Guardando Palabras

Guardamos cosas que pensamos que pueden sernos útiles, guardamos recuerdos importantes. “El que guarda haya” decía mi abuela Inés. Y así cuando ella se murió yo guardé sus gafas doradas de cristales anchos como un recuerdo de tantas cosas buenas que compartimos. En algunas de mis mudanzas las perdí, como tantas cosas que a veces se nos quedan por el camino. Pero el recuerdo de mi abuela y su palabras me acompañan todas las noches mientras me pongo el pijama y repaso las caras de mis muertos.

A veces guardamos y guardamos objetos y las casas se vuelven cuevas de Diógenes llenas de libros que no abrimos y de ropa que no nos ponemos. Como las urracas atesoramos cositas brillantes, compramos y compramos convulsivamente en esta sociedad de consumo que nos consume el alma y el bolsillo. La misma Iglesia, anda que no guarda cosas, inmuebles, tesoros, objetos… quién sabe quién podrá cuidar eso cuando ya no quede nadie en los bancos de la Iglesia, como pasa en tantos pueblos de la España deshabitada…

Las cosas que vives forman parte de tu vida. Esos instantes nadie te los puede arrebatar. El tiempo compartido con tus seres queridos se vuelve el mejor recuerdo, la mejor experiencia que guardar. Por eso, mejor que figuritas y relojes, no hay nada como compartir un paseo, una charla,  una cerveza con aceitunas, un viaje, un cumpleaños. No hay nada como vivir una aventura juntos, un amor, un nacimiento, un partido de fútbol, un concierto, una siesta veraniega al lado del mar, una oración,un baile. No hay nada como escuchar las palabras de quienes amamos, “Palabras de amor sencillas y tiernas que echamos al vuelo por primera vez…” que decía Joan Manuel Serrat. Esas palabras primeras que dijo tu niño, esas palabras de amor escritas en una hoja arrancada del cuaderno, esas palabras de tu padre corrigiéndote con sabiduría cuando te hundías, esas palabras tan tiernas y profundas de la última despedida.

Jesús nos dice muchas cosas, y sus palabras no son para dormirse ni aburrirse, ni soportar, como un tremendo tratado de teología. Sus palabras hacen que arda nuestro corazón, que no tengamos miedo y seamos valientes ante la tempestad. Porque Él era trending topic de sus paisanos: todos querían escucharle porque “tenía palabras de vida y hablaba con autoridad” y no como los profesionales de la religión que eran de una turra insufrible (no digo nada de ahora, buf).

Por eso debemos escucharle y guardar sus palabras como un verdadero regalo. “No os llamo siervos sino amigos”, “el que guarde mis palabras, mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Porque claro, Jesús es la Palabra hecha carne, lo que Dios nos tenía que decir, nos lo ha dicho todo con el carpintero de Nazaret, su vida y su entrega absoluta, su manera de morir y  de resucitar. Por eso le guardamos dentro de nosotros como un tesoro que no se puede guardar sino compartir con otra gente. Porque su palabra cura mucho más que el ibuprofeno.

Ojala escuchemos de nuevo sus palabras, ojala lo hagamos con cariño y atención. Su mensaje siempre es nuevo y es para todos.

Guarda en ti lo importante. Guarda las palabras de Jesús y siéntelo vivo en el centro de tu corazón. Y eso te hará fuerte y feliz, sanado y aceptado, lleno de la fuerza del espíritu de Dios que te vuelve inmortal y hacedor de milagros. La gente necesita palabras buenas, que de voces, gritos y haters estamos ya hartitos.

“El que guarda haya”. Guarda a Jesús y haya paz. Y pan gratis.

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