Mis muertos

Otro año ya ha pasado

desde que te marchaste,

cerramos la cajita una mañana

y se helaron mis ojos y las calles

y en aquel cementerio

en silencio quedaste.

La vida sigue y sigue:

calendarios que caen,

me voy haciendo viejo

y arrastro mi sonrisa sin quejarme.

Tu foto en la mesilla

me arropa cada noche sin fallarme,

y va pasando el tiempo

y sueño con que pueda reencontrarme

con todos los que os fuisteis de este mundo

y para mi seguís siendo importantes

aunque ya ni os recuerden

o nos os conozca nadie.

Yo rezo cada noche

al Dios de vivos, tan fuerte y tan grande,

que es Señor de la vida y de la muerte

y que a todos contempla como un Padre:

los que andamos corriendo en la existencia

a veces sin saber donde agarrarse,

vagando como pollos sin cabeza,

bañados por mil lagrimas y sangre,

preocupados por cosas que no importan,

a veces ignorando mil detalles,

ignorando que un día

seguro nuestra cuerda ya se acabe.

Y Dios guarda en el fondo de su pecho

como si fueran oros y diamantes

 aquellos que crecieron y  que amaron

que vivieron grandezas y desastres

y cuando llegó el tiempo

exhalaron la música y el aire

y dejaron la vida en los cajones,

la ropa que ya nunca vuelve a usarse,

las cartas en la mesa

mil fotos y perdidos equipajes.

Dios nos contempla a todos

en este raudo viaje.

¿Qué pensarán nuestros muertos mirando

nuestra vidas valientes y cobardes,

nuestros triunfos y risas,

nuestras llagas profundas y culpables?

Seguro nos ayudan desde el cielo

cercano y brillante

y velan nuestro sueño y nuestros pasos

como si fueran ángeles.

Otro año ya ha pasado

y supongo que ya voy acercándome

a ese día en que deje las maletas

y de nuevo tu puedas encontrarme.

Y aunque no pueda veros

para mí no estáis muertos ni distantes.

Tan solo estáis callados e invisibles

pero seguís cuidándome.

Como chispa mantengo la esperanza

de reencontrarnos bellos y radiantes

cuando Jesús nos llene de su fuerza

y como Lázaros volvamos a la calle,

a la vida, al barrio, a la familia,

sentados al brasero de la tarde

comiendo unos buñuelos

arropados con besos que quedasen

como el mayor tesoro

de este rápido viaje.

Otro año ya ha pasado

y para mí seguís siendo importantes.

Yo me voy a la cama.

No olvides tu caricia y arroparme.

Yo sé que no estáis muertos.

Buenas noches.

No olvides arroparme.

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