“Gracias. He hecho lo que he podido. Tuya es la vida, tuyo es el mundo, tuya es la Iglesia. Trabajar en tu viña fue lo mejor que me ha ocurrido. Gracias”. De todo hay en la Viña del Señor

El Espíritu Santo, que es muy impredecible y a veces hasta bromista continua eligiendo a viñadores tartamudos, incultos, débiles, muchas veces con el hatillo lleno de defectos y de mediocridad.

Pues tuvo que llegar una pandemia para darnos cuenta de lo afortunados que éramos cuando visitábamos a la familia, nos íbamos de marchuqui hasta las tantas o le veíamos la cara entera a los  alumnos.  Proust,  un señor muy pensador y bigotudo, decía con amargo y claro acierto: “No hay paraíso hasta que se ha perdido”. Y es cierto que los humanos somos muy de valorar los ojos cuando nos quedamos ciegos, los paseos cuando estamos confinados o los padres cuando los dejamos en el cementerio.

Recibimos la vida como un regalo precioso, una viña grande y rica que trabajar.  Pero la ingratitud es un futo muy corriente en el corazón de los que reciben muchas cosas, caprichosos inmaduros que no valoramos lo que Dios, la vida o los demás nos aportan.

Algunos se adueñaron de la viña del mundo y la hicieron suya matando o esclavizando a los otros herederos del planeta. Incluso  no tienen miramientos en pisotear todo esquilmando el jardín del Edén que recibimos. A veces se alzan voces de valientes que se atreven a levantar la cabeza y reclamar esa palabra tan asquerosamente manoseada que se llama “Justicia”. Suelen acabar mal, como Jesús, que tenía la boca muy grande y no callaba ni debajo del agua, siempre tan inoportuno…así le fue. Pero la Viña no es de los asesinos, ni de los que no cumplen la palabra, ni de los que no saben apreciar el regalo que se les hizo y la responsabilidad de cumplir con el mandato que recibieron al nacer: ser buenos con los otros y repartir racimos, cuidando con amor de esta casa tan frágil que es nuestro pequeño planeta, pequeño guisante azul  suspendido en el cosmos infinito.  La Viña del mundo es de todos. Para disfrutarlo y para cuidarlo, como pasa con la mascota de la familia…

La Viña de la Iglesia no es de los que se creen por encima de los demás, en un ridículo pedestal de superioridad moral. Eso no ven a Dios. Ellos se creen Dios, se creen los dueños de la verdad, del mundo, de la historia. Y si Dios no les cuadra en sus planes pues lo matan en un plis plas y así se queda quieto en un cruz mientras se reparten sus ropas y su propia Iglesia. Hubo y hay ladrones en la viña; así es.

La Viña de la Iglesia no es propiedad de nadie. El Espíritu Santo, que es muy impredecible y a veces hasta bromista continua eligiendo a viñadores tartamudos, incultos, débiles, muchas veces con el hatillo lleno de defectos y de mediocridad. Pero agradecidos de poder colaborar cavando una viña que saben que no es suya, servidores con fe pequeña pero confianza grande, que saben que “sus éxitos” no son suyos en caso de que los hubiere. Han hecho lo que tenían que hacer. Cuántos buenos viñadores hay y hubo; así es.

Date cuenta de la viña de la vida que recibiste. Da gracias todos los días, por favor, que te lo enseño tu madre de chiquito. Es grande la tarea y el don que te dieron. Es cierto que a veces no te salen los surcos a derechas, como un San Isidro en prácticas, sin ángeles y con buena intención. No desistas, de verdad. Porque un día verás los frutos del amor que sin saber has cultivado.

Y así vendrá el viñador al final de tus días. Lo reconocerás a la primera.  Y le dirás con el corazón temblando como un pequeño pájaro, con las manos llenar de heridas y de callos: “Gracias. He hecho lo que he podido. Tuya es la vida, tuyo es el mundo, tuya es la Iglesia. Trabajar en tu viña fue lo mejor que me ha ocurrido. Gracias”.

Y entonces te llevará a comer queso y beber vino y a un spa por los siglos. Será un feliz y sereno descanso con películas buenas, palomitas y las caricias de tu madre dándote unas uvas, que uvas y queso saben a beso. 

Animo con tu viña, animo con tu vida.

De verdad que es una responsabilidad. Pero eres afortunado. Que no te llegue una pandemia para descubrirlo. Con esta ya nos vale.

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