Jesús, tras la resurrección, no reprende la conducta de los discípulos. Los alegra, les da su paz y les encomienda su misión de vivir el Amor, la misericordia divina “Misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres… ¡No nos dejemos robar el Evangelio!” (Domingo 2º Pascua B 2ª lect. 07.04.2024)

“Domingo de la divina misericordia”

Comentario:todo el que ha nacido de Dios vence al mundo” (1Jn 5,1-6)

Leemos hoy una confesión de la fe frente a los gnósticos. Estos creían que la salvación (vuelta a Dios, origen del ser humano) era fruto del conocimiento (en griego: gnosis). El Logos, Cristo, vino con apariencia humana (docetismo) para enseñar cómo volver a Dios. Jesús de Nazaret no es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios. Es sólo instrumento humano de Cristo para su mensaje. Cristo viene a Jesús en el bautismo, pero lo abandona antes de la pasión y muerte. Si no tuvo cuerpo físico, no pudo padecer, morir ni resucitar.

El Papa Francisco, en la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual (24 noviembre 2013), denuncia la permanencia hoy del gnosticismo como “mundanidad espiritual”: apariencia de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, pero sin buscar la “gloria del Señor”. Se busca “la gloria humana”. Se valora nuestra experiencia, razonamientos y conocimientos. Se absolutizan las normas actuales, la doctrina y el modo tradicional. Se margina el Evangelio y la libertad cristiana. Esta “mundanidad” pretende “dominar el espacio de la Iglesia”: con su “liturgia ostentosa, doctrina y prestigio”, pero marginando al Jesús de los evangelios y a los más necesitados. La Iglesia se absolutiza como empresa de autoayuda y obras sociales, y se constituye en un fin en sí misma. “No lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica”. Termina pidiendo una Iglesia: “movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres… ¡No nos dejemos robar el Evangelio!” (Cf. EG 94-97)

Leemos hoy dos verdades cristianas fundamentales e interconectadas:

a) “Jesús es el Cristo”. Jesús y el Cristo son la misma persona. Es la misma afirmación evangélica: “a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,12ss).

b) El amor a los demás arranca del amor a Dios (“aquel que da el ser”). Los gnósticos dicen amar a Dios, pero odian a quienes no siguen su ideología (1Jn 3,15-17). Si se ama al Padre, se ama a sus hijos: “conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y cumplimos sus mandatos” (1Jn 5,2). “Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20).

Esta fe y amor son los que vencen al mundo. Como Jesús que “vino en el agua y en la sangre”. En el Espíritu del bautismo que da vida por amor (sangre). Al creer a Jesús, recibimos su Espíritu, que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios y clama en nosotros: ¡Padre-Madre! (Rm 8,14ss). El Espíritu es vida que vence al mundo. La eucaristía (sangre), memorial de Jesús, nutre y mantiene su Amor.

“Domingo de la divina misericordia”. Jesús se siente urgido “a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,19). “Gracia” que explicó con parábolas y con hechos. Y, tras la resurrección, no reprende la conducta de los discípulos. Los alegra, les da su paz y les encomienda su misión de vivir el Amor, la misericordia divina: “`Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo´. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: `Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos´” (Jn 20,21ss). Es el Espíritu del amor sin límites, incondicional, el del Padre del hijo pródigo. Es el amor que debe reinar en la Iglesia.

Oración:Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo” (1Jn 5,1-6)

Jesús, tú eres el Cristo, el Mesías, el Ungido con el Espíritu:

bautizado por Juan, “oíste una voz desde los cielos:

`tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco´” (Mc 1,11);

en la sinagoga de Nazaret, tu pueblo, tras leer al profeta Isaías:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.

Me ha enviado a evangelizar a los pobres,

a proclamar a los cautivos la libertad,

y a los ciegos, la vista;

a poner en libertad a los oprimidos;

a proclamar el año de gracia del Señor»,

dices abiertamente a tus paisanos:

«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,18s).

Tras la resurrección, Pedro resume tu vida:

ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo,

pasó haciendo el bien

y curando a todos los oprimidos por el diablo,

porque Dios estaba con él” (He 10,38).

El Espíritu te urgía a ser Buena Noticia:

para los pobres de pan y de espíritu;

para los esclavizados por egoísmo o ignorancia;

para los oprimidos por poderes dictatoriales;

para los acosados por la enfermedad y el sin sentido…

El Espíritu del Amor abría contigo los ojos:

cegados de odio, rencor, venganza, cerrazón, dureza…;

encabritados de poder, dinero, honor, placeres…;

cansados de esperar cambios que no llegan;

cerrados a la solidaridad, ayuda, cariño…

Tú, Jesucristo, “has venido por el agua y la sangre”:

por el agua”, es decir, con “el Espíritu que da testimonio

a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rm 8,16)”;

por la sangre”, es decir, con el Amor que da la vida por los todos.

Queremos, Señor, escuchar al Espíritu que nos habita:

creemos de verdad que somos hijos de Dios, hermanos tuyos;

creemos que tú, Jesús, eres el Hijo de Dios”;

esperamos “vencer al mundo”, fundando en el egoísmo,

con nuestra fe “que actúa por el amor” (Gál 5,6).

A Dios nadie lo ha visto jamás”:

Tú, “Dios unigénito, que estás en el seno del Padre,

es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18);

mirando tu vida, releyendo a tus testigos, con fe,

recibimos de tu plenitud gracia tras gracia”;

vamos encontrado tu Amor:

al retirarnos y entregarnos a la oración” (Lc 5,16);

al lavarnos los pies unos a otros” (Jn 13,14);

       “al dar de comer, beber, hospedar, visitar…

                        a tus hermanos más pequeños” (Mt 25,40);

        “al hacer discípulos al todos los pueblos…” (Mt 28,19s).

        “al hacer la eucaristía en memoria tuya” (1Cor 11,24s).

Que tu vida, Jesús, llena de “agua y sangre”, Espíritu de amor,

inspire nuestra existencia entera.

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