Celebramos esta noche (hoy) el nacimiento de Jesús de Nazaret.

con una eucaristía: 

reunión de sus amigos para actualizar su memoria;

tertulia sobre su Palabra, que enciende el corazón;

comida, cuyo alimento es su vida resucitada;

comunión en torno a su Amor primero.

Jesús resucitado está aquí con su palabra y su corazón:

a todos conoce y llama por nuestro nombre;

a todos acepta, perdona, traspasa su Espíritu;

“ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios

manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 38-39).

Dirijamos hacia él nuestra mente y corazón:

¡Feliz cumpleaños, Jesús, amigo de la vida!

¡amigo mío, amigo de todos!

Hoy hacemos memoria de tu nacimiento:

hace más de dos mil años;

en una época también oscura y violenta;

pero sostenida también por el amor del Padre;

en un pueblo insignificante, en un cobertizo pobre;

tu madre te alumbró, Jesús, Hijo de Dios y del Hombre;

junto con José abrigaron tu cuerpo con pañales; 

te recostaron en un pesebre...

Celebramos el inicio del Misterio de tu vida:

la Vida que fue creciendo abrazada a nuestra naturaleza;

vida en la que brilla la fuerza del Espíritu divino;

Espíritu que deslumbró en el bautismo del Jordán;

Espíritu que manifestó las entrañas del Amor del Padre;

Espíritu que te conmovía ante los enfermos, y los curaba;

Espíritu que no te dejaba descansar hasta que todos comieran.

Con el poeta podemos intuir lo que el Padre te decía:

“en los amores perfectos esta ley se requería,

que se haga semejante el amante a quien quería,

que la mayor semejanza más deleite contenía.

El cual sin duda en tu esposa grandemente crecería,

si te viere semejante en la carne que tenía”

(San Juan de la Cruz:  Poesía “de la Encarnación”).

Con el mismo poeta podemos cantar esta noche (hoy):

“Ya que era llegado el tiempo en que de nacer había,

así como desposado de su tálamo salía,

abrazado con su esposa, que en sus brazos la traía,

al cual la graciosa Madre en un pesebre ponía.

Entre unos animales que a la sazón allí había,

los hombres decían cantares, los ángeles melodía,

festejando el desposorio que entre tales dos había.

Pero Dios en el pesebre allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa al desposorio traía.

Y la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría;

lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía”

(San Juan de la Cruz:  Poesía “del Nacimiento”).

Hermanos, cada eucaristía es una Navidad:

pan y vino compartidos son memoria de la vida de Jesús;

su vida resucitada nutre hoy nuestro “llanto y gemido”;

su Espíritu alegra lo más profundo de nuestra persona;

su Espíritu incita a curar, a dar de comer, a edificar la fraternidad.

Hermanos, adoremos a Cristo en la eucaristía:

adoremos a Cristo en la comunidad, siempre en “mantillas”;

adoremos a Cristo en toda persona, “a quien Dios ama por sí misma”;

adoremos a Cristo en sus “vicarios”: los más débiles.

¡Feliz Navidad!