No cuadra con el Espíritu de Jesús dirigirse a sus comunidades mediante “decretos” de Su Excelencia, firmados por sus Cancilleres Secretarios Convocar a la eucaristía dominical con “decretos”

Los obispos siguen usando el lenguaje del imperio

Demasiados siglos sigue la senda imperial del Papa San Siricio (384-399), el primero en hacer valer su autoridad en “decretos”, usando los "Mandamos", "Decretamos", "Por nuestra autoridad...". Amigo del emperador romano de Occidente, Valentiniano II (371-392), quiso ser”emperador” del Espíritu de Jesús. También primero en usar el título de Papa. Ratificó la “continencia” de los clérigos casados, precursora de la ley del celibato obligatorio, basada en la necia exégesis de Romanos 8,8: “los que están en la carne no pueden agradar a Dios”: “Por autoridad de la Sede Apostólica están depuestos de todo honor eclesiástico... y nunca podrán tocar los venerandos misterios, de los que a sí mismos se privaron al anhelar obscenos placeres; ...; cualquier obispo, presbítero o diácono que... fuere hallado tal [cohabitando con su esposa], sepa que ya desde ahora le queda por Nos cerrado todo camino de indulgencia; porque hay que cortar a hierro las heridas que no sienten la medicina de los fomentos” (Directa ad decessorem, a Himerio, obispo de Tarragona, 10.02.385. H. Denzinger 185).

Hoy, para convocar de nuevo a los fieles a la celebración eucarística, los obispos siguen acudiendo a los “Decretos”. Algunos ordenan a su Vicario que comunique por carta a los sacerdotes que ha emitido dicho “decreto”. Otros directamente envían su “decreto” a los medios de comunicación.

- “El obispo...ha restablecido el precepto dominical, al revocar el decreto del pasado 13 de marzo por el cual se dispensaba a los fieles...”

- “El administrador diocesano ha dispuesto restablecer en la diócesis de..., a partir del Domingo XV del tiempo ordinario (11 y 12 de julio), la obligatoriedad del  precepto dominical para todos los fieles, conforme a lo establecido en el canon  1247. En caso de causa grave, no obliga...”

- “Acogiendo la recomendación de la Comisión Permanente de la Conferencia  Episcopal, de fecha 7 de julio, el Obispo de... ha dispuesto lo siguiente: 1. Se restablece en la diócesis de... la obligatoriedad del precepto dominical, conforme a lo establecido en el canon 1247 del Código de Derecho Canónico y siguiendo los criterios ofrecidos por el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2180-2183). 2. Si hubiera causa justificada, conforme al canon 1248.2, dicho precepto no obliga,  en cuyo caso se recomienda que las personas dispensadas del mismo dediquen un tiempo, el domingo, a la oración personal o familiar.”

- “... el obispo de... ha decretado restablecer el precepto dominical a partir del 9 de julio de 2020. Así se lo ha notificado el vicario general moderador de Curia en una carta a los sacerdotes en la que informa de que a partir de esta fecha la celebración presencial de la Eucaristía del domingo ya no está dispensada...”.

A misa por decreto del Imperio. Todos citan el canon 1247 del vigente Código de Derecho canónico: “El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa; y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor, o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo”. Algunos citan el Catecismo de la Iglesia (n. 2181): La eucaristía del Domingo fundamenta y ratifica toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio (cf CIC, can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave”.

Este imperialismo de los decretos choca con la realidad. Una mínima parte cumple la ley del imperio. En algunas diócesis no llega al 5% de los bautizados. Si es verdad lo que dice el Catecismo, la Iglesia está empecatada gravemente. Sobre esto no dicen una palabra los obispos. Ni apenas reflexionan teólogos y pastoralistas. No parece inquietar a nadie. Los más apegados a la tradición cargan el fracaso imperial al idioma (tendría que haber seguido en latín), a las reformas posconciliares, a la autoridad.. Los más liberales sostienen lo contrario: el legalismo ritual ha encorsetado la celebración, excesivo acento del clericalismo, no refleja la vida real de la gente... Sobre este asunto “Selecciones de Teología” (abril-junio 2020, nº 234, p. 122-131) resume una reflexión del jesuita, editor de la revista Esprit, Jean Louis Schlegel, titulada “¿Por qué ya no se va a misa?”. Invito a leerla, aunque sólo sea para pensar y entender el apartamiento de la mayoría de bautizados respecto de la celebración, que debería ser “raíz y quicio” de la comunidad cristiana (PO 6).

¿Necesitan los cristianos “decretos” para celebrar su fe? La mentalidad imperial es ajena al evangelio. Jesús expresamente se alejó del modo y espíritu de gobernar de los dirigentes del mundo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 25-28; Mc 10,42-45; Lc 22, 25-26). No cuadra con el Espíritu de Jesús dirigirse a sus comunidades mediante “decretos” de Su Excelencia, firmados por sus Cancilleres Secretarios. La celebración eucarística debe salir del corazón creyente. No de leyes externas a la conciencia. Utilizar decretos y leyes para obligar a celebrar lo que uno siente por dentro es un contrasentido de la libertad espiritual. El abandono y desobediencia a gran escala está diciendo que ese no es el camino para avivar la fe y la coherencia con lo que pensamos y sentimos. El camino “decretal” resulta hoy patético y expuesto al ridículo y a la burla, al ser desatendido por la inmensa mayoría.

¿Puede la Iglesia imponer, bajo la amenaza de “pecado grave”, una norma que puede cambiar, derogable? Dios no concede a nadie potestad para exigir a otros una acción o comportamiento mudable, bajo pecado grave y condenación eterna. Decir o exigir más de lo que Jesús dice o exige es sobrepasar el evangelio: “cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: `somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer´” (Lc 17,10).

El cristiano tiene experiencia de encuentro personal con Jesús y su comunidad. Desde esa conciencia valorará si dicha relación está viva o muerta. La memoria de Jesús en la Eucaristía es una práctica cristiana desde el inicio: “perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (He 2,42). Tener convicción personal, sostenida en la oración y lectura del Evangelio, es el único camino digno de la persona. Si no se llega a eso, los “decretos” resultan inoperantes, como lo demuestra la historia eclesial.

El abandono de la Misa tiene múltiples razones, externas e internas. Atender sólo a unas no es camino adecuado. Para incentivar la motivación no basta achacarlo a pérdida de fe, relativismo, actividades seculares atractivas... Debe verse la celebración en su realidad propositiva y normativa, atrapada en lo ritual, clericalizada en exceso, muy partida espacialmente entre presidencia (jerarcas y sus servidores) y comunidad, obsesionada con el orden establecido, poca intervención de fieles, signos de piedad exagerada, centralizada en lo sacro y su adoración, minusvaloración de la historia y su significación (envío -esto significa “misa”-, fraternidad, cruz del amor...).

Jaén, 3 septiembre 2020

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