Yo no niego los “ministerios”, ni masculinos ni femeninos, sino la “dignidad clerical” Carta abierta a Victorino Pérez: Recrear los ministerios supone abolir la “unción sagrada”

Hola de nuevo, Victorino:

Acabo de recibir la revista de Moceop, “Tiempo de hablar. Tiempo de actuar” (nº 172). He encontrado en ella un meritorio artículo tuyo (pág. 19-23) en el que haces alusión a mi persona y a alguno de mis artículos, por lo tanto, a mi pensamiento sobre el tema del sacerdocio en la Iglesia. Creo que en el intercambio de opiniones que tuvimos hace unos años sobre el mismo tema, dejé clara mi postura al respecto. En este artículo de marras parece, digo “parece”, que sigues situándome frente por frente ante tus convicciones. Incluso afirmas: “Hay quien nos acusa de clericalismo a los que defendemos el valor del ministerio ordenado y de los sacramentos”, y citas uno de mis artículos. Pienso, amigo Victorino, que el término “acusar” encierra un significado peyorativo, como el de “culpar” o “imputar un delito” (DRAE), actitud muy distanciada de mi talante. ¿Cómo te voy a acusar si tú no has tenido arte ni parte en la constitución piramidal de la Iglesia? Lo que hago en mis reflexiones es “lamentar” esta situación y que haya personas que la respaldan. Y creo que no soy el único. Hay prestigiosos teólogos, con más predicamento que yo, que han llegado a la misma conclusión y lo han manifestado en sus escritos.

No me gusta polemizar, pero sí hacer aclaraciones. Ya que tú has manifestado públicamente nuestro encuentro epistolar de antaño e incides en las mismas ideas, permíteme que haga públicas las matizaciones que te comenté otrora. Copio y pego: “Constato que te has fijado en unas expresiones concretas y has desatendido el contexto general de mi artículo. Pienso, de todas formas, que en el fondo estamos sintonizados y coincidimos en muchos puntos. Cito, por ejemplo, uno con tus propias palabras: “La “ecclesía de las mujeres” y muchos teólogos-curas más propone/mos otra manera de ejercer el ministerio ordenado en una comunidad de iguales.” Opino que no has leído artículos míos en los que defiendo esa misma realidad, incluso casi con las mismas expresiones. En el artículo de marras, afirmo: “Se hace urgente una nueva visión de los “ministerios ordenados” y sobre todo de la “ministerialidad laical” basada en el bautismo y no en el sacramento del orden que aumenta el riesgo de clericalización y clerolatría.”

En tu actual artículo sigues defendiendo la “ordenación sacerdotal” y afirmas que no significa que hombres y mujeres sean elevados a un “orden superior”. Y yo pregunto: “¿Es evangélico “sacralizar” (ordenar “in sacris”) a las personas? ¡¿Personas sagradas?!” ¿Dónde queda, pues, la igualdad en dignidad y derechos de todos los bautizados? Yo no niego los “ministerios”, ni masculinos ni femeninos, sino la “dignidad clerical”. Me gustaría que me dijeras en qué parte de qué evangelio consta que Jesús elevó a alguien a la investidura de “sagrado”. Al contrario: “Quien quiera ser el primero…” Te sugiero que tengas en cuenta la expresión teológica “in sacris” que significa claramente elevar a alguien a la “esfera de lo sagrado”, por ende, “superior” al resto de los bautizados. En tu artículo aportas una razón, para mí endeble. El que existan o hayan existido en todas las religiones “sacerdotes /pastores” no es argumento extrapolable para que aparezcan en la comunidad cristiana. Ironizo tu afirmación: “y sin buenos sacerdotes/pastores las comunidades quedan cojas, como está ocurriendo actualmente”. ¡Pobres comunidades! Son tan ineptas e incompetentes que necesitan un guía que las conduzca por el camino recto. (A propósito de “camino”, la “tropa” necesita “directores espirituales”).

Me comentabas antaño que te habías negado a pedir la “reducción al estado laical” porque siempre te has sentido cura agradecido de haber recibido la ordenación sacramental. Descubro aquí una aparente contradicción respecto al tema que nos incumbe. Me explico. En castellano, avalado por la RAE, el término “reducción” es sinónimo de “degradación, descenso”, pasar de una categoría  a otra inferior; vale decir, del estamento clerical (superior) al estamento laico (inferior). ¿Que eso es lenguaje teológico y tú no te sientes afectado por él? Eso ya es otra cosa. Actitud por la que te felicito. Pero no pasa de ser una convicción tuya, “tu identidad como persona creyente”, no una realidad evangélica. No olvides que las vivencias y experiencias de cada uno son como el cepillo de dientes, algo muy personal.

No puedo pasar por alto otra aseveración tuya que creo absolutamente equivocada. Afirmas muy ufano: “Porque sabemos muy bien que ministerio no significa superioridad, sino servicio de la Palabra y de la eucaristía. Incluso por eso mismo, los presbíteros se ponen la estola para la eucaristía; no por ser superior, sino por estar representando allí a quien es realmente grande, nuestro Señor Jesucristo. Christina y yo nos creemos lo de “in persona Christi”. Personalmente no puedo aceptar esta afirmación. Quien representa a Jesús es la comunidad. El ministro preside la celebración “comunitaria”, no es “alter Christus”. En la eucaristía quien hace presente a Jesús es la comunidad. Y es la comunidad la que celebra unida la “Cena del Señor”: “Donde hay dos o más reunidos en mi nombre, ahí estoy yo”. ¡Sin representantes!, por mucha estola o aderezo que se vistan. ¿No te parece que, al decirte “representante de Jesús” ya te estás poniendo, sin pretenderlo, a un ápice superior al resto de la comunidad?

Los ministerios no son (¡no deben ser!) poder, sino servicio. Así nacieron en las primeras comunidades. Estoy convencido que en la Iglesia del futuro (¿Iglesia sinodal?) seguirá habiendo diáconos, presbíteros (no sacerdotes) y obispos, pero no con la configuración actual. Recrear los ministerios supone abolir la “unción sagrada”. Te copio un párrafo de un artículo mío titulado “La Iglesia, ¿cuerpo o corporación?”, publicado en RD y recogido en mi libro “Al hilo de la vida” (Entrelíneas Editores): “Vivimos el reto de volver a inspirarnos en el evangelio y en el cristianismo primitivo. El futuro está en volver a los orígenes, en la creación de comunidades, en el protagonismo de los laicos y en la igualdad eclesial de hombres y mujeres. Volver a Galilea, no a Trento. La «Iglesia en salida» franciscana significa pasar del medieval marco clerical al evangélico nuevo marco sinodal. Pasar de la ancestral pirámide autoritaria al comunitario círculo participativo; de la Iglesia absolutista, prepotente e impositiva, a la Iglesia pueblo de Dios, sin clericalismos. Pasar de ser una mera corporación, sociedad anónima dedicada a «servicios religiosos», a vivir la evangelización como Cuerpo de Cristo, donde los ministerios se entiendan desde la pluralidad de dones y carismas, como ejercicio de corresponsabilidad. Reforma, no cosmética.” Te invito también a que leas la reflexión titulada “¿Era Jesús sacerdote?”, recogida igualmente en el segundo tomo del citado libro “Al hilo de la vida”. Y otros artículos míos sobre estos temas.

Por finalizar ya este intercambio. No quiero citar la manida frase de que “entre nosotros hay más cosas que nos unen que las que nos separan” porque creo que, en el fondo, quiere decir que jamás nos pondremos de acuerdo. De todas formas, nuestras diferencias son teológicas, no vivenciales. Resulta que la teología  no es una ciencia exacta, sino discursiva, o sea, artificial. “Hacer teología” significa “interpretar” los textos sagrados. Pero, claro, depende de qué teólogos realicen esa interpretación. No es un secreto que determinados teólogos de prestigio han sido perseguidos, silenciados e inhabilitados. En tiempos recientes, tú estás más al tanto que yo, no podemos olvidar  la “Teología de la Liberación”, tachada de “grave desviación de la fe”, cuyos teólogos fueron procesados, sancionados y reprobados. Desde los orígenes de la comunidad cristiana han existido divergencias, controversias y conflictos respecto a la esencia y presencia de la Iglesia en el mundo. ¿Son idénticas la teología del Concilio de Trento y la del Vaticano II?

Espero, amigo Victorino, que este “rollo” haya servido para definir más claramente mi postura ante estos temas, y que nuestras diferencias no signifiquen desencuentros.

Un cordial saludo.

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