“Tú, Señor, eres el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el que tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” “La Ascensión del Señor es nuestra victoria” (Ascensión del Señor 01.06.2025)
Queremos, Jesús, mantenernos en tu esperanza
| Rufo González
Comentario: “lo sentó a su derecha en el cielo” (Ef 1,17-23)
Leemos una acción de gracias y peticiones a Dios (1,15-19). Peticiones cumplidas en Cristo y en la Iglesia (1,17-23). El autor fundamenta su acción de gracias y súplica a Dios en la información recibida de la iglesia local:“habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones” (vv. 15-16). Son notas definitorias de toda iglesia: relación con Jesús (vuestra fe en Cristo) y relación entre sus miembros (vuestro amor a todos los santos). Dones en continuo proceso. Dones en dirección cristiana, según el Espíritu orientador de Jesús. Por eso necesitan de la oración “al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria”. Estas palabras introducen la lectura de hoy.
Esta oración incluye dos peticiones fundamentales:
a) “os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo”. En esta misma carta, más adelante, se recuerda fragmentos de un himno que cantarían los primeros cristianos probablemente en alguna fase del camino hacia el bautismo: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará. Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere” (Ef 5,17). Importa estar muy atentos a la vida interior y exterior. Cristo ilumina por su Espíritu, que vive en nosotros y nos hace conscientes y convencidos de ser hijos de Dios, coherederos con el Mesías... (Rm 8, 9-17). La sabiduría que se pide para los efesios, creyentes en Cristo, es saber vivir el amor del Padre en nuestras circunstancias concretas.
b)“ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis”. “Ojos del corazón” es atención a la vida desde la conciencia empapada de amor, limpia de egoísmo. Jesús nos dice “dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Con esa conciencia comprendemos los contenidos fundamentales del proyecto cristiano. Lo dice la lectura de hoy:“para que comprendáis: 1) “la esperanza a la que os llama”; 2) “la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”; y 3) “la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa” (vv. 17-19). Estos dones, “esperanza, gloria, poder”, están incluidos en el amor de Dios. No pueden interpretarse con criterios mundanos, sostenidos por el egoísmo, el enemigo de Dios. Creyendo en su amor: “esperamos” nos llene el corazón de su verdad y alegría; nuestra “gloria” es sentirnos amados en toda ocasión; “poder” es amar gratis entregando nuestro corazón incluso al miserable (miseri-cor-dare), como nuestro Padre del cielo,
Este amor se “desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos” (vv. 19-23). Hoy lo celebramos: “Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido a lo más alto de los cielos, como Mediador entre Dios y la humanidad, como Juez del mundo y Señor del universo. No se ha ido para desentenderse de nuestra pobreza, sino que nos precede como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino” (Prefacio I de la Ascensión).
Oración: “lo sentó a su derecha en el cielo” (Ef 1,17-23)
Jesús resucitado:
Hoy queremos reconocer el amor del Padre,
que “se desplegó, resucitándote de entre los muertos
y sentándote a su derecha en el cielo,
por encima de todo principado,
poder, fuerza y dominación,
y por encima de todo nombre conocido,
no solo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo tus pies,
y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo.
Ella es su cuerpo, plenitud
del que llena todo en todos” (Ef 1,19-23).
Queremos, como tú, ser testigos del Amor:
manifestar a todos nuestra vida en tu Amor;
invitar a realizar tu Amor en la vida diaria;
unir en fraternidades familiares, vecinales…;
acentuar tu Amor como distintivo de la Iglesia.
Como los primeros cristianos, oramos hoy:
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo con toda clase
de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables
ante él por el Amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que nos ha concedido en el Amado.
En él, por su sangre, tenemos la redención,
el perdón de los pecados…,
el plan que había proyectado realizar por Cristo:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
En él hemos heredado también…
quienes antes esperábamos en el Mesías.
En él también vosotros,
después de haber escuchado la palabra de la verdad
-el evangelio de vuestra salvación-,
creyendo en él habéis sido marcados
con el sello del Espíritu Santo prometido.
Éste es la prenda de nuestra herencia,
mientras llega la redención del pueblo de su propiedad,
para alabanza de su gloria” (Ef 1, 3-14).
Queremos, Jesús, mantenernos en esta esperanza:
creemos que tú, “Verbo de Dios, por quien todo fue hecho,
te encarnaste para que, Hombre perfecto,
salvaras a todos y recapitularas todas las cosas.
Tú, Señor, eres el fin de la historia humana,
punto de convergencia hacia el cual tienden
los deseos de la historia y de la civilización,
centro de la humanidad,
gozo del corazón humano
y plenitud total de sus aspiraciones.
Tú eres aquel a quien el Padre resucitó,
exaltó y colocó a su derecha,
constituyéndolo juez de vivos y de muertos.
Vivificados y reunidos en tu Espíritu,
caminamos como peregrinos hacia
la consumación de la historia humana,
la cual coincide plenamente
con su amoroso designio:
`Restaurar en ti, Cristo, todo lo que hay
en el cielo y en la tierra´ (Ef 1,10)” (GS 45).
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