La fe, confianza en el Dios de la vida, hecha amor en toda situación, produce salvación, realización personal
Hoy, Jesús, tu evangelio es la fe-bondad de José (Domingo 4º Adviento 21.12. 2025)
A los dos, Jesús, les costó entender tu vida: atados a sus tradiciones, defendían sus leyes por encima de todo; querían hundir a sus enemigos y brillar en poder y gloria
Comentario: “me está reservada la corona de la justicia” (2Tim 4, 6-8.17-18)
En una sola fiesta, celebramos la memoria de los Apóstoles más decisivos en la primera Iglesia. Celebrar el “día del Papa”, no debía marginar a Pablo. El obispo de Roma es “sucesor de Pedro”, y continuador de la misión de Pablo. La cabeza de la Iglesia es Cristo (Col 1,18; 2,19; Ef 1,22). San Basilio (s. IV) llamaba “vicario de Cristo” al “pobre” (Mt 25, 31ss). Pedro y Pablo representan toda la Iglesia.
La carta 2Timoteo se centra en la figura de Pablo: educación, noticias, sufrimientos, próximo fin, recomendaciones a los dirigentes de las iglesias. Leemos dos fragmentos del cap. 4. El primer fragmento interpreta la vida de Pablo como:
a) “bebida que se derrama” en ofrenda: “estoy a punto de ser derramado en libación (spéndomai: “estoy siendo ofrecido en libación”) …” (v. 6). Metáfora de la Carta a los Filipenses: “si mi sangre se ha de derramar (lit.: “si soy derramado en libación”: ei spéndomai), rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría” (Flp 2,16-17). Libación, parte de ritos religiosos antiguos, es derramar o rociar una bebida como ofrenda a la divinidad.
b) combate deportivo: “He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe” (v. 7). Combate aclarado en la carta a los Efesios: “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso”. Al ser humano hay que amarlo. El combate del cristiano es “contra principados, potestades, dominadores de este mundo de tinieblas, espíritus malignos del aire”. Son las pulsiones negativas que nos tientan e impulsan a vivir en mentira, egoísmo, odio, venganza, soberbia… El cristiano las combate con “las armas de Dios: la verdad, la justicia, la prontitud, la fe, la salvación y el Espíritu que es la palabra de Dios” (6,12-17). Así, reconoce: “he conservado la fe”. Sin obras (de verdad, justicia, diligencia, fe, realización, dejarse llevar del Espíritu) no hay fe.
c) esperanza en el amor de Dios: “Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor (“egapecósi”: aman, viven en agape) su manifestación” (v. 8). Esta esperanza la expresa Pablo en carta a los Filipenses: “corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús” (Flp 3,14) De modo similar, la carta a Santiago: “Bienaventurado la persona que aguanta la prueba, porque, si sale airosa, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que lo aman” (Sant 1,12).
El segundo fragmento proclama la confianza que todo apóstol tiene en el Señor: “el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1Tim 4,17-18). Es el balance de su vida: el Amor le ha acompañado y fortalecido en su ministerio como a Jesús Mesías. Espera la plenitud del cielo, y vive agradecido al Amor: “a Él la gloria por los siglos...”.
Oración: “me está reservada la corona de la justicia” (2 Tim 4, 6-8.17-18)
Recordamos, Jesús, a dos Apóstoles decisivos en tu Iglesia:
a Pedro, cabeza del primer grupo apostólico,
que te reconoció “Mesías r Hijo de Dios vivo”;
a quien dijiste: “tú eres Pedro y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,13ss);
a Pablo, cumplidor celoso de la Ley,
que perseguía a muerte tu Camino;
a quien elegiste “para llevar tu nombre
a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel” (He 9,1-19).
A los dos les costó entender tu vida:
estaban atados a sus tradiciones religiosas;
defendían sus leyes por encima de todo;
querían hundir a sus enemigos
y brillar en poder y gloria.
Pedro se opuso a la entrega de tu vida:
“te llevó aparte y se puso a increparte:
«¡Lejos de ti tal cosa, Señor!
Eso no puede pasarte».
Tú te volviste y le dijiste:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás!
Eres para mí piedra de tropiezo,
porque tú piensas como los hombres,
no como Dios»” (Mt 16,22s).
Pablo evolucionó desde el fanatismo egoísta:
“respiraba amenazas de muerte contra tus discípulos”;
camino de Damasco, lleno de odio orgulloso:
“una luz celestial lo envolvió con su resplandor;
oyó una voz que le decía:
«Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?».
Dijo él: «¿Quién eres, Señor?».
Respondiste: «Soy Jesús, a quien tú persigues.
Pero levántate, entra en la ciudad,
y allí se te dirá lo que tienes que hacer»” (He 9,1-6).
De ambos conservamos su servicio al evangelio:
ambos son testigos de tu resurrección;
ambos se sienten iguales ante tu Amor;
se encuentran en Jerusalén y comparten tu evangelio;
se interpelan, acuerdan sincera y cordialmente (Gál 1,18; 2,1ss).
Gracias, Jesús, por el servicio de Pedro:
reunió a los discípulos desconcertados
y los animó en la misión;
su servicio no es imperialismo romano;
nos dejó su amor a la fraternidad:
“mostrad estima hacia todos,
amad a la comunidad fraternal” (1Pe 2, 17).
Gracias, Jesús, por el servicio de Pablo:
“¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!;
es que me han encargado este oficio…;
¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio,
anunciándolo de balde...;
siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos
para ganar a los más posibles…;
me he hecho todo para todos, para ganar,
sea como sea, a algunos…;
todo lo hago por causa del Evangelio,
para participar yo también de sus bienes” (1Cor 9,16-23).
Jesús misionero del Amor divino:
abre el corazón de la Iglesia al Espíritu que nos habita;
que el Papa y sus colaboradores sean Evangelio;
queremos colaborar en el servicio de Pedro y Pablo
orando y aportando nuestra mejor ayuda.
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