Fue un pastor a la imagen del Maestro Jesucristo; es decir, al lado de las mujeres, los oprimidos y los pobres Jacques Gaillot, “santo súbito”

Gaillot, con Victorino Pérez Prieto
Gaillot, con Victorino Pérez Prieto

Un buen cristiano, un obispo que amó y se comprometió radicalmente en el servicio al pueblo y un amigo fiel, con el que compartimos palabra y vida

"Partenia no tiene fronteras, como tampoco el Reino de Dios”, escribió Christina Moreira en su facebook, inmediatamente después de saber la noticia, mientras nos uníamos a él en nuestra oración

Esa amistad duró hasta los últimos tiempos de su vida. La última vez que estuvimos con él fue el pasado 11 de septiembre, con ocasión de su 86 cumpleaños (2022); en París, en la casa de los Espiritanos, donde residió sus últimos años. Estaba lleno de vitalidad, a pesar de padecer ya, posiblemente, la enfermedad que lo llevó a  acabar en un hospital

Si los sectores más reaccionarios de la Iglesia lo habían hecho en la plaza de San Pedro del Vaticano con la muerte de Juan Pablo II, el papa que reprimió a los teólogos, curas, frailes y religiosas comprometidas con las causas de los oprimidos, que tapó escándalos y abusos como el de Gaspar Maciel –luego condenado por su sucesor- y toda la corrupción del Vaticano, ¿por qué no hacerlo con un obispo y un cristiano ejemplar como Jacques?

Ayer 12 de abril, Jacques Gaillot entró en la plenitud de la Realidad y puede “ver a Dios cara a cara”. No se ha ido, ya forma sin limitaciones parte de todos y del Todo. “Partenia no tiene fronteras, como tampoco el Reino de Dios”, escribió Christina Moreira en su facebook, inmediatamente después de saber la noticia, mientras nos uníamos a él en nuestra oración. Jacques era, sigue siendo, un cristiano que, empujado por el Espíritu, quiso ser fiel seguidor de Jesús de Nazaret, el Cristo; un obispo que amó y se comprometió radicalmente en el servicio al pueblo que le fue confiado y con las causas de todos los marginados del mundo entero, llegando hasta donde pudo; y un amigo fiel, con el que compartimos palabra y vida.

Una hermosa amistad

Lo conocí con la que ahora es mi esposa, Christina, que había estado con él cuando en los lares hispanos era un total desconocido y solamente empezaba a tener algún eco entre los lectores de su primer libro publicado en español Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada (1990). Ella, francesa, lo había encontrado por vez primera en 1995, en la parisina Rue du Dragon, en una de sus primeras manifestaciones pocos meses después de su inicua destitución como obispo de Évreux; allí estaba Jacques con el movimiento “Droit au logement”, apoyando a los ocupas, como haría muchas veces con esta y otras asociaciones similares en defensa de los marginados. Poco después, a petición suya, Christina le haría de intérprete en la presentación en Madrid de su libro “Me tomo la libertad…” (1996). Se había creado una hermosa y duradera amistad, que fue creciendo con al trabajo de traductora al español no solo de sus libros, sino también de la web de Partenia; cosa que hacía generosamente con el equipo de traductores a varias lenguas, y en la que colaboré humildemente con Christina, profesional.

Pronto entraría yo en esa amistad. Nos encontramos por primera vez en otra de sus estancias en España, en Galicia, pues le habíamos pedido que nos acompañara en uno de los Foros de la revista Encrucillada (1997): “A Victorino, avec mon amitié”, me firmó en el folleto que habíamos elaborado para la ocasión. Tras otros encuentros, y después de casarnos, estuvo en nuestra casa de A Coruña, con ocasión de uno de los rencontres internacionales de “Traducteurs du site Partenia” (2009).

Traductores de Partenia

Mucho y bueno habría que decir Jacques de ese trabajo mensual, arduo pero feliz, de nuestra comunicaciones y nuestro encuentros; una trabajo que tanto le ilusionaba, pues había convertido el “boletín diocesano” de una diócesis marginal –espacialmente inexistente-, en el más universal, un altavoz de su potente y comprometida palabra que llegaba a todo el mundo en siete lenguas, hasta en árabe.

Recuerdo ahora con particular emoción el correo que nos envió tras nuestro matrimonio en el 2006: “Christina, Victorino, merci de donner du bonheur  à beaucoup. Votre amour fera beaucoup de bien”. El hecho de ser las palabras de un obispo católico, tenía especial relevancia tratándose del matrimonio de un cura... En otra ocasión me escribió otro hermoso correo que conservo amorosamente: “Tu as fais jusqu’ici un beau parcours, un parcours courageux, porteur de promesses. Mais il y a l'avenir… Sache que je suis toujours à tes côtés. Tu es un ami et un frère. Je t'embrasse de tout mon cœur”. Y aun recojo aquí unas palabras de otro correo, dirigidas a Christina y a mí: “C’est une joie de voir votre chemin d’éveilleur des consciences alors que l’environnement  de notre Eglise n’est pas porteur. La vie au service de l’Evangile est  une aventure qui façonne le cœur de ceux qui s’y engagent”.

Esa amistad duró hasta los últimos tiempos de su vida. La última vez que estuvimos con él fue el pasado 11 de septiembre, con ocasión de su 86 cumpleaños (2022); en París, en la casa de los Espiritanos, donde residió sus últimos años. Estaba lleno de vitalidad, a pesar de padecer ya, posiblemente, la enfermedad que lo llevó a  acabar en un hospital.

“Avanza y llegarás a ser libre al paso de Jesús” (Jacques Gaillot).

He escrito muchas veces sobre Gaillot, fascinado por su mirada y sus palabras. Una de las primeras veces fue en la revista Encrucillada (1997); el artículo se titulaba “Un par de obispos ‘conflictivos’ y el alentador mensaje de un tercero”. Los tres obispos eran Jacques Gaillot, José María Setién y Pedro Casaldáliga. Allí lo calificaba -y reitero ahora- de “un hombre libre, un creyente religioso y  un obispo profético”. Añadía que era una persona tenaz, característica también de los grandes profetas bíblicos. Aunque se sentía formando parte de la Iglesia, a Gaillot no le importaba “cantar fuera del coro”, como le había recriminado Juan Pablo II en uno de sus encuentros en Roma. “No tengo espíritu de casta”, dijo en una ocasión cuando una periodista le decía que era “poco obispo”. La contrapartida a esto era que sus hermanos del obispado galo lo consideraban poco “de su grupo”. Él me había dicho en aquella ocasión: “Los obispos franceses son muy fraternales, pero poco solidarios”. Era, también con sus palabras, un obispo del atrio “porque hay mucha gente que no entra en la iglesia”. Esa gente de fuera apreciaba a Jacques mucho más que sus “hermanos” de episcopado, como quedó de manifiesto en la fiesta de aniversario por su jubilación de obispo en 2010, al cumplir los 75 años: lo acompañábamos numerosos amigos y amigas, curas y laicos de distintas partes, pero muy pocos obispos.

Jacques Gaillot, un hombre libre y de una enorme fe religiosa, era físicamente bien parecido pero de pequeña estatura, inversamente proporcional a su grandeza de espíritu. En su aspecto destacaban sus ojos azules felinos, penetrantes, que denotaban inteligencia, decisión inquebrantable e independencia insobornable; pero también transparencia, autenticidad, ternura y acogida incondicional. Aun más; aunque no ocultaba las lacras de su Iglesia y su sociedad, Jacques, lejos de quejarse contantemente por cómo estaban las cosas, o por el trato injusto recibido en su Iglesia, miraba hacia adelante con un optimismo y una alegría desbordante. Como dijo de él Andrés Torres Queiruga en aquel memorable Foro de Encrucillada: “Jacques Gaillot es una de esas figuras que encienden ánimos y mantienen erguida la esperanza, optando en medio de los conflictos por una comunión capaz de soportar en el amor la tensión de la diferencia, y por una fidelidad que se realiza en el riesgo de lo nuevo y en la creación del futuro”. Así convirtió el desierto de su irreal diócesis de Partenia, en el oasis de un diócesis mundial, cargada de futuro. “El Evangelio es una aventura transformadora que veo con esperanza –dijo Gaillot en una ocasión-. Es la pasión de lo posible; tenemos que estar habitados por la esperanza”.

Un obispo sin igual (1935-2023)

Jacques Gaillot nació en tiempos conflictivos para Europa, en 1935 en Saint-Dizier (Champagne-Francia), hijo de un negociante de vinos. Desde muy joven quería ser sacerdote; tras sus estudios secundarios entró en el seminario de Langres. Desde 1957 hasta 1959 marchó a Argelia para hacer el servicio militar. Allí se vio confrontado a la violencia de la guerra de Argel. De esta experiencia, nació su compromiso con la no violencia y fue ocasión para descubrir el mundo musulmán y establecer sólidos lazos de amistad con los argelinos. Tras ser enviado a Roma para hacer la licenciatura en teología, se ordenó de sacerdote en marzo de 1961. Luego enseña en varios seminarios y anima sesiones para poner en práctica las orientaciones del Concilio Vaticano II. En 1977, lo nombran vicario general de la diócesis de Langres y en 1981 vicario capitular, llegando a ser nombrado obispo de Évreux  en mayo de 1982. Una fulminante carrera eclesiástica para el joven clérigo, que empieza a “torcerse” casi desde el comienzo de su episcopado, por las opciones que fue tomando desde el comienzo. Algo semejante con lo que ocurrió con Oscar Romero; pero Gaillot vivió más años y sus acciones radicales fueron muchas más.

Se involucra no sólo en la vida de sus diocesanos, sino también en los acontecimientos de la actualidad de su país y en el mundo: En 1983, en la asamblea anual de obispos franceses vota en contra del texto del episcopado sobre la disuasión nuclear. En 1985 firma un documento con Georges Marchais (Partido Comunista) y Lionel Jospin (Partido Socialista) pronunciándose  a favor de la sublevación palestina de los territorios ocupados, ocasión con la que traba amistad con Yaser Arafat. En 1987 marcha a Sudáfrica para verse con un joven militante anti-apartheid de Évreux condenado a cuatro años de cárcel por el régimen de Pretoria; para realizar este viaje, debe renunciar a acompañar la peregrinación diocesana a Lourdes... En 1988 interviene en la Asamblea plenaria del episcopado galo en Lourdes para proponer la recuperación de los sacerdotes casados y la ordenación de hombres casados. En 1989 hace un viaje a la Polinesia Francesa con el moviminto por la paz para pedir a interrupción de las pruebas nucleares francesas en el atolón de Mururoa. En 1991, declara su oposición a la guerra del Golfo, condenando el bloqueo contra Irak con la publicación del libro Carta abierta a los que predican la guerra y mandan a otros para hacerla.

Y suma y sigue. Compromiso con los pobres y los marginados, con lo emigrantes y los sin casa, con los negros del apartheid, los palestinos y los kurdos… Sin olvidar su apoyo al derecho de los católicos a usar el preservativo, a los homosexuales, a los católicos divorciados vueltos a casar, al celibato opcional de los curas católicos, al acceso de las mujeres al presbiterado en la Iglesia católica, etc.

En todo momento Jacques Gaillot se declara convencido de que los medios de comunicación, sean los que sean, constituyen el lugar privilegiado de comunicación en el mundo moderno, y en ellos se expresa con una palabra libre, sencilla y clara, en fidelidad a un Evangelio liberador, priorizando la preocupación por los pobres, la justicia y la paz.

Esta actitud libre no podía durar sin un precio: el 12 de enero de 1995, es convocado en Roma para ser destituido como bispo de Évreux.  Esta destitución levantará una ola de protestas tanto en la Iglesia como en a sociedad, en Francia y en el extranjero. Gaillot se convierte en obispo de Partenia, un obispado inexistente, en la meseta de Setif en Argelia. Será el “obispo del desierto”, el “onispo de los otros”, símbolo de todos los que tanto en la Iglesia como en la sociedad tienen  la sensación de no existir; pero convertirá Partenia en una “diócesis sin fronteras”. En una entrevista de enero de 2011, Gaillot decía de su destitución: “No tengo pruebas concretasde por qué me destituyeron. Fuentes fiables me contaron que el gobierno francés, en particular el ministro de Interior de aquel tiempo, Charles Pasqua, tiene que ver con la decisión del Vaticano… El Vaticano y el gobierno francés quisieron aislarme”.

En septiembre del 2015 fue recibido por el actual papa Francisco.

En la homilía de su jubilación episcopal en una iglesia de París (2010), dijo recordando la que fue la última en la catedral de Évreux: “El pasaje del evangelio de Lucas 4, 16-21 fue proclamado en enero de 1995 en la catedral de Évreux. Hoy la asamblea es diferente, pero el mensaje es el mismo, alegre y subversivo: ‘El Espíritu del Señor me ha enviado a llevar a Buena Nueva a los pobres, anunciar la liberación de los cautivos y dar la luz a los ciegos, llevar a los oprimidos la liberación’. Toda la vida pública de Jesús será la puesta en obra de esta predicación de Nazaret. Es un mensaje de liberación, no de restauración. Es un mensaje que cambia la vida y no un discurso religioso. Lo esencial es practicar la justicia y el amor al prójimo”.

Finalmente, no podemos olvidar sus libros. Desde Ils m’ont donné tant de bonheur en 1987, hasta los ultimos hace pocos años, han sido unas treinta obras; con traducciones en inglés, alemán, italiano, español, portugués, checo, coreano, holandés.... Entre los publicados en español:

Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada (1989),

Fe sin fronteras ( 1989), Me tomo la libertad (1996), Hermano universal (1997), Lo que yo creo (1997), Diálogo sin término (con E. Drewermann, 1998),  Avanza y seras libre (entrevista con E. Coquart y Ph. Huet, 2010) y

Un Catecismo con sabor de libertad (2011).

“¡Santo súbito!”

En el oratorio de los Espiritanos de Paris

“Jacques Gaillot fue un Pastor a la imagen del Maestro Jesucristo; es decir, al lado de las mujeres, los oprimidos y los pobres”, escribió alguien ayer en la Red.

No es de extrañar que inmediatamente de conocer su fallecimiento, numerosos amigos/as y admiradores/as de Gaillot empezaran a gritar en las redes sociales “¡Santo súbito!”. Si los sectores más reaccionarios de la Iglesia lo habían hecho en la plaza de San Pedro del Vaticano con la muerte de Juan Pablo II, el papa que reprimió a los teólogos, curas, frailes y religiosas comprometidas con las causas de los oprimidos, que tapó escándalos y abusos como el de Gaspar Maciel –luego condenado por su sucesor- y toda la corrupción del Vaticano, ¿por qué no hacerlo con un obispo y un cristiano ejemplar como Jacques? Aunque nos tememos que si con el papa polaco se consiguió su canonización en poco tiempo cuando con Oscar Romero se tardó largos años a pesar de morir literalmente como un mártir de la fe cristiana, con el obispo de Partenia las cosas no irán más rápido; aunque el Papa Francisco podría acelerar el proceso. De todos modos, Jacques Gaillot es un santo ya canonizado por muchos de nosotros.

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