Los cristianos somos “clero” de Dios: los que participan de su “herencia” Nada “puede separarnos del Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Santísima Trinidad B 2ª lect. (26.05.2024)

La identidad cristiana se expresa en obras hechas con el “dedo de Dios” (Lc 11,20)

Comentario:Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción…” (Rm 8,14-17)

El capítulo octavo de Romanos contempla la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Pablo contrapone la vida “según la carne” (vida movida por el egoísmo), y la vida “según el espíritu” (vida movida por el amor). En el versículo nueve, se dice a los fieles de Roma: “Vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros” (Rm 8,9). La lectura de hoy dice que hemos recibido un Espíritu de filiación, “en el que “clamamos ` ¡Abba, Padre! ´”, nos testimonia que “somos hijos de Dios” y “coherederos con Cristo”. La santísima Trinidad, cuya fiesta celebramos hoy, se hace presente en el cristiano que acepta a Jesús: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).

La vida concreta, activa, nos identifica:cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (v. 14). Como Jesús: “cada árbol se conoce por su fruto” (Lc 6,44; Mt 7, 17-20). La identidad cristiana se expresa en obras hechas con el “dedo de Dios” (Lc 11,20), es decir, con su mismo Espíritu. Vivimos la filiación de Dios cuando nos dejamos guiar por su impulso amoroso, por su Espíritu, dando “vida y paz” (Rm 8,6). Al revés, cuando nuestra conducta deshace personas, hace irrealizable la vocación, deja miseria, margina, divide, enfrenta, no respeta la libertad…, no vivimos como hijos de Dios. Estamos “en la carne”: egoísmo en sus diversas formas: dominio, venganza, ira, avaricia (acumulación de bienes a costa de la miseria de otros), vanagloria...

Los bautizados en Cristo no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción (“hijos de adopción” traduce el sustantivo “huioszesía”: huiós = hijo; zesía, de tízemi = poner: situarse como hijos; traducción más literal sería: “habéis recibido un Espíritu de filiación”), en el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!” (v. 15). El mundo de las religiones suele inspirar miedo a los dioses que premian y castigan. Jesús, con su Espíritu, libera del miedo a la divinidad y a la muerte, al darnos un nuevo sentir: “su Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (v. 16).Pablo saca la consecuencia lógica de ser hijos de Diosal final de este mismo capítulo: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,38-39). Y desde las comunidades del apóstol Juan, nos recomiendan: “No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero” (1Jn 4,18-19)

Y, si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él” (v. 17) “Herederos” en el original griego es “kleronómoi” (klêros = herencia, y némo = distribuir, dividir). Son los que participan de la herencia de Dios, su “clero”. Eso es lo que somos los cristianos, la Iglesia. Palabra apropiada en exclusiva por los “servidores” más destacados de la Iglesia: obispos, presbíteros. diáconos. Abuso que sigue hoy dividiendo la Iglesia en clérigos y laicos, dirigentes y dirigidos. Según el Vaticano II, mejor es hablar de comunidad-pueblo de Dios, que continúa el ministerio de Jesús, en el que hay diversos servicios-ministerios. Unos son conferidos por el sacramento del Orden (“ordenados”) y otros procedentes del sacramento fontal, el bautismo, y la Confirmación.

Oración:Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción…” (Rm 8,14-17)

Jesús, hermano y coheredero del Amor:

tú eres la buena noticia del amor de Dios;

“el ser humano, incitado sin cesar por tu Espíritu,

nunca es del todo indiferente ante el misterio divino...

Siempre desea saber el significado de su vida,

de su actividad y de su muerte...

Nuestros contemporáneos caminan hoy

hacia el desarrollo pleno de su personalidad,

el descubrimiento y afirmación de sus derechos….

Tu Evangelio proclama la libertad de los hijos de Dios,

rechaza todas las esclavitudes…;

respeta la dignidad de la conciencia y su libre decisión;

advierte que todo talento humano debe redundar

en servicio de Dios y bien de la humanidad;

encomienda a todos a la caridad de todos...

Nosotros, la Iglesia, en virtud de tu Evangelio confiado,

proclamamos los derechos del ser humano,

reconocemos y estimamos mucho el dinamismo actual,

que promueve por todas partes tales derechos.

Queremos lograr que este movimiento quede

imbuido del espíritu evangélico

y garantizado frente a cualquier apariencia de falsa autonomía” (GS 41).

“Tú, Cristo, al revelar el misterio del Padre y de su amor,

nos manifiestas plenamente nuestro propio ser humano,

nos descubres la sublimidad de nuestra vocación...

Tú eres imagen de Dios invisible (Col 1,15) …:

en ti, la naturaleza humana asumida, no absorbida,

ha sido elevada a dignidad sin igual...

tú, Hijo de Dios, te has unido con todo ser humano…;

te hiciste verdaderamente uno de los nuestros,

semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado…

En ti, Dios nos reconcilió consigo y con nosotros

y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado;

tú, `Hijo de Dios, me amaste y te entregaste por mí´ (Gal 2,20);

padeciendo, nos diste ejemplo para seguir tus pasos

y abriste el camino para santificar y dar sentido a la vida.

Los cristianos hemos sido conformados con tu imagen de Hijo,

Primogénito entre muchos hermanos;

hemos recibido las primicias del Espíritu (Rem 8,23),

que nos ha capacitado para cumplir la ley nueva del amor.

Tu Espíritu, prenda de la herencia (Ef. 1,14),

nos ha restaurado internamente para vivir tu amor;

tu Espíritu, que te resucitó, habita en vosotros,

dará también vida a vuestros cuerpos mortales (Rem 8,11)...

Tu Espíritu ofrece a todos la posibilidad de que,

en la forma de sólo Dios conocida,

se asocien a tu misterio pascual…

Por ti y en ti, Cristo, se ilumina el dolor y de la muerte:

con tu muerte has destruido la muerte y nos has dado la vida,

para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!” (GS 22).

Ayúdanos, Cristo Jesús, a crecer en el Hogar del Amor:

donde se venera al Amor, que es Dios-Padre;

donde se vive con el Amor, que es Dios-Hijo y Hermano;

donde crecemos en el Amor, que es Dios-Espíritu de comunión.

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