“¡Oh, Dios mío! Adoro tus designios impenetrables y eternos, y me someto a ellos de todo corazón…” (San José Pignatelli, restaurador de los Jesuitas s. XIX) La fe del justo acepta la realidad como factor de Dios para educarnos en su amor (Domingo 21º C TO 2ª Lect. 24.08.2025)
“Padre mío. me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras…” (San Carlos de Foucauld)
| Rufo González
Comentario: “Dios os trata como a hijos”(Hebr 12,5-7.11-13)
El domingo pasado, el texto exponía la actitud básica para conducir nuestra “carrera” vital: “fijos los ojos en Jesús” (12,2). Hoy leemos que la vida es un centro educativo en que el educador es el Espíritu de Dios: “habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron (lit.: “habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige”): Hijo mío, no rechaces la corrección (paideía: educación o corrección) del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende (“paideúi”: educa) a los que ama y castiga a sus hijos preferidos” (vv. 5-6). La exhortación es una cita de Proverbios 3,11-12. La sabiduría bíblica ayuda a entender la aspereza de la vida con sus aflicciones.
“Soportáis la prueba para vuestra corrección (“eís paideían hipoménete”: “aguantad en la educación”), porque Dios (ho zeós: el dios con artículo se refiere al de Jesús) os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?” (v. 7). “Escucha y habla”. A veces reprende, pero no desanima. Abre los ojos para elegir lo mejor. Percibimos su voluntad en la conciencia de bien y en los “hechos de vida”, en lo que sucede.
Los vv. 8-10 - ¡deberían leerse! - exponen la meta de la “educación” divina, distinta de la de los padres carnales: “Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, es que sois bastardos, no hijos. Tuvimos por educadores a nuestros padres carnales y los respetábamos; ¿con cuánta más razón nos sujetaremos al Padre de nuestro espíritu, y así viviremos? Porque aquellos nos educaban para breve tiempo, según sus luces; Dios, en cambio, para nuestro bien, para que participemos de su santidad” (Heb 12, 8-10). La educación carnal depende del “tiempo breve” y las “luces” humanas. En cambio, “Dios lo hace en lo que nos conviene para que participemos de su santidad” (traducción literal). “Lo que conviene” es participar del Bien o Santidad.
La fe del justo acepta la realidad como factor de Dios para educarnos en su amor. Es el sentido de las “oraciones de abandono”. Son muy conocidas estas dos: “¡Oh, Dios mío!, no sé lo que debe ocurrirme hoy; lo ignoro completamente; pero sé con total certeza que nada podrá ocurrirme que Tú no lo hayas previsto, regulado y ordenado desde toda la eternidad, y esto me basta. Adoro tus designios impenetrables y eternos, y me someto a ellos de todo corazón…” (San José Pignatelli, restaurador de los Jesuitas s. XIX). “Padre mío. me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón. Porque te amo y porque para mí amarte es darme, entregarme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque tú eres mi Padre” (San Carlos de Foucauld s. XX).
“Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes (Is 35, 3; Eclo 25, 23), y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura” (12, 11-13).La “educación” nos conduce desde nuestra realidad hacia la perfección. Su fruto es la paz que aporta la justicia. Paz es ajustamiento personal y social. La propuesta de Jesús va en esa dirección: amor a los derechos y deberes humanos. Apunta hacia la perfección de valores. “Enderezad las manos abatidas y las rodillas flojas, y caminad con pisadas derechas”, metáforas del quehacer ético hacia la fraternidad.
Oración: “Dios os trata como a hijos”(Hebr 12,5-7.11-13)
Acepto, Jesús, la exhortación de la carta a los Hebreos:
“`Hijo mío, no rechaces la correccióndel Señor,
ni te desanimes por su reprensión;
porque el Señor reprende a los que ama,
y castiga a sus hijos preferidos” (Hebr 12, 5-6).
Es sabiduría recogida en el libro de los Proverbios,
antología sabia de muchas culturas y pueblos.
Sabiduría creyente antes y después de ti, Jesús:
“reconoce, pues, en tu corazón
que el Señor, tu Dios, te ha corregido
como un padre corrige a su hijo” (Deut 8, 5).
“Lo corrige en el lecho de dolor...
si tiene un ángel junto a él,
un abogado entre mil,
capaz de responder de su honradez...” (Job 33,19.23).
“Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo” (Ef 1,4):
“me escogió desde el seno de mi madre
y me llamó por su gracia” (Gál 1, 15);
“Dios nos ha creado en Cristo Jesús,
para que nos dediquemos a las buenas obras,
que de antemano dispuso él que practicásemos”(Ef 2, 4-10).
Aceptamos tu educación, Cristo Jesús:
“fijamos los ojos en ti, Jesús,
que iniciaste y completas nuestra fe;
soportamos la prueba como corrección,
pues como a hijos nos trata tu Dios”.
Tú, Cristo, nos educas en el Amor del Padre:
“esforzaos en entrar por la puerta estrecha” (Lc 13, 24),
coincide con la exhortación que leemos hoy:
“Ninguna corrección resulta agradable,
en el momento, sino que duele;
pero luego produce fruto apacible de justicia
a los ejercitados en ella” (v. 11).
Tu vida, Jesús, revive el amor del Padre:
amor que busca al que se pierde
y abraza cuando lo encuentra (Lc 15);
amor que intuyó el profeta:
“me desposaré contigo para siempre,
me desposaré contigo en justicia y en derecho,
en misericordia y en ternura;
me desposaré contigo en fidelidad
y conocerás al Señor” (Os 2,21s);
amor que no ofreces dones y holocaustos
para aplacar la ira divina,
ni oraciones de desagravio
por quienes no adoran a Dios;
amor que está en nuestro corazón
con la unción de tu Espíritu:
amor que“dialoga con nosotros como hijos...” (Hebr 12,7);
amor que cura males y restaura potenciales de vida;
amor que encara la injusticia y la marginación;
amor que “fortalece las manos débiles
y las rodillas vacilantes;
amor que “camina por una senda llana,
para que el pie cojo no se retuerza,
sino que se cure” (Hebr 12,12).
Amor que inspiró a San Carlos de Foucauld
(canonizado por el Papa Francisco 15 mayo 2022):
Padre mío. me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón.
Porque te amo y porque para mí amarte es darme,
entregarme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
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