¿Puede el amor matrimonial ser tan “indigno” que por su causa se pueda restringir y condicionar la vocación de una persona? CURAS CASADOS, PORQUESÍES Y PORQUENOES

La práctica del celibato impuesto en la Iglesia no es tradición apostólica

Hace unas fechas apareció un interesante artículo del cardenal Sako con el título de “Curas casados, ¿por qué no? Confesaba el obispo haber ordenado sacerdotes a dos hombres casados, uno en Bélgica y otro en Holanda. Tras la ordenación, algunos de los presentes le preguntaron “por qué los católicos latinos no tenemos esa posibilidad, si en la Iglesia no existen dos categorías de católicos, sino una sola: católicos y apostólicos.” Naturalmente, esta injustificable diferencia reside en el gentilicio: “caldeos” o “latinos” (católicos apostólicos “romanos” y católicos apostólicos “caldeos”), lo que supone una arbitraria segregación.

El cardenal autor del artículo deja la implícita respuesta en fase interrogativa. “¿Por qué no?” Otros criterios reclamarían un teórico “¿por qué sí?”. Yo pienso que las respectivas respuestas a estos controvertidos interrogantes ya están definidas y bien definidas hace tiempo. Se resumen en los “porque no” y en los “porque sí”.

Porquenoes. ¿Por qué no? Pues, porque no.

- Porque el sacerdote, como “otro Cristo”, debe ser también célibe a imitación de Jesús que permaneció célibe de por vida.

- Porque “no se puede servir a dos señores”. O la familia o el ministerio. De lo contrario, una de las dos cosas se hace mal, o las dos. La dedicación a una mujer y a unos hijos resta “posibilidades de entrega” al servicio de los demás.

- Porque el celibato es un carisma del Espíritu y un don para la Iglesia. Y “la santa virginidad es más excelente que el matrimonio” (Pío XII: Sacra Virginitas).

- Porque el celibato es ontológicamente inherente a la vocación y a la ordenación sacerdotal.

- Porque el celibato es un don de Dios que Él regala a quienes elige y selecciona para ser sus ministros, sus “otros Cristos”.

- Porque es una tradición de los primeros siglos que ha venido consolidando el sacerdocio en la Iglesia y suscitando ejemplos de santidad y entrega.

- Porque existen más etcéteras sacados de la manga…

Porquesíes. ¿Por qué sí? Pues,

- Porque el celibato contradice el mandato de Dios sobre la naturaleza humana, “creced y multiplicaos”.

- Porque el celibato es una opción humana que “eligen libremente” algunas personas, creyentes y no creyentes, sin diferencia ni exclusión, libre de imposiciones.

- Porque el celibato no es inherente de ninguna manera a la naturaleza humana.

- Porque la práctica del celibato impuesto en la Iglesia no es tradición apostólica. Al principio existían únicamente ministerios, con y sin celibato. Y eran las propias comunidades quienes elegían a sus ministros.

- Porque “el propio Jesús no puso esa condición previa en la elección de los doce. Como tampoco los apóstoles la exigieron para quienes ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (1Tim. 3,2-5; Tit. 1, 5-6)” (Pablo VI. Sacerdotalis Coelibatus, 5).

- Porque el matrimonio es de institución divina y el celibato es una reglamentación humana, una disciplina eclesial no una doctrina de fe.

- Porque el celibato no es un carisma del Espíritu, como nos quieren hacer creer, sino una libre y valorada opción de vida.

- Porque en la Iglesia católica romana ya existen sacerdotes casados que ejercen su ministerio sin desatender ni relegar a su familia.

- Porque la castidad impuesta y no vocacional, suele ir acompañada de serios problemas que llegan a vulnerar la dignidad del individuo y, sobre todo, su conciencia.

- Porque cuántos sacerdotes descubren su predisposición y aptitud para el ministerio, pero no se sienten “llamados” al celibato. Y así, viven en una dicotomía angustiosa.

A estas alturas del siglo XXI, ¿qué debe primar en la Iglesia: ¿el cumplimiento de la misión, el anuncio del Evangelio, o la ley del celibato? ¿Es el matrimonio un obstáculo para que las comunidades celebren la cena del Señor y los sacramentos? ¿Puede el amor ser tan “indigno” que por su causa se pueda restringir y condicionar la vocación de una persona? ¿La ausencia de celibato puede menoscabar la fraternal presidencia de la comunidad?

No se puede aducir como argumento teológico lo que no ha sido más que un mero antecedente sociológico y un simple hecho histórico circunstancial. Sabemos que no existe ningún texto que hable de obligatoriedad. Por el contrario, existen cantidad de citas bíblicas en las que se atestigua el matrimonio para los ministerios.

El célibe no está “más libre” para dedicarse a los demás y a Dios. Lo demuestran las vidas de tantos seglares casados y con hijos (y muchos curas casados) entregados en cuerpo y alma a una comunidad. Dejemos a un lado ya la absurda idea de que el amor a una mujer y a unos hijos resta dedicación a los demás. El amor y el egoísmo no se miden por matemáticas, ni por tiempos ni por espacios. Algunos confunden la “dedicación plena” (trabajo funcionarial) con la “disponibilidad absoluta” (servicio a la comunidad). No hablemos de dedicación “exclusiva”, porque las “exclusivas” sólo se dan en la “prensa del corazón”.

No se trata de una cuestión teológica, con ha apuntado el Papa, sino de un problema profundamente humano. Lo demuestran los cientos de sacerdotes y obispos obligados a abandonar su ministerio por este motivo y que han sido marginados y ninguneados. Lo corroboran la cantidad de repugnantes casos de pederastia que se han destapado últimamente. Lo confirma el hecho de que no pocos clérigos viven una doble vida, mujeres ignoradas, hijos secretos y estigmatizados.

“El celibato es un don para la Iglesia”. Ahí coincidimos todos. Ciertamente, el celibato voluntario es un don de Dios; pero el celibato impuesto es un “don-de la Iglesia” inhibe las mentes y coarta la libertad de las personas. Una cosa son los ministerios y otra la “sublimación” de los “ordenados”, los “consagrados”. Ordenados (no consagrados) son todos los ministerios.

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