Francisco rompe sueños, malogra expectativas y frustra esperanzas. Me ratifico en este diagnóstico leídas sus recientes afirmaciones NO CREO EN EL SÍNODO
Se han marginado los temas candentes
| Pepe Mallo
Hace años publiqué en este mismo foro y en este mismo blog sendos artículos titulados “No creo en el Credo” (5. 04. 2013) y “No creo en la Iglesia” (13. 6. 2019, artículos recogidos en la edición de mi libro “Al hilo de la vida. Reflexiones de un librepensador”. Esta vez me ha resultado fácil encontrar el título de mi reflexión, leídas algunas consideraciones publicadas en Religión Digital durante la relajación veraniega en la que no tenía otra cosa peor que hacer que dedicarme a la lectura.
Han sido diversos y sugerentes los artículos publicados relativos al Sínodo. De una parte, afloran los que lo consideran una experiencia eclesial fascinante; de otra, quienes aguardan esperanzados la exhortación final de Francisco; y un tercer grupo de comentaristas que se sienten defraudados y escépticos ante las previsibles conclusiones recogidas en el “Instrumentum laboris” para la próxima sesión de octubre. Entre estos últimos, el artículo aparecido en el blog de José Arregi (12.07.2024) “El Sínodo es un callejón sin salida: El clericalismo sigue intacto y cerrado” me ha reafirmado en mi sentir. Opiniones que ya he venido expresando insistentemente en diversos comentarios anteriores. Visto lo visto, leído lo leído y oído lo escuchado, he llegado a la conclusión de que “no creo en el Sínodo”; aunque, de hecho, por no parecer negacionista, podría decir que me apunto al grupo de los escépticos.
“El clericalismo sigue intacto y cerrado… No será posible un verdadero sínodo, un camino compartido, una Iglesia de hermanas y hermanos, libres e iguales, mientras no se derribe el muro, el sistema, el modelo clerical”, sostiene Arregi en el artículo citado. Desde hace tiempo, como digo, he manifestado yo esta misma protesta. Habrá clericalismo mientras exista el clero, es decir, mientras persista la “sacralización” de una parte del Pueblo de Dios (los “alter Christus”) privilegiado, que crea barreras entre los bautizados. Pura endogamia. “Es la jerarquía quien elige a la jerarquía y se considera a sí misma como elegida por Dios. Círculo cerrado.”, concluye Arregi. Auténtica clerolatría.
Y es que llevamos miles de años incrustados en este modelo eclesial. Modelo piramidal y autoritario, en el que la “palabra de Dios” la detentan los sacerdotes; sobre ellos deciden los obispos y, finalmente, quien se arroga la “última palabra”, la infalible, es el Papa que arbitra, dirime y decreta. ¿Dónde queda el tan manido aforismo “vox populi, vox Dei”?
En esta línea, observamos que el nombre de la asamblea se denomina “Sínodo de los obispos” (los demás son “invitados”). ¿No sería más propio “Sínodo de la Iglesia”? A nivel teórico admiten que sínodo significa “caminar juntos”, pero encubren que ellos son los pastores que “dirigen” al “sumiso rebaño”. A esto se añade que el documento “Instrumentum laboris” ha sido transcrito por eclesiásticos. Y en un serio análisis, se aprecia claramente que se han instrumentalizado las propuestas de las primeras consultas eclesiales. Se han marginado los temas candentes.
A nivel universal se presentaron una serie de interpelaciones y propuestas para lo que se prometía ser una apertura, renovación y actualización de la Iglesia. Sin embargo, en las diversas refundiciones de tales propuestas, el documento ha sido “cocinado” por el mester de clerecía. Y finalmente Francisco lo ha sazonado a su gusto suprimiendo lo más “picante” de la salsa. No pocas veces Francisco ha lamentado en diversas intervenciones la marginación y exclusión de las personas: ancianos, inmigrantes, enfermos, pobres…; sin embargo, él, aquí y ahora, mantiene la exclusión ministerial de ciertos grupos: mujeres, curas casados, colectivo LGTBI. ¿Incoherencia? Me ha llamado la atención las improvisadas palabras de Francisco a las autoridades papúes en su reciente viaje: "Son las mujeres las que llevan adelante un país". ¡¿Un país sí y la Iglesia no?! Lamentable paradoja. Tres años de Sínodo ¿para qué? Para lo mismo de lo mismo.
Hace un par de años, a raíz de unas declaraciones de Francisco sobre este tema al regreso de uno de sus viajes, publiqué en este mismo foro una reflexión con el título “Diaconisas: Y los sueños sueños son…” (25.05.2019). En aquella exposición afirmaba yo que, en ocasiones, a pesar de sus buenos propósitos, Francisco rompe sueños, malogra expectativas y frustra esperanzas. Me ratifico en este diagnóstico leídas sus recientes afirmaciones.
Urge un modelo de Iglesia más abierto, transparente, corresponsable. Una Iglesia sinodal, igualitaria, participativa y misionera. Se hace necesario abolir la organización piramidal y jerarquizada. Instaurar una Iglesia donde no tenga cabida la “casta sacerdotal”, sino el “linaje elegido de un pueblo de sacerdotes” (1Ped. 2,9)
Francisco, al comienzo de su pontificado, en su exhortación “Evangelii gaudium”, nos urge a vivir “Una Iglesia en salida”, expresión que encierra una velada crítica al modelo anterior de Iglesia que era una Iglesia “sin salida”. Construir una Iglesia en salida. ¿Una Iglesia en salida? Sí, una salida por la tangente.
Para terminar, secuestro y subrayo la opinión de Consuelo Vélez en su artículo “Para hacer posible la sinodalidad ¿vino nuevo en odres viejos?” (01.07.2024): “Mientras sigamos hablando tanto de sinodalidad sin empeñarnos en propiciar “odres nuevos” para el “vino nuevo” del Espíritu, habrá muchas reuniones, muchas reflexiones, muchos encuentros, pero no habrá cambiado nada de tanto que es urgente que cambie.”
¿O tendré que declarar que “No creo en el Espíritu Santo” que sólo inspira a la jerarquía?