Apoyarse en la tradición patriarcal para, de antemano, excluir a la mujer o a los casados de ciertos ministerios va contra de la sagrada Escritura Diversidad de carismas, ministerios y actuaciones (Pentecostés 08-06-2025)
Céntranos, Espíritu divino, en lo sustantivo de la vida: los derechos y deberes humanos
| Rufo González
Comentario: “todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1Cor 12,3b-7.12-13)
Para contextualizar los dos fragmentos, hay que leer los versículos 1-3ª. “Acerca de los dones espirituales, no quiero, hermanos, que sigáis en la ignorancia” (v. 1). El original no habla de “dones”, sino de “las (cosas) espirituales” (perì tôn pneumatikôn). “Sabéis que cuando erais gentiles, os sentíais impulsados a correr tras ídolos mudos” (v. 2). Lit.: “arrastrados (apagómenoi), erais llevados (éguesze) a ídolos mudos”. Como vivencias humanas, son pulsiones nacidas a partir de estímulos culturales, ideológicos, ambientales… De “ídolos mudos” habla el profeta Habacuc: “¿Para qué sirve un ídolo si es ídolo de artesano, una imagen fundida, un oráculo engañoso? ¿Cómo confía el artesano en su producto, si fabrica dioses mudos? ¡Ay del que dice a la madera ¡levántate!, y a la piedra muda ¡despierta! ¿Es ella quien enseña? Ahí está, chapada de oro y plata, ¡pero sin rastro de espíritu en su seno…!” (Hab 12,18-19).
Atracciones espirituales son realidades de la interioridad personal y social. No todas son buenas para la realización personal. La 1ª carta de Juan las llama “espíritus”: “no os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo” (1Jn 4,1).
Hoy leemos un principio para distinguir cuándo una “realidad espiritual” procede del Espíritu Santo: “nadie que hable por el Espíritu de Dios dice: «¡Anatema sea Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!», sino por el Espíritu Santo” (12,3). Es un dato del evangelio la conexión de Jesús y el Espíritu Santo. Ante la acusación a Jesús de que está movido por el espíritu del mal, Satanás (“enemigo del ser humano”), Jesús apela a sus obras buenas y generosas, expresivas del amor de Dios. No verlo es negar la evidencia, llamar “mal” al “bien”, “blasfemar contra el Espíritu Santo” (Mt 12, 22-32; y par.).
Los vv. 4-7, reconocen “diversidad de carismas, ministerios y actuaciones, pero un mismo Espíritu, un mismo Señor, un mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común”. Son realidades auténticas si liberan del mal y realizan al ser humano. Son regalos del Padre Dios “que hace salir el sol y manda la lluvia sobre malos y buenos” (Mt 5,45). Son “manifestación del Espíritu para el bien común” (synféron: de synféro: llevar conjuntamente, compartir). Es propio del “Padre nuestro”: ama a todos y sus creaciones-dones son para toda su familia.
Los vv. 8-11, no leídos, enumeran algunas de esas realidades: “hablar con sabiduría, con inteligencia, don de fe, don de curar, hacer milagros, profetizar, distinguir buenos y malos espíritus, diversidad de lenguas, don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere”.
El segundo fragmento leído compara al grupo cristiano con el cuerpo humano: es uno y tiene muchos miembros. “Así es también Cristo” (v. 12).Somos “un solo cuerpo” en Cristo. “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (v. 13). Lo mismo que en la carta a los Gálatas: “Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,27-28). Igual dignidad y capacidad para recibir “carismas, ministerios y actuaciones”. Apoyarse en la tradición patriarcal para, de antemano, excluir a la mujer o a los casados de ciertos ministerios va contra de la sagrada Escritura. “El Magisterio no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado” (DV 10).
Oración: “todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1Cor 12,3b-7.12-13)
Jesús resucitado, Señor y Dios nuestro:
celebramos hoy el envío de los discípulos;
realizas así el proyecto del Padre:
“como el Padre me ha enviado, así también os envío yo;
recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).
“Sin duda, el Espíritu Santo obraba ya en el mundo
antes de que tú, Cristo, fueras glorificado;
el día de Pentecostés descendió sobre los discípulos,
para permanecer con ellos siempre (Jn 14,16);
la Iglesia se manifestó públicamente delante de la multitud,
empezó la difusión del Evangelio entre las gentes
por la predicación…
Este día empezaron `los hechos de los Apóstoles´,
como habías sido concebido tú, Cristo,
al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María,
y como tú habías sido impulsado a la obra de tu ministerio,
bajando el mismo Espíritu Santo sobre ti mientras orabas.
Tú mismo, Señor Jesús, antes de dar tu vida por el mundo,
ordenaste el ministerio apostólico
y prometiste el Espíritu Santo que habías de enviar…
El Espíritu Santo `unifica en la comunión y en el servicio,
provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos´,
a toda la Iglesia a través de los tiempos;
vivifica las instituciones eclesiales como alma de ellas;
infunde en los corazones de los fieles el mismo impulso
de misión con el que tú, Cristo, habías sido actuado.
A veces se anticipa visiblemente a la acción apostólica,
como la acompaña y dirige sin cesar de varios modos” (AG 4).
El Espíritu Santo es el “dedo de Dios”:
la huella de su amor, que libera del mal;
así lo dices tú: “si yo echo los demonios con el dedo de Dios,
es que el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11,20);
así lo llama el himno litúrgico “Veni creator Spiritus”:
“digitus paternae dexterae” (dedo de la derecha paterna).
Este Espíritu fue tu motor vital:
“cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios,
esos son hijos de Dios” (Rm 8,14);
tú, Jesús, viviste habitado y guiado por el Espíritu de Dios;
en tu vida vemos al Hijo, lleno del Espíritu del Padre.
Tu vida, Jesús, habitada y movida por el Espíritu:
estuvo al servicio del reinado de Dios;
“el reino de Dios no es comida y bebida,
sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo;
el que sirve en esto a Cristo es grato a Dios,
y acepto a los hombres” (Rm 14,17-18).
“Justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo”,
centro de tu reino, incluye la defensa de la vida,
el cuidado de los enfermos,
el acercamiento a los marginados,
la liberación de diversas esclavitudes,
la mesa compartida y abundante para todos.
Tu Reino exige esfuerzo en defensa de la vida:
para ello, Señor, necesitamos tu Espíritu,
que nos nutra de tu amor servicial;
que nos sostenga en el compromiso;
que nos perfeccione en la entrega generosa.
¡Ven, Espíritu divino!
céntranos en lo sustantivo de la vida:
los derechos y deberes humanos;
que nos dejemos impactar y herir
por lo que ocurre y nos rodea;
que “no pasemos de largo” de la “vida de perros”
que soportan algunos hermanos;
que la vida sobrenatural, religiosa, consagrada...
no nos evada de los derechos humanos;
al revés, nos comprometa más en favor de la vida.
rufo.go@hotmail.com