Los dirigentes religiosos someten, se hacen obedecer y rendirles pleitesía, piden los mejores bienes, se adornan de atributos divinos, ropajes, honores... Jesús no quiso vivir “como Dios”; las religiones, sí (D. Ramos A 2ª Lect. 02.04.2023)

Jesús se distingue de sus coetáneos en la actitud interior y en la atención real a todos, en especial, a enfermos, marginados, pecadores...

Comentario: “reconocido como hombre por su presencia” (Flp 2,6-11)  

Leemos un himno, reelaborado por Pablo, que resume la vida de Jesús en tres etapas: preexistencia divina, vida terrena humilde y obediente al Amor, y glorificación plena. Se encuadra en la invitación a “mantenerse unánimes y concordes” (2, 2), concretada en el versículo 5, no incluido en la lectura de hoy: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”. Literalmente: “esto sentid en vosotros (entre vosotros o en vuestro interior), lo que también en Cristo Jesús” (Toûto froneîte én hìmîn hò kaì én Xristô Iesoû). “Fronéo”, en griego clásico, es “tener facultad de pensar y sentir”. Puede entenderse de dos modos: a) “pensar y sentir lo mismo que Cristo”; b) “pensar y sentir como quien está en Cristo”. En a) Jesús es modelo; en b) Jesús es principio activo que inspira su Espíritu en el bautizado. Ambas interpretaciones son plausibles.

El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios” (v. 6).

Siendo imagen de Dios (`en morfê zeoû´), no consideró como botín el ser-como-Dios. Es el camino contrario de Adán, que, siendo imagen y semejanza divina (Gén 1,26), quiso vivir “como Dios” (Gén 3,5). Jesús renunció a vivir como imaginamos que vive “el Rey del universo”. Las religiones y sus dirigentes quieren seguir el camino de Adán: someten, se hacen obedecer y rendirles pleitesía, piden los mejores bienes, se adornan de atributos divinos, ropajes, honores, “coronas que se lleva el viento”... “Todo es poco para Dios”, es un dicho frecuente en los dirigentes religiosos. Todo al margen del evangelio.

Jesús,al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (vv. 7-8). Jesús se vació de su imagen divina, asumiendo la imagen de siervo (`morfèn doúlou´). Es la actitud que Jesús inculcó a los discípulos: “Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve... Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,24ss).

Jesús se muestra en su aspecto exterior como uno de tantos. Se distingue de sus coetáneos en la actitud interior y en la atención real a todos, en especial, a enfermos, marginados, pecadores... En su nombre, las comunidades criticarán con dureza el afán de dominar, aparentar con títulos, “agrandar las orlas del manto, ocupar primeros puestos y asientos de honor”..; “no os dejéis llamar rabbí...; no llaméis padre... no os dejéis llamar maestros... todos sois hermanos... El primero... será vuestro servidor” (Mt 23,8ss).

Y asíse humilló hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Es lo que vamos a vivir en la Semana Santa, que hoy comienza. Jesús murió porque todo ser humano muere. No todos mueren de causas y modos idénticos. A Jesús lo mataron, tras un proceso vital y de enjuiciamiento determinados. La causa de su muerte fue su vida real. La institución religiosa y social de su época le creyeron un peligro y lograron que fuera condenado a morir en cruz. Con gran entereza, poniéndose en manos del Padre, entregó su Espíritu de vida, cruzó el umbral de la muerte y “Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (vv. 9-11). Así iluminó nuestra vida y reveló el Amor del Padre.

Oración: “reconocido como hombre por su presencia” (Fil 2,6-11)

Jesús, uno de nosotros, uno de tantos:

el domingo de Ramos resume tu vida de cruz y de gloria;

hoy te contemplamos alegre, montado en una borrica,

recordando al profeta Zacarías:

¡Salta de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén!

Mira que viene tu rey, justo y triunfador,

pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna” (Zac 9,9).

Tu alegría viene de tu actitud fraternal y de servicio:

del amor que sientes a todo ser humano;

de que “el Padre, Señor del cielo y de la tierra,

ha escondido estas cosas a los sabios y entendidos,

y las ha revelado a los pequeños” (Lc 10,21.

Te contemplamos en nuestra “carne de pecado (Rm 8,3):

vaciándote de tu imagen divina;

viviendo en tu aspecto exterior como uno de tantos;

distinguiéndote de tus semejantes

por la actitud interior de Hijo de Dios,

y la conducta de amor y ayuda a todos.

Tu vida fue obediente al Amor hasta el final:

como a todo ser humano, te llegó “tu hora” (Jn 7,30; 8,20; 12,23; 12,27);

tu vida fue cortada violentamente por creerte un peligro

para las instituciones religiosas y sociales de tu época;

con enorme entereza, poniéndose en manos del Padre,

entregaste tu Espíritu, cruzando el umbral de la muerte;

Dios te exaltó sobre todo y te concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;

de modo que a tu nombre toda rodilla se doble

en el cielo, en la tierra, en el abismo,

y toda lengua proclame:

Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (vv. 9-11).

Así iluminas la vida y revelas el Amor del Padre:

a todos: “buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia,

y todo se os dará por añadidura” (Mt 6,33);

llamas a ser pobre, desprendido, para compartir;

renuncias a la violencia por inhumana y triste;

lloras con los que lloran porque amas de corazón;

trabajas para que todos puedan realizarse:

viviendo en verdad y armonía,

dando el corazón incluso a quien no se lo merece,

manteniendo siempre buena intención;

siendo hacedor de perdón y paz.

Tú, Cristo hermano, no buscabas el sufrimiento:

querías que todos tuvieran vida: pan, salud, cultura, amor...;

despertabas el amor que perfecciona y realiza;

tu vida, entregada hasta la cruz, llama:

a venerar a los más débiles, necesitados de amor;

a construir la fraternidad humana;

a seguir tus huellas por caminos de pobreza,

de servicio, de amor sin medida.

Preces de los Fieles (D. Ramos A 2ª Lect. 02.04.2023)

Miremos a Jesús para encontrar nuestro proyecto de vida. Jesús no quiso vivir “como Dios”, sino como hermano de todos. El Padre de Jesús es también nuestro Padre. Pidamos vivir como Jesús, hermano mayor, diciendo: “queremos ser hermanos”.

Por la Iglesia:

- que imite a Jesús, viviendo en fraternidad;

- que imite al Padre de Jesús: acogiendo a todos como hermanos.

Roguemos al Señor: “queremos ser hermanos”.

Por las intenciones del Papa (abril 2023):

- que cada día haya “mayor difusión de una cultura de la no violencia”; 

- que “cada vez haya un uso menor de las armas de los Estados y de los ciudadanos”.

Roguemos al Señor: “queremos ser hermanos”.

Por la paz en el mundo:

- que crezca la mentalidad de que la violencia es inhumana;

- que ninguna religión apruebe la guerra.

Roguemos al Señor: “queremos ser hermanos”.

Por el mundo, centrado en el egoísmo:

- que mire sus consecuencias: hambre, fracaso, parados, refugiados...;

- que escuche el clamor de niños ahogados, sin padres, sin futuro...

Roguemos al Señor: “queremos ser hermanos”.

Por los enfermos, desahuciados, sin esperanza:

- que miren el rostro de Jesús que les ama y les acoge siempre;

- que encuentren en nosotros el mismo corazón de Jesús.

Roguemos al Señor: “queremos ser hermanos”.

Por esta celebración:

- que nos mueva a celebrar la Semana Santa con el Espíritu de Jesús;

- que sintamos a Jesús en medio, alentando nuestra vida.

Roguemos al Señor: “queremos ser hermanos”.

Muéstranos, Señor, a tu Dios-Padre-acogedor, que nos busca, se alegra al encontrarnos, nos cambia el corazón. Tu Padre, Jesús, no se fija en nuestros méritos, sino en nuestras necesidades y sufrimientos. Queremos, Señor, ser como tú, presencia del Padre-acogedor, que vive por los siglos de los siglos.

Amén.

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