“Sí creo en una comunidad de discípulos seguidores de Jesús, con cuerpo tangible y espíritu perceptible” ACTO DE FE: NO CREO EN LA IGLESIA

No se trata de una insolente osadía o una frívola temeridad. Significaría que he apostatado de mi fe y desertado de la Iglesia. Nada más lejos. Ya hace unos años insistí en lo mismo a raíz de mi artículo “No creo en el credo” (5 abril 2013). En realidad, ¿qué es la fe? ¿Existe una definición exacta? Yo recuerdo la del catecismo de Ripalda: “La fe es creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado”. Pero... “creer lo que no vemos” puede llevarnos a la credulidad, que no sería fe sino ingenuo infantilismo.

¿Puede y debe ser modificada la estructura de la Iglesia? Durante siglos la Iglesia se ha configurado como “cristiandad”, articulada en torno a una clase privilegiada, el clero. Inducida y fascinada por el imperialismo, se concibió la Iglesia como una institución  incorpórea, hierática, ostentosa, sublime, a la que se podían acoplar peculiaridades, características, prerrogativas y atributos a discreción, conformándola como una entidad acomodaticia.

“Una, santa, católica y apostólica”

Distintivos que recitamos en el Credo. Son conceptos teológicos abstractos, confusos, equívocos, que no se corresponden absolutamente con la realidad eclesial.

- Unidad que contrasta con la diversidad de “Iglesias” que se denominan cristianas (y lo son).

- Santidad que choca con la corrupción sexual generalizada, y el afán de arrogancia, dominio y poder, incluidas las más altas esferas.

- Catolicidad que contrasta con la “romanización” (“católica” y “romana” son dos irreconciliables términos antitéticos, antiéticos y antiestéticos).

- Apostolicidad que queda desmentida por su estructura piramidal y el poder absoluto de los jerarcas, que se contrapone a la implicación de toda la comunidad de los tiempos de los Apóstoles.

Y no olvidemos la acomodaticia aplicación que se hace de expresiones bíblicas, algunas manipuladas y sacadas de contexto, para atribuirlas a la Iglesia y justificar su aspecto sagrado.

El modelo de Iglesia-Institución, reconozcámoslo o no, ha muerto

Lo afirma el propio Francisco: "El Estado Vaticano como forma de gobierno está en crisis, hay estructuras de corte que tienen que caer" (RD 28- 05- 2019). Y no son secretos reservados los reiterados propósitos de Francisco de reformar la Curia vaticana ni las diligencias que ha llevado a cabo al respecto; así como revisar otros organismos enquistados, normas obsoletas y mentalidades mohosas. En consecuencia, yo entono el mea culpa y confieso sinceramente que no creo en la Iglesia.

No creo en la Iglesia como “Sociedad Perfecta”

Con baluarte en el Estado Vaticano, símbolo de ostentación, soberanía y poder. Una Iglesia universal-organizada y organizativa: estructurada de arriba-abajo, con su territorio, sus gobernantes, sus súbditos; su armazón piramidal, presidida y señoreada por la jerarquía y el clero, seguidos de y por los sumisos fieles; con su código de Derecho, leyes y privilegios, sus tribunales inquisitoriales, sus censuras, condenas y excomuniones. Su estructura organizativa es autoritaria, infantilizadora y discriminatoria. Una “perfecta sociedad... medieval”.

No creo en la Iglesia piramidal, jerarquizada 

La Iglesia se ha instituido a sí misma como verticalidad absoluta y absolutista.  La configuración eclesial sigue hoy organizada en dos evidentes grupos desiguales: el clero, formado por el Papa, Obispos y presbíteros,  erigidos en “sagrados” (in sacris) y el pueblo, al que se le ha denominado seglares (“seculares”, mundanos) o laicos (“legos”, profanos). Estos dos desiguales grupos los definió el papa Pío X en su encíclica “Vehementer Noster” con estas deplorables palabras: “En la sola jerarquía (el clero: Papa, Obispos y presbíteros) residen el derecho y la autoridad necesarias para promover y dirigir a todos los miembros hacia el bien común. En cuanto a la multitud (los laicos) no tienen otro derecho que el de dejarse conducir dócilmente y seguir a sus pastores”. Incluso el Concilio Vaticano II, aunque esbozó tímidamente el papel de los laicos en la Iglesia, mantuvo esta lamentable estructura. Doctrina que aún hoy día  está en plena vigencia. Parece que la Iglesia la constituye solamente el clero, los demás no pintan nada. Los laicos han quedado postergados y preteridos a lo largo de la historia. El “pueblo de Dios” ha sido apocopado y reducido a “pueblo”, usurpándole el clero la dignidad sagrada. La jerarquización es fuente de desigualdad y de exclusión, de censura e incluso de excomunión. La Iglesia hace siglos que optó por el poder autoritario y es uno de los pocos Estados del mundo que se mantiene en un régimen absolutista cien por cien.

No creo en una Iglesia clericalizada

Problema básico en la Iglesia. Lo ha dicho claramente el papa Francisco: «Debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia. En la Iglesia las funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros ». (EG.104). Clericalismo significa la concentración de todo el poder sagrado en el clero, que se considera por encima de cualquier fiscalización y censura, con exclusión de otros estamentos. La Iglesia clerical ha resultado ser un aparato de legitimación de poderes totalitarios y abusivos. Una casta exclusiva y exclusivista. Es la expresión de un enfoque de Iglesia que solo cumple con objetivos de poder, dominación y control sobre las personas. Se trata de la “dictadura del clero”. La oposición clérigo-laico constituye una situación patológica dentro de la Iglesia.

No creo en la Iglesia del rigorismo dogmático

“El narcisismo teológico de una Iglesia,  que vive en sí, de sí y para sí” (Francisco);  no creo en la Iglesia de la casta sacerdotal oligarca y celibataria, ni en la Iglesia de la exclusión selectiva, ni en la Iglesia homófoba y misógina; ni en la del lujo y el derroche de ornamentaciones, mitras, báculos, cruces y anillos, vestimentas y capas magnas; ni en la del fastuoso y monótono ritualismo, ni en la Iglesia “sociedad anónima”, ni en tantas otras “Iglesias” momificadas, adulteradas y sofisticadas.

Sí creo firmemente en la “Ekklesía”

Una “comunidad” real, visible; no un ente místico y misterioso. Una comunidad de discípulos seguidores de Jesús, con cuerpo tangible y espíritu perceptible, con sus filias y su fobias, sus virtudes y sus defectos. Sí creo en una Iglesia comunidad integrante e integradora; una Iglesia doméstica servidora; una Iglesia más fiel al Evangelio que al Catecismo y al Derecho Canónico; una comunidad de iguales con unos ministerios entre iguales, sin sacratismos ni clericalismos.

Sí creo en la Iglesia-comunidad 

Constituida a partir de la realidad local, concreta; una comunidad vinculada a unos hermanos concretos, a un compromiso concreto; una iglesia-comunidad que encarne el Evangelio, donde la relación interpersonal es viva y concreta; una comunidad donde se reza, se comunica, se actualiza y se celebra la fe hecha vida en el Cuerpo de Cristo, y donde el carisma personal está al servicio de la comunidad, dando lugar a los diversos ministerios, tanto de hombres como de mujeres, sin desigualdades ni incompatibilidades. (1Cor 12, 12 ss).

¿Se me podrá tachar de  hereje, de renegado o de apóstata encubierto convirtiendo así mi acto de fe en “auto de fe”?

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