La profundidad del universo, la fe y la poesía

Hace algunos días el telescopio James Webb nos regaló impactantes fotografías de la profundidad del universo. Son imágenes llenas de color, de formas, y de belleza. A partir de ello es que quisiera pensar qué significados pueden tener estos registros más allá de lo físico o de lo astronómico. Desde nuestra mirada creyente ese universo que está allá afuera, esas estrellas y galaxias que están a miles de años luz de distancia nos hablan de la perfección de un Creador que es Padre-Madre y que ha creado desde el amor. En los testimonios visuales del telescopio Webb se pueden articular la fe, la poesía, la espiritualidad, el asombro, al modo de telescopios que nos permiten mirar con otra profundidad lo que visto y analizado por la ciencia. ¿Qué nos dicen esas profundidades cósmicas? ¿qué nos dicen nuestros sabios y sabias para mirar con mayor detención estos registros? ¿qué teología y espiritualidad nos ayudan a entender y abrazar esta belleza del universo? Hacia allá quisiera proponer estas líneas.

Las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) confiesan a un Dios creador del universo (Cf. Génesis 1,1; "Dios es el Creador de todas las cosas, y Él es su Custodio" (Corán 39:62). Ese es el Dios en quien creemos y que creemos sostiene los armoniosos ciclos del cosmos. Al mirar las sobrecogedoras imágenes que nos regaló el telescopio James Webb resuena el versículo que con cadencia va ofreciendo el autor sagrado en el relato sacerdotal de la creación: “y vio Dios que era bueno” (Gn 1). Gabriela Mistral hablando de la belleza del universo escribe que una canción es una “respuesta que damos a la hermosura del mundo” (Gabriela Mistral, El arte). Y la misma Mistral en el Decálogo del artista escribe: “amarás la belleza, que es la sombra de Dios sobre el universo”. Con lo que hemos visto y aprendido de las fotografías del James Webb se nos presenta a la mirada creyente la expresión de la presencia de un Dios amoroso que ha creado el universo con belleza. Y, junto a ese Dios, la presencia de una creatura, el ser humano, que puede percibir esa belleza en la manifestación de las cosas creadas a través del uso de su inteligencia (Cf. Rm 1,19-20).

La presencia del Dios creador del y en el universo se puede rastrear también en la literatura mística y poética. Así por ejemplo el místico y poeta musulmán Abdolah Ansari nacido en Herat en 1005 d.C escribe en su obra Del alma, el corazón y el intelecto: himnos y tratados: “¡Oh, Dios! Digna de ti es tu clemencia: Tú acaricias el mundo, sólo en ti se halla la alegría”. Por su parte el poeta judío Selomó Ibn Gabirol nacido en Málaga hacia el año 1020 describe el proceso creador de Dios con las siguientes palabras: “llamó a la nada y ésta hendióse; al ser, e irguióse; al mundo y expandióse. Ajustó los cielos con palmo, y su mano juntó la tienda de las esferas celestes” (Ibn Gabirol, Kéter Malkut). Y en otro verso escribe el mismo Ibn Gabirol: “el reparte la luz a todas las estrellas del cielo, e infunde salvación y majestad y gloria. Suscita en el mundo cosas de maravilla” (Ibn Gabirol, Kéter Malkut). Y en nuestra Latinoamérica encontramos al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal quien en sus Salmos describe con astronómica belleza el modo en el que las galaxias y estrellas cantan a su Creador: “las galaxias cantan la gloria de Dios/ y Arturo 20 veces mayor que el/ y Antares 487 veces más brillante que el sol/ Sigma de la Dorada con el brillo de 300.000 soles/ y Alfa de Orión que equivale/ a 27.000.000 de soles (…) anuncian la obra de sus manos” (Ernesto Cardenal, Salmo 18 (19).

El lenguaje de las estrellas, de las constelaciones y galaxias, de esa profundidad inmensa que escapa de nosotros, son espacio de admiración, goce de belleza y meditación desde Aquél que las creó. Me gusta pensar que esa vista que el telescopio James Webb nos regaló hace pocos días ya había sido vista por el Creador. Me gusta imaginar cómo esa belleza que nuestros labios expresaron al ver las fotografías astrales fue declarada primero por ese Dios que se mueve creativo entre las millones de estrellas que llenan nuestro vasto universo. La mirada de la fe, el pensamiento poético, la profundización de la mística y la espiritualidad pueden ser los otros telescopios que se unen al telescopio James Webb y que nos permiten mirar de modos asombrados, agradecidos y extasiados el universo en su armonía y belleza. Fe y ciencia, astronomía y espiritualidad, descubrimientos astrofísicos y poesía caminan juntas, nos hablan juntas, nos interpelan juntas. Desde ahí podemos profundizar en que esa mirada de los cúmulos estelares termina siendo la mirada interior que abraza al Creador en la perfección de su obra, de su buena obra.

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