Vaya vista San José

Hay personas que lo tienen todo claro. Clarísimo. Saben que los ciegos pecadores y culpables están condenados a la oscuridad de su existencia. Desde sus altas sillas de grandes pensadores, aupados por carreras y por másteres de pago, miran a los de abajo y establecen las reglas del juego. Ellos se saben diferentes, con sus trajes hechos a medida, sus corbatas de seda, sus mitras babilónicas, sus hábitos cual trajes de superhéroes que los elevan sobre el rutinario y gris horizonte embarrizado de los mortales.

Ellos lo ven todo. Te dirigen espiritualmente y te aprisionan la conciencia como si fuera una díscola ovejita a la que domesticar. Saben la voluntad de Dios sobre tu vida con una claridad meridiana. Te golpean con BOES o documentos o idearios o ideologías. Son el ojo de Dios que todo lo vigila, como una cámara de infrarrojos que escudriña tus secretos, disecciona el pasado y se guarda sus presagios certeros sobre el futuro de la gente de a pie que no sabe de donde le va a venir el próximo golpe.

Pero ellos están ciegos, ciegos. Porque creen que ven y que tienen a Dios agarrado por las partes blandas(la frase original dice “cojones” pero no lo puedo poner aquí en religión digital porque queda muy malsonante…). Dicen que ven pero se equivocan.  porque muchas veces sus obras son de la oscuridad.

A fin de cuentas el Espíritu Santo es el mayor bromista de la historia. Dios elige a quien quiere y se mueve de una manera arrolladora y desconcertante, capaz de elegir al más pequeño de los hermanos como David el pastorcito matagigantes, rey apasionado, que se lo digan a Betsabé, o a José, el soñador vendido por sus envidiosos hermanos… Y así a todos. Dios tiene una manera muy diferente de ver las cosas.

Dios elige a otro José, un trabajador del andamio, para cuidar a su hijo. Porque el pobre José no veía nada claro eso de que su novia que parecía tan maja estuviera embarazada de otro. Y aún así, sin sueño de ángel todavía, decidió dejarla en secreto para que no la apedreasen, que era lo que marcaba la ley de Dios de la época que era la única, por cierto. José hace caso a la ley del corazón. Cuando no ve nada se salta los preceptos religiosos y con dolor de su corazón toma el camino del perdón. Porque está claro que San José era más bueno que el pan. Y que si quieres acertar en la vida lo mejor es hacer lo bueno. Ahí ya estaba la luz de Dios en sus ojos.

Sí, después viene el ángel a iluminarle en su sueño y darle claridad, pero a lo largo de su vida no le faltaron momentos oscuros. Viajar a Belén, con lo peligroso que era eso, no tener ni una matrona, ni paritorio ni seguridad social. Verse perseguido por Herodes mataniños y vivir allí con los Egipcios sin saber ni la lengua. Con un niño Jesús que se les escapaba y les decía eso de “Yo tengo que ocuparme de las cosas de MI PADRE”. “Porque te recuerdo, José, que tú no eres mi padre, que soy adoptado”. Pobre José, se sentiría un tanto ciego con ese niño desconcertante. “Sé que no soy tu padre, pero te quiero niño, y te he criado”, pensaría en su secreto reproche.

Pero aún así, él le enseño el oficio, y lo crió y lo protegió siempre. Dice la tradición que San José se murió joven rodeado de María y Jesús, por eso es el patrón de la buena muerte, además del trabajo.

Jesús es la luz de Dios que hace que veamos este mundo de manera diferente. Que nos reconozcamos como lo que somos, humanos, carpinteros, con mil dudas en el corazón. Luz de Dios que se filtra en nuestro sueños y nos da la confianza para seguir adelante a pesar de las críticas o de los Herodes que nos persigan. San José serraba sus tablas iluminado por un niño maravillosamente desconcertante, al que él enseñaba a limpiarse los mocos y a recoger el serrín; y el niño le iluminaría el alma, no con milagros de palomitas de barro voladoras, sino con su manera de mirar el mundo. Porque las obras de José estuvieron siempre iluminadas con la indescriptible presencia de la luz hecha muchacho de Galilea. Obras de un hombre bueno. A fin de cuentas ese es el camino para ver, que no es lo mismo que tenerlo todo claro. Porqué la luz de Dios nos ayuda a acercarnos a la verdad y la bondad de las cosas y de las personas. Como a José. Más bueno que el pan. Más fuerte que el vinagre. Fiel, silencioso, de los de estar detrás del escenario haciendo que la función salga bien. Porqué los ojos de San José se llenaban de luz y de agüilla cuando veía a Jesús crecer, hacer muebles y compartir charlas en la cocina. Eso si que era teología de la buena.

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Toño Casado (@tono_casado) • Fotos y videos de Instagram

Mi libro de la vecina de Jesús ya va a por la tercera Edición!! En breve habrá sorpresas con la Damiana.

'Absolutamente confidencial: el Informe DA’MIANA' (religiondigital.org)

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