Convéncenos, Señor, de que la vida injusta no es el final Domingo 2º Pascua B (11.04.2021): Tomás ilumina el riesgo de la fe

Inunda, Jesús resucitado, nuestro corazón con tu amor inaudito

Comentario: “Se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,19-31)

Hoy leemos dos apariciones a “los discípulos que estaban en una casa”. La primera (vv. 19-23) es a varios discípulos (hombres y mujeres que le seguían) con los Doce, menos Tomás. La segunda (20,24-29) a Tomás, “uno de los Doce” y “otros discípulos”. Los vv. 30-31 forman la “primera conclusión del evangelio”, final originario de Juan; exponen la intención del relato evangélico: “para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y tengáis vida en su nombre”.

Sólo la fe puede aceptar que Jesús vive aquí y ahora.Los discípulos, como Marta, creen “que resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11,24). En aquella cultura, el esquema imaginativo de un cuerpo aparente, no sujeto a leyes físicas, bastaba para explicar la revelación de una realidad trascendente. Hoy no es aceptable. Jesús no es ya un ser físico y, por tanto, nadie puede tocarlo, verlo, comer o pasear con él, etc. Creer su resurrección es aceptar que el Espíritu Creador ha penetrado su ser, superada toda inmanencia cósmica, y le ha introducido en una realidad totalmente trascendente, no accesible a nuestro sentir y pensar. La llamaremos gloria, comunión con el Misterio divino, presencia ilimitada, “espíritu  vivificante” (1Cor 15,45). Formas de revestir la llamada “docta ignorancia” humana. “A Dios nadie lo ha visto jamás” (Jn 1,18).

La fe es siempre una opción libre de sentido. En el camino hacia la fe hay signos, indicios, que apuntan y predisponen a creer. Los discípulos van creyendo, pero no al mismo ritmo. Los mismos signos llevan a Juan a creer, pero no a Pedro y Magdalena. La experiencia que ayuda a despertar la fe es una experiencia compleja. La muerte tan cruel e injusta de Jesús, su vida y palabras, las Escrituras y las ideas de los fariseos sobre la pervivencia tras la muerte, son “experiencia de revelación” que introducen en un proceso mayeútico, de parto. Este proceso alumbra lentamente la fe en la presencia resucitada de Jesús. Esa experiencia despertó la convicción de fe de que Jesús, el crucificado, vive en Dios. Su presencia la creen reflejada en su conciencia al sentirse perdonados, al recobrar una paz y alegría inmerecidas, tras su comportamiento cobarde. Lo expresan reviviendo las llagas, sintiendo su cercanía a pesar de estar con las puertas cerradas, recordando sus palabras: “volveré a vosotros” (14,18b), “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver” (16,16ss), “os enviaré el Espíritu” (14,26; 15,26; 16,7ss); “encontraréis la paz en mí” (16,33). Así dice hoy el evangelio: “se puso en medio y les dijo: `paz a vosotros´”, “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”, “sopló sobre ellos y les dijo: `recibid el Espíritu Santo...´”. 

La figura de Tomás ilumina el riesgo de la fe. Tras escuchar el anuncio de que Jesús vive, se inicia un proceso mayeútico: “dar a luz” una verdad nueva en nuestro espíritu. Una verdad que trasciende el espacio y el tiempo, coordenadas de la historia. Es verdad posible y coherente con el sentir sobre la justicia, la verdad, la paz, el amor, la bondad... La profesión de fe formulada por Tomás la encontramos en el Salmo 35,23 (“despierta, levántate, Dios mío, Señor mío, defiende mi causa”). Esta fe produce dicha, según Jesús: “Bienaventurados los que crean sin haber visto”. Pablo dirá: “caminamos en fe y no en visión” (2Cor 5,7). Pedro reconoce esta bienaventuranza: “sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráiscon un gozo inefable y radiante” (1Pe 1,8). Así despertamos la experiencia de los discípulos reunidos en una casa con las puertas cerradas: perdón, paz, alegría, impulso a vivir su misma vida, repartiendo nuestra vida y lavando los pies a los más necesitados. Esta vida no puede terminar en la muerte definitiva. El egoísmo injusto no puede tener la palabra última. Es nuestra esperanza.

Oración: Se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,19-31)

Los días de Pascua, Jesús, sentimos especialmente tu amor y lealtad:

no os dejaréhuérfanos, volveré con vosotros.

Dentro de poco el mundo no me verá,

pero vosotros me veréis y viviréis,

porque yo sigo viviendo” (Jn 14,18-19).

Al recordar tu Cena, como los primeros discípulos:

sentimos que “te pones en medio” de nuestro grupo;

nos llega tu paz, hecha perdón y alegría;

nos alimentamos con tu palabra y con tu presencia real;

salimos comprometidos a mejorar la vida:

suprimiendo dolores y agobios;

acarreando bienes de vida a quienes los necesitan;

suscitando relaciones sanas, fraternales.

Al verte, nos llenamos de alegría”:

sigues mostrando tus manos y costado abiertos por la injusticia;

no disimulas tu parcialidad hacia los más débiles y pobres;

tu puerta está pronta a la apertura y atención a todos;

nos envías a la fraternidad como el Padre te ha enviado.

Oímos tu gran deseo: “recibid el Espíritu Santo...”:

el Espíritu que sólo quiere nuestra realización;

el Espíritu que nos intima que “somos hijos de Dios” (Rm 8,16);

el Espíritu que nos “libera de la esclavitud de la corrupción” (Rm 8,21);

el Espíritu que “acude en ayuda de nuestra debilidad” (Rm 8,8,26a);

el Espíritu que “intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26c).

Como Tomás, muchos negamos tu presencia:

creemos sólo lo que ven y palpan nuestras manos;

nos asusta comprometernos por un mundo mejor;

vivimos curvados para nuestro egoísmo;

nos quedamos en la crítica de la miseria material y moral ajena;

no creemos que tú estás en toda conciencia;

somos esclavos de todo impulso agradable, aunque sea indigno, falaz, inhumano.

Exhala, Jesús resucitado, tu aliento sobre nosotros:

inunda nuestro corazón con tu amor inaudito;

ayúdanos a creer que el Padre no nos abandona nunca,

y menos en situaciones críticas, como esta pandemia;

danos a asentir que Tú eres “el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebr 13,8);

Queremos, Jesús de Nazaret, seguirte:

aceptando que “nunca estamos solos, porque está con nosotros el Padre” (Jn 16,32);

acompañando a los hermanos más necesitados;

suprimiendo el hambre y la enfermedad;

levantando a los abatidos por el odio y la desilusión;

compartiendo gozo y esperanza, tristeza y angustia (GS 1).

Convéncenos, Señor, de que la vida injusta no es el final:

la muerte física no nos separa de tu amor:

si vivimos, vivimos para ti, Señor;

si morimos, morimos para ti, Señor;

ya vivamos, ya muramos, somos tuyos, Señor” (Rm 14,8).

Preces de los Fieles (Domingo 2º Pascua 11.04.2021)

Cada domingo, “el primer día de la semana”,celebramos la resurrección de Jesús. Como los primeros discípulos, con miedo, inseguridad, incredulidad, tristeza... nos acercamos a Jesús. Como Tomás, afirmamos nuestra fe: Señor mío y Dios mío”.

Por la Iglesia universal:

- que atienda las inspiraciones del Espíritu de Jesús;

- que no tenga miedo a cambiar sus leyes discriminatorias de la mujer.

Roguemos al Señor: “Señor mío y Dios mío”.

Por los que presiden las comunidades cristianas:

- que “no apaguen el Espíritu ni desprecien las profecías”;

- que “examinen todo y se queden con lo bueno” (1Tes 5,19-21).

Roguemos al Señor: “Señor mío y Dios mío”.

Por las intenciones del Papa (abril 2021):

- que todas las instituciones, incluida la Iglesia, respeten los Derechos Fundamentales;

- que sean fortalecidos “aquellos que arriesgan sus vidas luchando por los derechos fundamentales en dictaduras, en regímenes autoritarios e incluso en democracias”.

Roguemos al Señor: “Señor mío y Dios mío”.

Por nuestros políticos:

- que sean personas de conciencia honrada;

- que se dejen conducir por el Espíritu de Jesús.

Roguemos al Señor: “Señor mío y Dios mío”.

Por los enfermos y necesitados:

- que se hagan cargo de su situación y trabajen por superarla;

- que acepten nuestra solidaridad desinteresada.

Roguemos al Señor: “Señor mío y Dios mío”.

Por esta celebración:

- que sintamos al Resucitado “en medio” de nosotros;

- que su Espíritu empape nuestro espíritu.

Roguemos al Señor: “Señor mío y Dios mío”.

Gracias, Jesús Resucitado, por tu perdón, por tu paz por tu aliento, por tu alegría, por tu amor. Queremos acrecentar nuestra esperanza de vida para siempre celebrando tu vida resucitada, “el día luminoso, duradero y eterno, la Pascua” por los siglos de los siglos.

Amén.

Leganés (Madrid), 11 de abril de 2021

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