“Pocas veces o nada se habla de la estigmatizada “dignidad” de los sacerdotes  que se vieron obligados a abandonar el ministerio por el hecho de optar por la vida matrimonial” CURAS CASADOS, exclusión perpetua no revisable

¿No están realmente estigmatizados y “condenados”?

He leído últimamente un dicho que ciertamente no pasará a la historia, pero sí motiva mi reflexión: “Dejo el sacerdocio por amor”. Pertenece a un eclesiástico que goza de cierta trascendencia pública. Tal afirmación forma parte de una sincera comunicación, yo diría familiar, que este clérigo anunció a sus feligreses en una homilía dominical. No han escaseado los comentarios, en una y otra dirección, a la decisión de dicho sacerdote, hoy día ya “ex”, según la terminología eclesiástica naturalmente.

La sincera decisión personal ha llevado a este “ministro de una comunidad eclesial” (resalto, “ministro de una comunidad eclesial”, no un “siervo” de la institución Iglesia) a engrosar el colectivo de los miles de curas que yo he definido en otros artículos como “viri reprobati”, “viri suspensi” y que hoy, dadas las circunstancias, me inclino a calificar de “condenados a exclusión perpetua no revisable”. Curas, como nuestro protagonista, que han tenido que abandonar su ministerio por asumir una responsable opción de vida en el matrimonio. No. El aludido “nuevo cura casado” no ha dejado el sacerdocio por amor, como tampoco lo han dejado por amor los miles de curas casados existentes. No lo han  dejado por amor, se han visto forzados radicalmente a abandonar su ministerio por “imperativo legal”, que no justo. Injusticia que no solo se produce en origen, en la propia ley, sino que se extiende a la prohibición de ejercer la vocación al ministerio eclesial, vocación que “doctrinalmente” proviene de Dios, no de la Iglesia. (¡Sarcástica paradoja!)

Existe un flagrante falseamiento de la historia del celibato a favor de una acomodadiza teología dogmática. La Iglesia, en su inflexible disciplina, totalitaria, regresiva y narcisista, se ha fabricado un Código a la “carta” para sí; pero un “plato único” para los súbditos: “lentejas”. Así se ha perdido de vista el acto más importante del “menú”, la “elección en sí misma”. La capacidad de elegir consiste precisamente en poder elegir. En esto del celibato, el concepto de libertad del cristiano ha sido fagocitado por el de la apariencia de libertad de elección. El candidato al ministerio opta ser ordenado sacerdote, pero no elige libremente el celibato, que viene impuesto como condición “sine que non”.

Constantemente se ensalza la “dignidad” del celibato. Pero pocas veces o nada se habla de la estigmatizada “dignidad” de los sacerdotes  que se vieron obligados a abandonar el ministerio por el hecho de optar por la vida matrimonial. ¿No atenta contra la dignidad de la persona la tajante prescripción de asumir la obligación del celibato a todo candidato al ministerio? ¿No atenta contra la dignidad de la persona que se les niegue ejercer su ministerio para el que han sido ordenados? A partir del Concilio Vaticano II, se inició una pertinaz campaña de descarada provocación para desprestigiar el celibato opcional y a las personas que lo promovían. ¡Qué no se dijo y qué se sigue diciendo! Descalificaciones, acusaciones sin fundamento y falta absoluta de argumentos. Se les ha tachado de renegados, de desertores, profanadores, perjuros, desleales a Cristo y a la Iglesia… ¿Por amar a una mujer, se traiciona a Cristo?

En la historia de la humanidad, desde hace milenios, los muros han distorsionado invariablemente la perspectiva, el horizonte. Han contribuido inexorablemente a la separación, al aislamiento. En la actualidad sigue inalterable la idea del muro como panacea para generar espacios restringidos, privativos y exclusivos. La imagen del muro resulta seductora también para las agendas eclesiales, pues son a la vez medio y mensaje de la metafísica de su seguridad, poder y dominio. Esta filosofía de separación y aislamiento ha afectado en lo más profundo de la persona a ese gran colectivo de ex-sacerdotes de todo el mundo que han sido relegados y discriminados sistemáticamente por la Iglesia. La sacralización  del celibato se ha alzado como la más implacable muralla (¿con concertinas?) de control clerical, condenándolos al confinamiento y a la exclusión. De hecho, este colectivo conforma el cuarto estamento eclesial, la escala más ínfima de la pirámide (Jerarquía, sacerdotes, laicos y la “subespecie laical = curas casados”), pues no se les permite ejercer en la comunidad y en la eucaristía ni siquiera los mínimos servicios permitidos al resto de los seglares. ¿No están realmente estigmatizados y “condenados”? El prejuicio de que el cura casado es indigno para ejercer el ministerio es un criterio que deriva directamente de una artificiosa mentalidad rancia y mohosa, no del Evangelio. Obstinación de la Iglesia en hacernos creer que es voluntad de Dios. La voluntad de Dios es precisamente la contraria: “No es bueno que el hombre esté solo”. No interpretan la voluntad de Dios, la suplantan. ¿A qué debemos acogernos y profesar mayor lealtad? ¿A la Institución con su Catecismo y Derecho Canónico o al Evangelio? Embarazoso dilema: “Obedecer a Dios o a los hombres”. (Hch. 5, 29)

Estamos expectantes por la próxima celebración del Sínodo de la Amazonia. Entre otras disposiciones se abre la posibilidad de ordenar a hombres casados. A nivel ecológico, la Amazonia es el pulmón de la Tierra, desgraciadamente en riesgo de desertización. El futuro de la Tierra está ligado al futuro de la Amazonia. A nivel eclesial, la Amazonia está siendo el esperanzado pulmón del nuevo rostro de la Iglesia. La escasez de ministros de la eucaristía en esas zonas depauperadas en todos los sentidos, obliga a plantearse la probabilidad de derogar el celibato obligatorio. Pero, de hecho, no se trata de una deforestación vocacional estrictamente  amazónica. El problema es estructural. Atañe a toda la Iglesia. Y yo me pregunto y pregunto: ¿Se extenderá a toda la Iglesia esta bienvenida y anhelada iniciativa? Más. ¿Qué papel jugarán en esta decisión los actuales curas casados? Me sospecho que seguirán siendo olvidados, excluidos y silenciados.

Existen colectivos y asociaciones a nivel mundial (en España, MOCEOP y ASCE) que vienen reivindicando, desde hace más de cuarenta años, el celibato opcional. Se han visto repudiados por la Iglesia, pero ellos no la han abandonado. Al contrario, son Iglesia y manifiestan otra forma de vivir la Iglesia. No solo se destaca su aspecto reivindicativo (celibato opcional), sino que “conforman y viven en comunidades fraternales, dinámicas, capaces de acoger toda la diversidad humana, donde las mujeres también puedan ejercer el magisterio, el liderazgo y los ministerios junto con los varones y en pie de igualdad.” Se intenta recuperar la primitiva comunidad ministerial. En el “documento de trabajo” del Sínodo se afirma que en su confección se ha recogido la voz de los excluidos aborígenes. ¿Se oirá también la voz de tantos excluidos y discriminados curas casados o continuarán siendo “condenados a la exclusión perpetua no revisable”?

Postdata de Rufo González, dirigida a los obispos (por si alguno lo lee):

Tras leer este certero alegato de Pepe Mallo, me viene a la mente la reflexión del “doctor de la Ley, respetado por todo el pueblo, Gamaliel”: “Pensad bien lo que vais a hacer con esos hombres... En el caso presente os digo: no os metáis contra esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosas de hombres, se disolverá; si es cosa de Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios” (He 5, 39). “Soltadlos” quiere decir “en el caso presente”: dejadlos ejercer el ministerio del Espíritu, para el que fueron ungidos. “No apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías” (1Tes 5,19). Creo que sería un milagro colosal que los dirigentes eclesiales escucharan. Seamos realistas en el Espíritu: ¡Pidamos lo humanamente imposible!

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