“Yo pecador y obispo, me confieso de soñar con la Iglesia vestida solamente de Evangelio y sandalias” ¿Debemos soñar la Iglesia según el Evangelio o según el Derecho canónico?

“Es evidente que no se quieren abordar ciertas temáticas”

Mucho me extrañó que en Religión Digital apareciera y desapareciera en apenas veinticuatro horas un artículo del Director del Secretariado de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida, Luis Manuel Romero Sánchez. Llevaba por título “Siete sueños para la Iglesia y el laicado español”. Estaba motivado por el lema del Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar “Los sueños se construyen juntos” (Fratelli tutti). Los “siete sueños” entran, sin duda, dentro del Código de Derecho canónico. Pero se quedan cortos desde el Nuevo Testamento. Los sueños cristianos, por su propia naturaleza, deben imaginar “la Iglesia que quería Jesús”. Y para eso hay que acudir a las fuentes del Evangelio y de las primeras comunidades. Por ello, tras leer estos siete sueños, enseguida escribí este comentario, el mismo día, 23 de mayo:  

¿No hay sueño posible para el celibato opcional de presbíteros y obispos? ¿Ni tampoco para la igualdad ministerial sin distinción de género? ¿No puede soñarse con que "el obispo sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, sensato, ordenado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, sino comprensivo; que no sea agresivo ni amigo del dinero; que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?" (1Tim 3,2-5). Igualmente ¿no puede soñarse con se respete que "todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3, 26-28)?”.

Otro comentarista, Sota de Bastos, el mismo día, añadía a mi comentario:

“ `marido de una sola mujer´. Por favor, lee el original en griego: dice `hombre de una [lo de sola, lo han interpolado en la traducción, pero el `μια´ puede ser `una´ o `la primera´] mujer´, o sea, que esté casado [y si es `la primera´, que no esté divorciado]. Bueno, pues los que se agarran a las condenas de San Pablo contra los homosexuales masculinos, deberían ser consecuentes y exigir con la misma fuerza que los obispos deben estar casados”.

¿Fueron estos comentarios la causa de quitar el artículo al día siguiente? No lo sé. Normalmente los artículos de opinión siguen varios días en cartel. De todos modos, quiero hacer una reflexión sobre los sueños de L. Manuel Romero Sánchez, canónigo de Badajoz-Mérida, experto en Biblia, hombre con cargo relevante en la institución eclesial (Director de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida). “Me he puesto también a soñar”, dice. Muy lejos de los versos soñadores de Pedro Casaldáliga: “Yo pecador y obispo, me confieso de soñar con la Iglesia vestida solamente de Evangelio y sandalias”. Un hombre de la institución no va soñar fuera del Código. Truncaría sus posibilidades. Por eso sueña vaguedades bien vistas:

Con una Iglesia centrada en Jesucristo, que se alimenta de la Eucaristía y anuncia con alegría la buena noticia de que Cristo vive”. Ni palabra de la vida real de Jesús según los Evangelios, “que sobresalen con razón entre los escritos del Nuevo Testamento, por ser el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo encarnado, nuestro Salvador” (DV 18). Este sueño es una afirmación general, compatible con la contradicción entre el Evangelio y la vida real eclesial. Hoy, nuestra Iglesia se cree “centrada en Jesucristo”, aunque los obispos sigan viviendo en palacios, con títulos y escudos nobiliarios, y los clérigos se vistan de forma distinta a la gente, como selectos, alejados de nuestro mundo... “Alimentarse de la Eucaristía y anunciar que Cristo vive” lo viene haciendo el clero desde siglos, sin que brille por ello “la comunidad de discípulos”, sino más bien “la Iglesia clerical”. La Iglesia de Jesús debe “soñarse” desde el Evangelio, desde la vida de Jesús, desde su trabajo por el Reino que Dios.

Con una Iglesia sinodal-familia, donde todo el pueblo de Dios (pastores, vida consagrada y laicos) nos sintamos corresponsables de la misión evangelizadora”. Todos los bautizados estamos consagrados... La comunidad, ¿no tiene nada que decir de la vida eclesial, de su organización, gestión de gobierno, normas de los dirigentes?

Con una Iglesia en salida, más cercana a la realidad de nuestra gente, que acompaña, que habla un lenguaje reconocible, que escucha, acoge y dialoga”. Mejor vivir “gozos y esperanzas, tristezas y angustias..., sobre todo de los pobres y los que sufren” (GS 1). Un bloguero de Religión Digital, reflexionando sobre las iglesias “vacías”, denuncia: “La Iglesia no tolera una crítica ni se hace autocrítica... Los jerarcas siguen “erre que erre” con su doctrina y sus ritos, pero lejos del espíritu evangélico... Ni el mundo entra ya en la iglesia, ni la iglesia entra en el mundo”. (T. Muro, blog RD 27.07.2020). Y un periodista católico dice a dirigentes eclesiales: “dan la impresión de estar dedicados a administrar la decadencia... No encuentro ningún obispo (español) progresista en lo doctrinal, que defienda públicamente el sacerdocio femenino o la abolición de la disciplina del celibato... Es evidente que no se quieren abordar ciertas temáticas y eso coloca a los obispos en una espiral de irrelevancia... La presencia de la Iglesia en los medios es reactiva, no proactiva, va al rebufo y no se toman las riendas, ni la delantera” (J. Francisco Serrano entrevista RD 18.05.2021).

Con una Iglesia samaritana, que evita caer en posturas derrotistas, signo de esperanza para nuestro mundo herido, preocupada por servir a los más pobres”. Mejor siendo pobre y construyendo con ellos la Iglesia de Jesús.

Con una Iglesia menos clericalizada, que promueve la vocación laical, especialmente los jóvenes, la familia y la mujer”. Mejor: nada clericalizada. Una Iglesia comunidad de discípulos, todos sacerdotes como Jesús. Con diversos servicios o ministerios, sin formar estamento aparte por el hecho de compartir un ministerio. Todos hermanos, miembros de la misma comunidad sacerdotal cristiana.

Con un laicado adulto, bien formado, tomando como referencia la Sagrada Escritura y la Doctrina Social de la Iglesia”. Todos, con ministerios o sin ellos, deben formarse en el Espíritu evangélico y en la reflexión eclesial plena.

Con un laicado en salida, que asuma un compromiso cristiano en la sociedad: la política, la economía, el trabajo, los medios de comunicación, la educación, la cultura…”. El compromiso cristiano es de todos los seguidores de Jesús, no sólo de los que no tienen ministerio, mal llamados “laicos”. Hasta el siglo III no encontramos esta división de pastores y laicos. Justamente cuando desaparece el Pueblo de Dios como sujeto que forma la Iglesia de Jesús, y aparece el Clero que asumirá todo su ser de Iglesia nominal y realmente.

No vendría mal que mirásemos al gran teólogo católico, que acaba de morir, Hans Küng, que en su libro “¿Tiene salvación la Iglesia?” (Edit. Trotta. Madrid 2013), ya soñaba que la Iglesia “no puede seguir configurándose patriarcalmente, sino que las mujeres deben tener acceso a todos los ministerios eclesiales. Clero y pueblo deben participar en la elección de los obispos, como se hizo en los primeros siglos del cristianismo. No se puede seguir imponiendo el celibato a los obispos y los sacerdotes, sino dejarlo opcional”. Estos sueños, entre otros, no pueden perderse, porque apuntan, sin duda, a la Iglesia que quería Jesús.

Leganés (Madrid), 11 de junio de 2021

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