Desmasculinizar la iglesia es hacerla igualitaria en derechos, tareas, cargos y funciones “YA NO HAY HOMBRE NI MUJER… TODOS SOIS UNO EN CRISTO”

Clericalismo y celibato constituyen los puntales del machismo

San Pablo afirma rotundamente que “en Cristo” no existen desigualdades ni discriminaciones. ¿Por qué sí en la Iglesia institucional? Si el hombre y la mujer ostentan la misma dignidad, la Iglesia debe dar auténtica y justa respuesta a las lícitas reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres. Para eso, el domingo 3 de marzo, convocadas por la plataforma “Revuelta de las mujeres en la Iglesia”, han salido a las calles y plazas de numerosas ciudades españolas, en masivas manifestaciones, contra las injustas prerrogativas machistas. Para gritar: “¡Hasta que la igualdad se haga costumbre en la Iglesia!”, sin discriminación alguna por razón de sexo y de orientación sexual, y para recuperar una Iglesia donde las mujeres sean reconocidas como sujetos de pleno derecho, en “plena igualdad”, con voz y voto y valoradas por sus aptitudes e idoneidad.

Las mujeres, durante siglos, han sido, y son aún, las grandes derrotadas de la religión. El patriarcalismo ha monopolizado el fenómeno religioso y lo ha instrumentalizado y sacralizado. Clericalismo y celibato constituyen los puntales del machismo. Estos dos pilares, a través de las propias estructuras de poder y soberanismo, contribuyen poderosamente a mantener todos los prejuicios misóginos y la idea de la mujer siempre dependiente y subordinada al varón. La Iglesia-jerarquía y celibataria se ha convertido en creadora de desigualdades propiciando la exclusión. Machismo atávico y religión van indisolublemente unidos, son absolutamente inseparables, forman las dos caras de una misma moneda. Nuestra época está viviendo el resurgir de la mujer con severas denuncias a favor de la igualdad de género y de derechos y contra la discriminación social y laboral. Las mujeres católicas también se plantan; exigen su lugar en la institución, participar en las estructuras de decisión, y denuncian los abusos de poder del clericalismo, fruto de la "cultura patriarcal".

El patriarcalismo sacralizado ha fomentado históricamente un constante y monótono discurso misógino y homofóbico, reconocido por el pontífice: "Uno de los grandes pecados que hemos tenido es la masculinidad de la Iglesia". Es evidente que el machismo está incrustado profundamente en la cultura de la Iglesia de todos los tiempos. ¿No será (la pregunta es retórica por mi parte) que se ha creado un Dios machista, homotrinitario, muy padre, pero poco madre? Ahora, en la Iglesia, del feminismo por la igualdad se ha pasado al feminismo por la identidad. La mujer posee identidad propia como bautizada. Lo admite también Francisco: “El papel de la mujer en la Iglesia no es fruto del feminismo, es un derecho de bautizada con los carismas y los dones que el Espíritu le ha dado” (12 mayo 2016). Lo triste es que no pocas mentes machistas se empeñan en crear una especie de confrontación entre "hombre-mujer".

En declaraciones recientes ante los miembros de la Comisión Teológica Internacional, Francisco ha llamado a "desmasculinizar" la Iglesia. Con cierta frecuencia, el Papa en sus manifestaciones públicas eleva a las mujeres a un primer plano. Ya hace años lanzó una curiosa definición: "La Iglesia es mujer. Es ‘la’ Iglesia, no ‘el’ Iglesia. Me gusta describir la dimensión femenina de la Iglesia como seno acogedor que genera y regenera la vida». (Discurso al Pontificio Consejo de Cultura, febrero de 2015). Hemos conocido además que Francisco, coherente consigo mismo, ha colocado a mujeres en puestos de gran responsabilidad en la Iglesia. Ya había llegado a reconocer que “no habíamos escuchado lo suficiente la voz de las mujeres y que la Iglesia todavía tiene mucho que aprender de ellas”. Ahora da un paso más. Para el Papa, "la mujer tiene una capacidad de reflexión teológica diferente a la que tenemos los hombres".

Sin embargo, desafortunadamente siempre existe un “pero”, Francisco ya planteó que la mayor presencia femenina no se resolvería "por el camino ministerial"; es decir a través de la ampliación de los cargos que pueden ocupar las mujeres en la Iglesia, frente a las presiones de algunos sectores por conquistar el denominado diaconado femenino. Y es que el hecho de la mayor presencia de mujeres en la Iglesia no significa devolverles los derechos que tienen como bautizadas. Históricamente, durante siglos, el género femenino ha sido el más numeroso “consumidor” de ritos eclesiales y el mayor “colaborador” en los servicios pastorales de las parroquias. Y eso no les ha garantizado el derecho de igualdad con los varones. Hablar de la presencia y la tarea de las mujeres en la iglesia no es para alagarlas y contentarlas con unas “migajas” de responsabilidad, sino reconocerles, de hecho, no solo de palabra, la dignidad fundamental de todo bautizado.

Y es que, como dice Francisco, el problema no se resuelve por el camino ministerial. Para desmasculinizar la Iglesia se necesita recuperar el sentido genuino de las primeras comunidades y salvar la desigualdad entre la casta clerical y los fieles laicos, reformar y renovar los ministerios, suprimir la sacralización, la ordenación in sacris. De lo contrario, resultaría nefasta la utilización de la mujer para revalidar y fortalecer esa estructura de absoluto poder religioso en que se ha constituido la Iglesia. Se convertiría en un incongruente “feminiclericalismo” que vendría a reforzar el privilegio estructural, la autocracia clerical. Ordenar “in sacris” a mujeres equivale a ampliar el número de eclesiásticos que pasan a engrosar la casta clerical, y por ende se instaura un “nuevo clericalismo”. La mujer perdería su propia identidad a favor de un autoritario poder clerical.

¿Mujer ministro o mujer clérigo? Desmasculinizar la iglesia es hacerla igualitaria en derechos, tareas, cargos y funciones.

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