El papa Francisco ¿No al celibato opcional?

Según una información publicada ayer en “La croix” (28.01.19), el papa Francisco acaba de decir que no está de acuerdo con permitir el celibato opcional para los curas católicos. Una afirmación que nos desconcierta a muchos, pues no es acorde con lo que viene manifestando desde hace años; y aún nos disgusta, pues no sólo no coincidimos con ella, sino que nos parece grave en estos momentos de la Iglesia. Así lo he manifestado en algunos post anteriores de mi blog, a los que me remito: sobre todo en “Caelibatus delendus est! Hay que abolir el celibato sacerdotal obligatorio” (13.09.18), pero también en “Contra los abusos eclesiásticos, es necesario cambiar el estatuto clerical en la Iglesia” (17.08.18) y “El Prado y el celibato opcional de los curas, una cuestión pendiente” (24.09.18).

El conocido diario católico francés recoge unas afirmaciones que habría dicho el papa Francisco el pasado domingo 27 de enero por la tarde, respondiendo a cuestiones de los periodistas que lo acompañaban en su viaje de vuelta de Panamá, cuando venía de clausurar las Jornadas mundiales de la Juventud. En el contexto de los abusos sexuales y junto a otras cuestiones, el diario titula el párrafo a este respecto: “Ordination d’hommes mariés: un «non»… mais ouvert”. Un “no” abierto... Francisco habría dicho: “Personalmente, pienso que el celibato es un don para la Iglesia”. No sería tan tajante sobre esta norma como su predecesor Juan Pablo II, que la había convertido en poco menos que una “enseñanza definitiva”, cerrando toda discusión; Francisco reconocía –como ha dicho en numerosas ocasiones- que “es algo que está en discusión entre los teólogos”, por lo tanto no es un dogma intocable; más aún, él mismo reconoce que esa es solamente su “opinión personal”. Pero, y he aquí lo más grave, manifestó que ante un cambio hacia un celibato sacerdotal opcional, su toma de postura personal es: “No lo haré; que quede claro. Puedo parecer cerrado sobre este tema, pero no me veo comparecer ante Dios con esta decisión”.

Francisco habría añadido un comentario acerca de un libro de Mons. Fritz Lobinger, sacerdote fidei donum y luego obispo en África del Sur, que habría hablado de confiar a un “anciano”, en lugares aislados como las islas del Pacífico, el munus sanctificandi de los sacerdotes; es decir, la posibilidad para una persona laica -como excepción- de celebrar la misa, de administrar el sacramento de la reconciliación y la unción de los enfermos: “Creo que la cuestión debe quedar abierta allí dónde hay un problema pastoral, a causa de la falta de sacerdotes -habría dicho el papa-. No digo que haya que hacer esto, pues no lo he reflexionado ni orado suficiente, pero los teólogos deben estudiarlo”.

“El celibato es un don para la Iglesia”. Bien, estoy de acuerdo. El celibato como opción libre de una persona es un don que ha dado y puede dar a la Iglesia muchas cosas buenas, en el contexto de una forma de libre y radical entrega para el servicio, sobre todo a los más débiles. Pero todos sabemos que en muchísimos casos ni ha sido ni es así: el celibato clerical ha justificado un poder como privilegio de dominio sobre la gran masa de laicos no célibes que forman la Iglesia (“la tropa”). Es un “don”, pero, como ha manifestado la práctica a lo largo de los siglos de historia eclesiástica, ha sido un “regalo envenenado”; no por el mismo don, sino por el hecho de haberse convertido en una ley obligatoria para el clero secular, realmente célibe o no. Cosa bien distinta del hecho del clero regular (monjes, frailes y religiosos de distintas congregaciones), pues en ese caso entra dentro de los tres votos que lo configuran como tal. La obsesión por reivindicar el ministerio presbiteral-célibe como poder y no como servicio, ha sido nefasta en la historia de la Iglesia. La última secuela de este abuso de poder clerical, han sido los escándalos de pederastia; pero estos son solamente la punta del iceberg de los abusos de un clero-célibe-masculino-heterosexual sobre los laicos y laicas.
El “no lo haré” de Francisco y su postura de que “no me veo comparecer ante Dios con esta decisión”, aparece ahora como una triste desilusión que frustra muchas expectativas reales. Y, lo segundo es una postura ya casi ridícula… que manifiesta una teología/espiritualidad peligrosa, al mostrar a Dios como un juez que se entromete en nuestro gobierno y a quien él -como papa/rey de una monarquía legitimada por Dios- ha de rendir cuentas, como si el resto de la Iglesia no fuera corresponsable. Esto no coincide con cosas dichas anteriormente por este papa, y manifiesta, una vez más, una postura pusilánime, como otras suyas, a pesar de tan bellas palabras y gestos que nos ha ofrecido.

Bergoglio había manifestado su simpatía por los curas casados antes de acceder al papado; particularmente con su defensa y amistad con el argentino Jerónimo Podestá, ex obispo de Avellaneda, y luego con su viuda Clelia Luro, con la que continuó una relación telefónica y epistolar después de llegar al Vaticano. Después de convertirse en el papa Francisco, dio también muestras repetidas de que se podría cambiar la norma y aún que sería bueno hacerlo. Particularmente en los últimos tiempos: no se puede abolir el clericalismo -como ha manifestado el papa ser su voluntad ante los abusos de menores- sin abolir el celibato obligatorio, que lo alimenta. Como he escrito, lo que cohesiona el clericalismo es el celibato, al justificar el clero como una casta superior, que lo haría “sagrado”/separado frente a la “clase de tropa” de los no-célibes.

Es por eso que, estas últimas manifes- taciones del papa Francisco parecen más acorde con la postura de otro papa bien distinto, Juan Pablo II, que había dicho: “Yo sé que los curas se van a casar, pero no ocurrirá en mi pontificado”. Parece que el problema no es la cuestión del celibato opcional en sí mismo, que no tiene vuelta y será real antes o después, sino de “quien le pone el cascabel al gato”. Y a pesar de su afirmación de que “es algo que está en discusión entre los teólogos”, ya no hay nada que debatir teológicamente; está ya todo dicho: la obligatoriedad del celibato sacerdotal no tiene fundamento ni bíblico (el primer papa, Pedro, no era célibe), ni teológico-espiritual (ya hace tiempo que resulta una necedad la necesidad del celibato para “amar a Dios con el corazón indiviso”… que repetían en los seminarios, incluso en los postconciliares), ni antropológico (reprimir la sexualidad y la afectividad, o es una sublimación excepcional, o es contra natura). La obligatoriedad del celibato sacerdotal se ha manifestado tan contraproducente para el mismo celibato, incluso como enemigo de sus bondades, que ya no merece el crédito –en muchos casos de manera injusta- de la mayoría del pueblo cristiano. Y la solución de conceder la posibilidad de celebrar la misa y administrar los sacramentos a casados ancianos es, de nuevo,… una respuesta ridícula e insuficiente para las necesidades de las comunidades cristianas, que acabarán por prescindir del ministerio ordenado para la celebracion de los sacramentos.

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