Un año más volvemos a vivir una semana grande con el cuerpo ya hecho a no disfrutar de los pasos en la calle. Y es que en esta bendita tierra en la que la piedad popular es seña de identidad y conforma lo más esencial y genuino de nuestro ser

Un año más volvemos a vivir una semana grande con el cuerpo ya hecho a no disfrutar de los pasos en la calle. Y es que en esta bendita tierra en la que la piedad popular es seña de identidad y conforma lo más esencial y genuino de nuestro ser, esta Semana Santa está siendo rara al echar de menos ver salir los pasos, tener la flexibilidad para entrar y salir con tus hermanos de cofradía, ir a misa simplemente a la hora que mejor te venga sin tener en cuenta el aforo del lugar al que te quieres dirigir. Es sin duda una circunstancia diferente pero en la que te das cuenta de que la esencia permanece pese a la sociedad en la que vivimos que parece ensañarse en cuanto puede con el hecho religioso.

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Lo importante sigue siendo el Evangelio pues más allá de imágenes y pasos vemos a mucha gente que enseña a sus hijos y nietos la fe de sus mayores. Es cierto que también encontramos a gente que sigue sin respetar distancias y aforos pero el respeto y la responsabilidad se hace muy presentes en muchos de los templos que abren con responsabilidad y han logrado encontrar un equilibrio que el año pasado no dio tiempo a poder conseguir. Por eso este año hemos podido encontrar disposiciones y estampas inéditas.

Altares con los enseres dispuestos para solemnizar a los titulares, colas de fieles para visitar a sus devociones y celebraciones litúrgicas con mucha más concurrencia de fieles que otros años. Me comentaba un alto cargo de la federación de hermandades y cofradías que este año se palpaba en el ambiente el impulso interior de la gente para participar más activamente en los cultos, triduos, quinarios y celebraciones litúrgicas que cada hermandad ha ido organizando.

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Pero es cierto que para los que aparte de seguir viviendo un camino de fe, viven estos días con su arraigo especial a una hermandad, una banda, una verdadera familia que se estrecha estos días con amigos fuertes de Dios como decía Santa Teresa, esta situación se hace un poco cuesta arriba. Y es que el pueblo sigue teniendo ser que ve saciada en cierto modo por la piedad popular y lo que de catequesis evangélica tiene al sacar las imágenes a la calle. Es sin duda también un camino para acercarse al Señor.

Hablando con mi buen amigo Juan de Dios, hermano de la Hermandad de la Esperanza de Granada me decía, “echaré de menos mi dolor de pies diario después de largas jornadas de música con mi banda, echaré de menos ponerme mi faja y mi costal y ser una pequeña ayuda de la pesada carga de la cruz que lleva el Señor del Gran Poder cada Martes Santo donde están clavados cada uno de nuestros pecados. Echaré de menos el encuentro y los abrazos con los amigos, los saludos espontáneos de personas a los que a lo mejor sólo los ves dos veces al año , pero cuando te los encuentras parece que llevaras viéndolos todos los días. Echaré de menos las prisas para coger sitios, las horas de cansancio viendo el televisor después de un largo día en la calle. Echaré de menos tantas y tantas cosas… pero seguro que si Dios quiere volveremos más fuertes que nunca y sabiendo que aunque haya épocas de tempestad, el Señor nunca nos abandona”.

Y es que esta es la esencia de una experiencia tan personal e indescriptible con palabras para cada uno de los que profesamos una fe que es motor de nuestra vida. Música, incienso, saeta, cera, promesa, oración y piedad que queda inundada de una inmensidad de registros con los que los creyentes de ayer, hoy y mañana seguiremos intentando atisbar la grandeza del misterio pascual.

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