgencia pastores según el Corazón de Jesús y laicos y laicas que sean protagonistas del Evangelio. Esos pastores y esos laicos necesita la Iglesia hoy.

3. Santidad de Romero en la perspectiva de Gaudete et exsultate (GE)

En Romero reconocemos lo que Francisco dice en la belleza exhortación Gaudete et exsultate sobre la santidad en el mundo actual: la santidad cristiana se vive "a contra corriente" (GE 65 ss).En la santidad cristiana, las bienaventuranzas nos invitan a salir de la autosuficiencia, de la comodidad, de la apatía, y comenzar a ejercitar la sensibilidad especial para recorrer con Cristo el camino del servicio. Si esto no se vive, Francisco dice que la santidad terminará siendo un mero discurso (Cf. GE 66). La vida cristiana se entiende únicamente desde el Maestro Jesús quien con sus obras y palabras, desafía el "establishment" socioreligioso de su tiempo e invita a invertir los valores: colocar al pobre al centro del Reino.

La vida de Romero se entiende como un donarse, como un ofrecimiento a la gran causa del servicio de los pobres y humildes. El "sentir con la Iglesia" de Romero pasa por una identificación con Jesús y por un reconocimiento de aquellos que esperan la mano del hermano. Esto es lo que Francisco llama "la lógica del don" en Gaudete et exsultate 174-175, en cuanto "don" significa que toda la acción de Dios - y en consecuencia - la acción del cristiano debe impregnar cada estructura social y humana. La santidad, con ello, sigue la Encarnación. No podemos concebir una espiritualidad desencarnada. Hay que asumir lo que autores como Ignacio Ellacuría - mártir del Salvador como Romero - llamaban el "hacerse cargo de la realidad" y "cargar con la realidad". Como dice el teólogo Jon Sobrino "no se puede plantear la espiritualidad en un círculo puramente espiritual en el que se da un rodeo eficaz sobre la realidad humana. La ubicación en el mundo no es algo secundario y accidental: en ello se nos va la capacidad de conocer y actuar correctamente".

La mística y la santidad de la Iglesia en general, y la que reconocemos en Óscar Romero, nos pone en la perspectiva de "hacer el bien" sin cesar. El bien constituye el signo de Dios que nos invita a recorrer la vida anunciando la alegría del encuentro con Cristo. Es necesario, así como lo hizo Romero, colocar a Cristo en el centro. La teóloga Dolores Aleixandre dice: "cuando el Señor que vive no es el centro, la consecuencia es un estado de indigencia que se manifiesta en oscuridad, miedo y encerramiento, dudas y desconfianza, alejamiento de la comunidad y desencanto, búsqueda de un cadáver y lágrimas, dispersión y trabajo estéril"

Para finalizar evocar palabras del Obispo chileno Alejandro Goic, en un artículo titulado “Romero abre caminos a la Iglesia latinoamericana” publicado en la Revista Pastoral Popular de Mayo/Junio de 2005: “Sólo la fe permite la liberación definitiva y sólida, la verdadera y auténtica liberación… eso es lo que anunciaba (Romero) en cada una de sus hermosas y vibrantes homilías… sólo así podemos entender hoy, con la distancia que nos otorga el tiempo transcurrido, el significado más hondo de su sacrificio: su muerte fue fecunda, llena de esperanzas y portadora de vida, de la única Vida a la que nos llama e invita nuestro Dios”.

¡Romero! ¡San Romero de América! ¡Pastor y Mártir de América! Ruega por esta, tu Iglesia en esta hora de contradicciones.
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