Los temores de ayer vuelven a reconcomernos hoy. Andamos entre fases y desfases, entre brotes y rebrotes DECÍAMOS AYER…

Las reformas estructurales de la Iglesia no llegan

Ignoro si la conspicua expresión frailuiseña” subsiste solo en los anales anecdóticos o si comporta legítima autenticidad. Lo que sí atestiguo es que se puede transponer al momento actual. Los días de vacaciones descolocan: estás todo el año en cautividad y de repente te sueltan y puedes hacer lo que quieras… Y cuando uno regresa a la “nueva normalidad” tras estar “desenredado” durante un tiempo respirando aires yodados y salitrosos de la mar, se encuentra con lo mismo de ayer. Porque lo que decíamos ayer, “confinamiento”, lo podemos afirmar hoy. La “desescalada” de ayer se torna en “redesescalada” de hoy. Los temores de ayer vuelven a reconcomernos hoy. Andamos entre fases y desfases, entre brotes y rebrotes. ¿Regreso o regresión?

Mirándolo bien, pocas novedades se han producido de ayer a hoy: la lamentable pérdida de Mons. Casaldáliga, el obispo del auténtico testimonio, el obispo “sinsin”: sin mitra, sin báculo, sin palacio, sin coche, sin complejos, sin pelos en la lengua…; las iglesias medio vacías, rectifico, no quiero ser pesimista, “medio llenas”; la nueva normalidad en el Vaticano: “el público vuelve a las audiencias generales de Francisco”; el enigmático confinamiento del rey emérito; mujeres en el Consejo Vaticano, mujeres que “también pueden representar a Jesucristo”… También han repiqueteado oscuras afirmaciones y opacos comportamientos de montaraces obispos e indómitos cardenales.

El largo y cálido verano nos ha brindado la oportunidad de una reflexión, llamémosla “social”. El trato con la gente, incluso con la más cercana, nos ha resultado sofocante. Con las mascarillas obligatorias, cubierto el rostro salvo los ojos, nos hemos convertido en “pura mirada”. Más que personas de palabras nos hemos transformado en “gente de miradas”. Aunque los ojos no hablan, una mirada puede decir muchas cosas. 

Dice el refrán que “los ojos son el espejo del alma” porque reflejan de manera inmediata todas nuestras emociones, nuestros miedos, alegrías, inquietudes, tensiones, nuestros estados de humor, nuestro carácter. Con la sola mirada podemos infundir confianza, despreciar, seducir o provocar incómodas situaciones, sin necesidad del retador “¡mírame a los ojos!”. Una mirada vale más que mil palabras. No estaba en mi intención disertar sobre la mirada, doctores tiene la Ciencia que sabrán ilustrar. Mi propósito quiere centrarse en enhebrar el ayer en el hoy, echando una ojeada a la expresión de los ojos de la grey clerical que he venido observando, o en imágenes o presencialmente, a través de mis estivales gafas ahumadas.

Confinado el rostro por la enojosa mascarilla, no apreciamos la sonrisa, la cordialidad, la emoción. Tampoco percibimos los  rictus,  la mueca, los  “morros”. Es a través de los ojos, de la mirada, donde descubrimos las intenciones y los pensamientos. Por eso me he entretenido en aguzar mi visión sobre las miradas jerárquicas que han protagonizado alguna incidencia “bochornosa” (propia del bochorno estival). Y he descubierto “miradas escudriñadoras”, suspicaces, miradas retrato que solo ven un trozo de la imagen, miradas que recortan o que no miran ni ven más allá de sus narices. He atrapado “miradas desafiantes”, miradas cargadas de resentimiento, de encono y de inquina, miradas que derraman fobia, jamás lágrimas. (No digamos las palabras que surgen de sus bocas; más les valdría llevar bozal en vez de mascarilla). He apreciado también “miradas vacías”, miradas perdidas, ofuscadas, desorientadas, que paradójicamente expresan mucho sin decir nada. Y no han faltado las “miradas narcisistas”, miradas fatuas, vanidosas, engreídas que solo ven una imagen, la suya, sin considerar la mirada del otro. Siempre ven la paja en el ojo ajeno…

Y como remate, leo en RD, de la pluma de J. Bastante: “Antonio María Rouco Varela, ha logrado ser recibido por el Papa Francisco una semana antes de que Bergoglio reciba a la nueva cúpula episcopal española.” ¡Cómo me gustaría presenciar el “cruce de miradas” entre ambos jerarcas! Conocemos bien el rostro y la mirada de Francisco, aunque lleve mascarilla. La vemos prácticamente todos los días en los medios. Una mirada limpia, acogedora, sincera, amistosa, comunicativa, francota. La de Rouco no resulta fácil de precisar. A veces se adivina afectada, disimulada, astuta. Otras, recelosa, torva, insidiosa, artera, siniestra (aunque capitanee la extrema derecha). Y no pocas veces, mirada ególatra y presuntuosa. Entraría en las categorías que he denominado miradas “escudriñadoras y desafiantes”. Confío en que Francisco guardará la “distancia de seguridad” mental respecto a Rouco. Espero no tener que visitar la óptica…

Sin embargo, no siempre es bueno echar la vista atrás. También hay que proyectarla hacia el futuro. Y volviendo al título de mi reflexión, recordemos hoy el “decíamos ayer”. Me lo sugiere el comentario de RD: “El Papa ya tiene terminada la constitución apostólica, que el coronavirus ha frenado”. (J. Bastante). En estos momentos, el proyecto de constitución apostólica llamada 'Praedicate Evangelium' sobre la reforma de la Curia, está en el limbo. Con la llegada del Papa Francisco al pontificado, en 2013, llegaron a la Iglesia aires nuevos. Empezó a respirarse un efluvio más higienizado en las formas externas y un Papa más cercano a la gente. Francisco abrió las puertas de la Iglesia. Y soñábamos con reformas.

Pero han pasado siete años y las reformas estructurales de la Iglesia no llegan. El Consejo de Cardenales que nombró el Papa al inicio de su pontificado para la reforma eclesial, no parece haber terminado sus trabajos. Aunque, si aceptamos la noticia, está a punto de publicarse. Las exhortaciones post sinodales de Francisco, si bien contienen aspectos muy meritorios, en la práctica tampoco han modificado nada. El “decíamos ayer” frailuiseño no ha encontrado todavía su hoy. Cómo me recuerda aquel reiterativo “puedo prometer y prometo” de la transición, complementado con la consigna “sin prisas pero sin pausas”. Parecería que Francisco tiene medidos sus tiempos.

Sin embargo, pienso que hay un hoy más preciso, más al alcance del pueblo, sobre el que hay que dirigir una incuestionable “mirada de alerta” porque necesita una auténtica e inmediata reforma. La “atención primaria”, o sea, las parroquias. Evangelizar no es solo sacramentalizar. Debería redefinirse, modificar los procesos de catequesis. Priorizar la vivencia del Evangelio y después justipreciar la vida cultual y litúrgica. Lamentablemente las cosas se dan al revés… Y esto ya lo “decíamos ayer”.

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